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domingo,
26 de
agosto de
2007 |
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Charlas en el Café del Bajo
—Continúo con el tema de ayer. La vida tiene un sentido, debe tenerlo; pero además ese sentido debe estar sostenido por otros factores (propulsores) que con mucha frecuencia, son también otros sentidos de igual valor. Por ejemplo: un gran intérprete y compositor de música dedicó su vida a ese arte que, naturalmente, es algo especial para él. Pero igualmente importante es su pareja, de la que está enamorado profundamente y es, en algún modo, su fuente inspiradora, su propulsor para ese otro gran sentido de su vida. Estamos antes dos grandes sentidos de la vida de esta persona que, para más detalles, posee un espíritu romántico y altamente sensible (lo que no es atributo fácil de llevar). De pronto algo sucede, un accidente, y se ve impedido de seguir ejecutando y componiendo música. Se trata de un revés tremendo, pero que no lo devasta totalmente, pues aún cuenta con el otro gran sentido: el amor. Sin embargo, al poco tiempo del accidente, su pareja le dice que ha dejado de amarlo y resuelve abandonarlo. Entra en un túnel de melancolía, depresión y desesperación. Es creyente, pero el milagro por el que clama no llega. Pasa el tiempo y una tarde, exactamente en un crepúsculo, pone un compacto de su melodía favorita, se sienta frente a la ventana y, sin más fuerzas para seguir, elige el camino equivocado. Ese era el único camino que él podía ver.
—Lo sigo con especial atención.
—Y no se trata sólo de reducir la cosa a la soledad. Porque las personas pueden soportar la soledad cuando esta proviene de causas naturales o razonables, lo que no pueden soportar ciertos espíritus muy sensibles, es la condena a la soledad; no pueden superar que la humanidad primero y el mismo Dios después los haya abandonado, los haya dejado sin sentido de vida y sin fuente para otro sentido (propulsores). Ahora debemos preguntarnos todos y hacernos cargo: ¿Cuántas veces en la vida cotidiana somos responsables de que las personas terminen con parte de su ser (lo que llamo suicidio parcial) porque los hemos abandonado de una u otra forma? Una forma de abandono, entre tantas, por ejemplo, es el no tratar (¡al menos eso!) de comprender al otro.
—Se nos acaba el espacio y quedarán muchas más ideas pendientes.
—Sí. Pero termino con este mensaje. Tuve la oportunidad de hablar con alguien que cuando todo estaba perdido, cuando ya nada tenía, cuando toda su familia había sido exterminada y estaba absolutamente solo, con los rastros de la tortura increíble y la humanidad ausente, exclamó: ¿¡Dónde estás Dios mío?! Y no tuvo respuestas, al menos en lo inmediato. Afortunadamente no eligió el irse a otros planos de existencia, algo lo detuvo. Y en ese tiempo de duda y expectación, aparecieron, inesperadamente, otros sentidos, maravillosos. Quiero decir, para terminar, que mucha gente se suicida parcialmente, a cada instante, porque los abandonamos en cierta forma. Los dejamos ir en todo y en parte sin que nos importe y no son ellos, “los suicidas”, los pecadores, somos a veces nosotros, el mundo, que no los retenemos, que no los amamos, ni los comprendemos, ni les mostramos que a pesar de tantos caminos cerrados siempre, siempre, aparece otro camino que lleva a la paz que se merece toda criatura como le ocurrió a la persona de la que hablé.
Candi II
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