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 domingo, 09 de septiembre de 2007  
Interiores: herencia

Jorge Besso

La herencia es probablemente uno de los terrenos donde más confluyen lo biológico y lo social, en proporciones nunca demasiado estimables porque la combinación de ambos factores siempre conlleva incertidumbre, con un peso específico que cada individuo tendrá que cargar y resolver como puede. De dicha resolución imposible de planificar dependerá en gran medida las vicisitudes de la vida de cada cual quedando siempre un margen para el azar. Esencialmente la herencia es una operación de transmisión en diferentes campos y niveles.

En lo social se trata de una transferencia de los bienes que alguien deja al morir ordenadas a partir de determinaciones legales con variantes, según los lugares, que sin embargo en ocasiones no impiden los conflictos. Más allá de los vericuetos legales hay un legado vía testamento, oral o escrito, donde quedan reflejados los últimos deseos de quien se fue de este mundo, lo que tampoco ahorra disputas entre los herederos, al punto que muchas veces la repartija de una herencia termina por consagrar una desunión hasta ese momento en potencia.

Hay además una herencia de rasgos psicológicos que ninguna ley ni testamento pueden regular, ya que en ese ítem la transmisión es aún más imprevisible. En un sentido más amplio que el del marco familiar, la herencia incluye los rasgos o circunstancias que un momento histórico traslada o recibe de otro. En lo biológico se trata del “conjunto de caracteres que los seres vivos reciben de sus progenitores”. Aquí el personaje principal y estelar es el gen, concepto central en la biología, disciplina científica con notables avances y en donde el mencionado gen viene a ser la secuencia de ADN que constituye la unidad funcional para la transmisión de los caracteres hereditarios. En suma, recibimos varias herencias al nacer que van desde lo biológico a lo social. Al mismo tiempo dejamos otras al engendrar y criar para finalmente depositar en nuestros descendientes algunas huellas de nuestro turno, o nuestro paso por el planeta. En torno a este marco se produce día a día y sin horario la fabulosa transmisión hereditaria de una generación a otra, entre un momento histórico y otro, en cada uno de los centros y rincones del mundo que constituyen los innumerables mundos que habitan en paz o en guerra. Semejante caudal de información es impensable que pueda caber toda dentro de un gen capaz de transportar los saberes y los enigmas que conforman los tesoros de la humanidad en los intrincados caminos que van del bien al mal y del mal al bien.

De todas las herencias, la psicológica no es la más visible pero sin embargo es una de las más pesadas. En los primeros años, como se sabe, el lugar que ocupan los padres es muy grande, tanto sea por presencia como por ausencia, de forma tal que la identificación con los progenitores es el camino por el cual se va moldeando nuestro propio ser, paradójicamente a partir del otro. Sin embargo no es esto lo más sorprendente. Pasados esos primeros tiempos de una u otra manera los hijos tratarán de no parecerse a sus padres, de no ser parte de sus errores ni de sus horrores en un esfuerzo consciente e inconsciente que durante muchos períodos parece más que logrado.

Con el paso del tiempo, en muchas ocasiones el sujeto se encuentra con una sorpresa un tanto relativa. A medida que acumulamos años nos vamos pareciendo a alguno de nuestros padres en un inesperado encuentro que hasta puede resultar inquietante, pero que a la vez puede tener el grato sabor de una cita en el tiempo que prescinde de la realidad cronológica.

Cuando era chico me gustaba ordenar el cajón del escritorio de mi padre. El se ría complaciente de mi esfuerzo por ordenarlo, además de aclararme que casi siempre encontraba lo que buscaba en su enorme escritorio.

Hoy mis papeles se desordenan dentro y fuera de mis cajones. Al revés que él, casi nunca encuentro lo que busco rápidamente pero mis infructuosas protestas desaparecen cuando me topo nuevamente con su sonrisa en su querida zapatería frente a la legendaria plaza de San Jorge. El mínimo ejemplo sirve para no olvidar que la similitud en los humanos no borra la diversidad.

El genetista Craig Venter apoya esta afirmación. En una reciente teleconferencia ha hecho público una secuencia completa de su genoma en la que explica que se han encontrado más sorpresas de las esperadas, al punto de que las determinaciones genéticas no son tan inexorables, en tanto dependen de las interacciones con el ambiente.

Cierra sus afirmaciones con una sentencia contundente: el concepto de raza es social y no biológico y no permite asociar rasgos como inteligencia y etnia.

La proclamación de una raza superior fue un delirio colectivo de una parte de la sociedad alemana que culminó en una barbarie. Como buena parte de la herencia es social, algunos heredaron el delirio y otros lo admirarán en privado o en silencio.




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