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 sábado, 04 de agosto de 2007  
Reflexiones
¿Dónde está el queso?

Por Adrián Gerber / La Capital
Luis R. es bancario y un fanático del queso. En el 2001 ganaba 800 pesos, y si se le ocurría gastar todo su sueldo comprando, por ejemplo, queso cremoso Cotar, se llevaba a la heladera 239 kilos (a 3,34 pesos el kilo). Si hoy quisiera hacer lo mismo le sobraría espacio en los estantes ya que sólo se quedaría con 100 kilos. Es que actualmente su sueldo llega a 2.000 pesos, pero el kilo de esa marca trepó a 19,90 pesos. ¿Quién se quedó con los 139 kilos que Luis perdió en el transcurso de estos seis años?

Este no es un problema matemático, sino un balance simplificado de lo que viene ocurriendo con los precios y los ingresos desde la devaluación a la fecha. ¿Más ejemplos? El pan costaba en el 2001 un peso el kilo, hoy está a cuatro; el kilo de pollo salía 1,60, hoy 4,50; aceite de girasol Natura por un litro 1,74, hoy 4; costeleta mediana 3,99 el kilo, hoy 10 pesos.

Desde la salida de la convertibilidad creció considerablemente la cantidad de personas ocupadas (ese es uno de los grandes logros de este gobierno), pero con salarios reales inferiores (y este es uno de los temas pendientes que dejará Néstor Kirchner cuando le pase, como todo hace prever, la banda presidencial a su esposa Cristina). Es que los asalariados y los jubilados no pueden lograr que los aumentos de sus ingresos corran al menos paralelos a las subas de precios, y así recuperar poder adquisitivo. Los ajustes salariales siempre llegan tarde.

Por ejemplo, un 20 por ciento de los asalariados en blanco del sector privado de todo el país (870.000 personas) cobran actualmente menos de 1.040 pesos (el salario mínimo es de 900 pesos), mientras que las jubilaciones mínimas están en 540 pesos y el plan Jefes y Jefas de Hogar paga 150. Entretanto, la canasta básica total de bienes y servicios, que marca el límite de la pobreza para una familia tipo, se ubicó en junio en los 923 pesos, según las poco confiables estadísticas del Indec. Seguramente si se hiciera un estudio serio para establecer el valor real de la canasta que realmente necesita una familia de cuatro miembros para cubrir necesidades básicas —como alimentos, vivienda, transporte, salud, educación y vestimenta— la cifra sería muy distinta. Según la CTA (Confederación de Trabajadores Argentinos) es de 2.513 pesos mensuales, sólo para tener otro número como referencia.

Los procesos inflacionarios siempre provocan una transferencia de recursos de unos sectores a otros ya que no todos los precios aumentan en la misma proporción. Por eso la pregunta era dónde están las hormas de queso que perdió Luis, y que pierde cada vez que los precios se mueven "mágicamente", como la hamaca de Firmat. Una parte se trasladó a algunos sectores empresarios que producen bienes y que son los que más posibilidades tienen de subir sus precios. El dólar alto los protegió de la competencia externa y les dio competitividad para exportar.

Y otra parte de la pérdida de ingresos se trasladó al superávit fiscal. El promocionado récord de recaudación tributaria se logra en gran medida a costa del poder adquisitivo de la gente por vía del perverso “impuesto inflacionario”, como sostuvo el economista Ariel Kaplan en una nota publicada el 20 de mayo pasado en este diario. Son los impuestos en los que la proporción a pagar se calcula sobre el ingreso nominal y se eleva con la inflación, como por ejemplo el IVA.

El próximo lunes, a las 16, el Indec dará a conocer la inflación de julio y la valorización de la canasta básica de bienes y servicios, y seguramente todos los consumidores verán una vez más cómo el índice oficial poco tiene que ver con la realidad.

Y a la hora de las explicaciones de los empresarios para justificar estas subas se volverán a escuchar argumentos de los más variados y contradictorios: inundaciones, sequías, heladas, suba del dólar, crisis energética, bajas temperaturas, altas temperaturas, incremento de las exportaciones, gran demanda interna, aumentos salariales… Siempre hay una “razón” para tocar los precios.

Durante la convertibilidad la altísima desocupación era uno de los temas centrales de la economía. Hoy el problema son las personas que tienen ingresos fijos (empleados, jubilados y beneficiarios de subsidios) que día a día perciben cómo la inflación les come bocado a bocado el poder adquisitivo.


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