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 domingo, 12 de agosto de 2007  
España
Zaragoza: romana, mudejar y judia

Daniel Molini

Zaragoza está en obras, señalan los vecinos, “lo mejor será dejar el coche en el aparcamiento y recorrerla caminando”. Se agradece la advertencia, tan útil como innecesaria, pues las ciudades, todas, con obras o sin ellas, deben descubrirse caminando. La capital de Aragón se está preparando para recibir visitantes en avalancha durante 2008, con motivo de la Expo Universal que tendrá como reclamo principal el agua y el desarrollo sostenible; de allí las obras.

Un cartel celeste y blanco, con una gota hecha símbolo: “H2O” recuerda, desde el frontis del Ayuntamiento, la futura celebración. Las oficinas de turismo, como si se estuviesen entrenando para el evento, se esmeran en el cometido de ofrecer información, suficientes como para transformar la curiosidad del recién llegado en placer y las ganas de aprender en conocimiento.

Precisamente de eso, del conocimiento de su historia, presumen los zaragozanos, satisfechos de habitar una plaza de rico pasado, del que guardan huellas como bienes de valor. Muchos años han transcurrido desde que se fundara la primitiva Caesaraugusta romana, que aun permite adivinar parte de su fisonomía en los restos arqueológicos del foro, las termas y el teatro.

Los gestores del patrimonio hacen pedagogía, invitando con tratamiento familiar a traspasar los muros que resguardan tiempos remotos y cultura: “Entra en los museos, están abiertos a todos, entra a conocer sus contenidos, a participar de sus actividades, porque lo más valioso para un museo es tu entrada, tu visita”.

Lo habitual es que el recién llegado se acerque, antes de a cualquier otro hito, a la basílica del Pilar, uno de los santuarios más famosos del mundo y templo donde se venera la imagen de la Virgen de Pilar, patrona de España y de muchos países de habla hispana. Más allá del altar donde se custodia la figura —pequeña en comparación a lo que podría sugerir la celebridad y los sentimientos que despierta—, aguardan cúpulas, murales con la firma de Goya y una colección de arte sacro.

El edificio, que se alza casi pegado al río Ebro, de estilo barroco y fachada neoclásica, ofrece cuatro torres increíbles, que se ven desde todos los rincones de Zaragoza. La basílica se abre a una plaza que conduce, por el otro extremo, a la catedral de La Seo o de San Salvador, toda ella un muestrario de estilos arquitectónicos: románico, mudéjar, gótico, barroco y neoclásico, según se admiren ábsides, muros, retablos, torres o fachadas. Aunque conserva elementos de la época en que se iniciaran las obras, a mediados del siglo XIII, el tiempo y las costumbres le fueron agregando otros, convirtiendo al templo en uno de los conjuntos artísticos más importantes de Aragón.

El Retablo Mayor, así como el relicario de San Valero, patrono de Zaragoza, merecen ser contemplados sin prisas. El Retablo, que data de 1434, narra —en alabastro policromado— el martirio de San Lorenzo, y la recepción de las reliquias de los Santos Valero, Lorenzo, y Vicente. Muy cerca yacen los restos de don Juan I de Aragón. El recibimiento, por parte de la parroquia, escrito e incorporado al derecho de entrada, probablemente contribuya a lograr el recogimiento que se vive en el interior: “Bienvenido sea a nuestra catedral metropolitana. La Seo del Salvador abre sus puertas a todos los que buscan a Dios". El arte, en este caso, se convierte en lenguaje de la fe.

La Seo abre también sus puertas a todas las personas que, a través de la belleza, buscan ese mensaje de trascendencia que grita silenciosamente todo espacio sagrado. El palacio, Patrimonio de la Humanidad, que en 1485 “hospedó” al Tribunal de la Inquisición, hoy sirve de sede a las Cortes de Aragón. Muchos espacios verdes alegran las jornadas de los zaragozanos. Uno de ellos es el parque Pignatelli, que lleva el nombre del intelectual que en el siglo XVII impulsó el Canal Imperial de Aragón, un curso de agua que permitía navegar desde Tudela a Zaragoza.

No se agota fácilmente la ciudad, existen muchas cosas dignas de verse, por ejemplo la plaza de España, los tres Teatros Municipales, el Museo Pablo Gargallo y sus esculturas, el Palacio de Congresos, la antigua Facultad de Ciencias Médicas, el Monumento a la Constitución, y la antigua Puerta del Carmen, emblema de la Resistencia. No se agota fácilmente la ciudad, por suerte deja intactas las ganas de volver.
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Zaragoza conserva una rica y variada arquitectura.


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