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sábado,
18 de
agosto de
2007 |
Feria del Libro. Una investigación basada en la complejidad de los textos
"Los estudiantes no sólo no entienden lo que leen sino que interpretan al revés"
La investigadora de la UBA Marta Marín dice que hay que alfabetizar académicamente a los alumnos
Marcela Isaías / La Capital
Marta Marín es profesora en letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) donde también ejerce como docente e investigadora. Ha dictado numerosos cursos de lectura y escritura para estudiantes universitarios. El miércoles 22, a las 18, estará en la Feria del Libro de Rosario para presentar su libro “Prácticas de lectura con textos de estudio”, preparado junto a Beatriz Hall y editado por Eudeba.
Anticipa que su trabajo se basa en las investigaciones realizadas en el campo de la lingüística, pero además en las constataciones de ver cómo a los estudiantes, en especial a los ingresantes universitarios, “les cuesta muchísimo comprender lo que les están preguntando”.
El dato es clave para interrogarse por un problema extendido a nivel mundial, y conocido como “analfabetismo académico”, una cuestión sobre la que las autores proponen trabajar con los alumnos.
—La comprensión lectora es señalada como uno de los problemas más comunes en los primeros años de cualquier facultad.
—Sí, tanto que hay un nombre para eso: “analfabetismo académico”. Los estudiantes no sólo no entienden lo que leen y se les pregunta sino que interpretan al revés lo que está sosteniendo el texto. Esto aparece en la vida cotidiana como queja de los profesores cuando dicen: “Los alumnos no saben leer” o “los alumnos hablan otro idioma”. Lo que es una preocupación casi universal es la dificultad de comprensión de los textos de estudio.
—Ante esto, por lo general, la universidad responsabiliza al secundario y éste al primario. ¿Qué pasa con las escuelas, de quién es la responsabilidad?
—Es muy difícil decir qué pasa en las escuelas, se corre el riesgo de generalizar, porque las prácticas y la formación de los docentes son muy heterogéneas. Ahora lo que es común es que no hay una conciencia, en los distintos niveles de la educación, de que la lectura de textos de estudio requiere prácticas lectoras específicas. Es decir, no basta aprender a leer en el primer ciclo para que los chicos empiecen entre los 9 y los 10 años a leer sus primeros manuales. La idea instalada es que si aprendieron a leer se les puede pedir que lean para estudiar porque saben hacerlo. Pero no es así, porque los textos son muy diferentes.
—¿Se trata de una práctica constante la lectura?
—Sí, porque esta idea se inscribe en la de alfabetización académica temprana, o sea enseñar a leer los textos de estudio lo más tempranamente posible. Algo que no es buscar sólo la lectura literaria, porque no alcanza. Estos textos (de estudio) se leen con una práctica muy distinta a la literaria o a la periodística. Nuestra investigación se basa en la diferencia que hay entre los textos. Por eso hablamos de alfabetización académica temprana y de alfabetización permanente, porque continuamente somos aprendientes de lecturas y escrituras en nuevos contextos, situaciones y de nuevos textos. En esta idea también está la del concepto de lectura y escritura a través del currículo, porque significan que una y otra se practican como aprendizaje y como herramienta en todas las áreas. Esto se sostiene a nivel universitario diciendo que en las cátedras hay que enseñar a leer y a escribir los textos de la especialidad de la cátedra. Pero el problema es que no hay conciencia, no se ha formado a los maestros y menos a los profesores del secundario y piensan que los textos son transparentes y que los conceptos aparecen claramente en los mismos. Y no es así. Hay cierta retórica de los textos científicos y académicos que los hacen muy difíciles, muy incomprensibles. En nuestra investigación trabajamos en los obstáculos que la retórica académica les pone a los lectores inexpertos.
—¿Eso supone construir otro discurso a la hora de enseñar determinada disciplina?
—Claro. En una entrevista del diario Perfil, el premio Nobel de medicina dice que si los expertos se tomaran el trabajo de ser sencillos a la hora de explicar las cosas es probable que el público quiera entender la ciencia. Entonces hay un presupuesto de especialización, de que cuanto más se sabe más oscuro se es. Si sabemos que los estudiantes, y la sociedad, cada vez leen menos, que cada vez son más inexpertos en lectura y leídos en la ciencia, entonces hay que trabajar sobre eso. Nosotros trabajamos en la lingüística de los textos académicos, porque pensamos que muchos obstáculos no están en los conceptos, sino en las formas en que estos textos están construidos lingüísticamente. Por ejemplo, hemos encontrado frases como “no es imposible de dejar de pensar”. Es todo un trabajo entender que hay escrito ahí.
—¿Qué pueden hacer los docentes para facilitar este aprendizaje?
—Leer con los alumnos. No dar a leer un texto y pensar que será comprendido. O bien leer anticipadamente el texto, porque sabemos que los profesores dicen “lean ese tema” pero ellos no lo leyeron. Poder anticipar así la dificultad que tendrán. Para eso los profesores tiene que tener cierta preparación para encontrar las dificultades. La idea más instalada es que los problemas están en el léxico y se propone así usar el diccionario, y eso es apenas una de las patitas.
—¿Cómo incide el uso de las fotocopias en la comprensión lectora?
—La fotocopia incide en una parte muy colateral de la comprensión que es el manejo del soporte y en otra parte incide en la representación que se hacen los alumnos de lo que es leer y escribir. Una representación, que para usar un término actual de la filosofía, es “líquida e inestable”. Es decir que tiene poca entidad. La incidencia de las fotocopias tienen más que ver con la representación que con la comprensión, es más antropológico que lingüístico.
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Para Marín los maestros deben leer con los chicos.
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