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 sábado, 18 de agosto de 2007  
En la destruida Chincha ya no suenan los cajones ni se baila
La ancestral localidad peruana está sumida en el dolor por la muerte y la desolación

Gonzalo Ruiz Tovar / DPA

Los pobladores de Chincha no piensan hoy en los cajones (tambores), el instrumento de percusión que el Perú le entregó al mundo. La única madera que tienen en mente es la de los ataúdes que necesitan para sepultar a los cerca de 80 vecinos que murieron por el terremoto del miércoles último.

   “Vamos pa´ Chincha, familia”, es un “grito de batalla” clásico. Los limeños y personas de todo el país suelen programar periódicas vacaciones en Chincha para contagiarse de la alegría de sus habitantes, que, a punta de percusión, ganaron para su provincia el título de “capital del folklore negro del Perú”.

   En el distrito chinchano de El Carmen, por ejemplo, la gente nace con música en la sangre. La heredaron de ancestros africanos que se establecieron allí cuando se abolió la esclavitud. Niños de menos de diez años le ofrecen al turista, a cambio de alguna moneda, un baile contagiante o una magistral demostración de cajón.

   En Chincha está la familia Ballumbrosio, sinónimo de cultura afroperuana. La localidad era un compendio de tambores iluminada por las sonrisas blancas de los niños negros y quien llegaba allí lo hacía para pasarlo bien, y lo lograba. Pero hoy las cosas no están para música ni baile.

   Nataly López, por ejemplo, sólo pide un ataúd blanco para sepultar a su hija de tres meses, a la que aún arrullaba varias horas después de que el terremoto se la quitó.

   “El adobe me cayó en la espalda y la solté sin querer. Cuando me agaché a recogerla ya le había caído un pedazo de adobe”, le dijo Nataly, como creyéndose culpable sin serlo. Testimonios similares se oían en otros puntos de la provincia, la más afectada por el temblor, salvo las vecinas Ica y Pisco.



Encima, el agua. Incluso el mar se portó mal con los casi 200.000 habitantes de la provincia. Las aguas se salieron y bañaron el suelo, sobre todo en el distrito de Tambo de Mora, echando a perder en muchos casos las escasas pertenencias que los damnificados habían logrado sacar de sus casas derruidas.

  “Cinco minutos después del terremoto, del mar salían unos sonidos raros. Las olas empezaron a ponerse bravas. De repente el agua empezó a entrar a mi casa y continuaba subiendo, subiendo. Salimos corriendo antes de que las olas nos ahogaran”, dijo Ana María López, quien lo perdió todo.

   Pero Tambo de Mora también aportó a los únicos “beneficiados” con el terremoto: una pared de la cárcel cayó y 598 de los 683 presos se fueron. Veintinueve fueron recapturados, pero de los demás no hay noticias. La ministra de Justicia, María Zavala, admitió que el asunto no empezó como una fuga, sino como una reacción natural de quien ve que el lugar en que está se cae a pedazos y se inunda.

   Los chinchanos son gente genéticamente acostumbrada al dolor. A lo largo de la historia lo supieron alternar con su proverbial alegría. Por eso, aunque hoy los cajones guarden silencio, los peruanos están seguros de que pronto volverán a sonar.


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Toda la madera que se consigue se usa para ataúdes.

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