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 domingo, 12 de agosto de 2007  
Un cantante místico que sigue enamorando con su buena voz
Ricardo Montaner copó el Broadway en un show impecable

Pedro Squillaci / Escenario

A puro romanticismo, Ricardo Montaner conmovió al público rosarino que desbordó el teatro Broadway con un show que ratificó el altísimo momento profesional que atraviesa el compositor e intérprete argentino, nacionalizado venezolano.

Secundado por once músicos, Montaner planteó en escena una puesta que ya está entre las mejores que se vieron en suelo rosarino. En medio de agentes viales con chalecos fosforescentes (que en realidad eran los músicos), el cantante asomó detrás de una puerta de ascensor, como si estuviese en medio de una calle de una concurrida ciudad del primer mundo.

“Dentro de este laberinto/ de cemento y de cristal,/ en algún lugar perdido/ ella piensa en mí, quizás”, cantaba en esa apertura temática de “La chica del ascensor”. En las más de dos horas y media de show, Montaner alternó sus grandes éxitos con los hits de “Las mejores canciones del mundo”, el álbum que vino a presentar, que reúne versiones de autores tan interesantes como disímiles.

El show tuvo un despliegue casi teatral. Cada tema, cada diálogo de Montaner con la gente y cada participación destacada de sus músicos —entre quienes estaban sus hijos Héctor, en voz y percusión, y Ricardo Andrés, en guitarra— tuvo una hilación conceptual. Nada estuvo librado al azar, ni la apertura plagada de suspenso, ni las pelotas que pateó firmadas, ni los trapos que regaló con su transpiración. Y el público, preferentemente femenino, se prendió en el juego propuesto y lo disfrutó de punta a punta.

En medio de la euforia y el vértigo, la magia se disparó hacia un costado más íntimo. Sentado en un taburete al lado del pianista, Montaner comenzó a desandar un popurrí con esas canciones que todos fueron a cantar. Y arrancó con “Será”, siguió con “Quisiera”, continuó con “Soy tuyo” y concluyó con “Ojos negros”. Las mujeres estaban en llamas.

Tras un discurso excesivamente místico, interpretó “Déjame llorar”, uno de los grandes hits de su carrera, coreado por la mayoría en medio de celulares que sacaban fotos, cámaras que filmaban, y mujeres que le dejaban ositos, flores y más regalitos. Como si fuera poco, trascartón cantó “Me va a extrañar”, ratificando la calidad que mantiene en los registros agudos y exigidos.

El bis llegó con “Diablo y alcohol”, después de una presentación en la que elogió a su autora Silvina Garré, y sobre el final se destacó “La cima del cielo” y “En el último lugar del mundo”. La lluvia de papelitos cerró el show como en las grandes fiestas, bien arriba. Montaner logró su cometido: enamoró a todas.
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Montaner interpretó sus clásicos con una alta expresividad.

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