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 domingo, 12 de agosto de 2007  
La ética es la gran deuda

La semana que transcurrió estuvo signada por un tema que despertó penosas resonancias en la memoria de la ciudadanía. El "affaire" de la valija con 800 mil dólares no declarados que intentó ingresar un empresario venezolano, y que derivó en el desplazamiento de un funcionario, volvió a salpicar al gobierno nacional con la tan añeja como omnipresente sospecha de corrupción.

A pesar de que el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, aseguró que el incidente no afecta la imagen presidencial, lo sucedido volvió a poner sobre el tapete uno de los más graves males endémicos que padece la Argentina: la deshonestidad en el ejercicio de la función pública.

Los resultados de la encuesta que aparece todos los días en esta misma página expresaron con contundencia cuál es la visión popular sobre el tema: un escalofriante 97 por ciento de quienes contestaron la pregunta "¿cree que existe corrupción entre los funcionarios del gobierno nacional?" lo hicieron de manera afirmativa. El hecho es paradójico si se piensa que el gobierno de Néstor Kirchner goza de un elevado nivel de popularidad.

Ricardo López Murphy se mostró perplejo ante el fenómeno: "La reacción de la población no es la que uno esperaría", disparó el ex ministro de Fernando de la Rúa.

El asunto es complejo: todo indica que son demasiados quienes toleran la presencia de corrupción mientras su propia situación no se vea perjudicada. Sin embargo, se debería comprender que este flagelo puede carcomer a una sociedad hasta el hueso y afectar no sólo la probada recuperación económica sino también la integridad del sistema democrático.

La ética es una deuda pendiente que los futuros gobiernos del país deberían colocar en un destacado primer lugar de su agenda.
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