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domingo,
24 de
junio de
2007 |
Destrucción que duele
Los festejos en Rosario de la hinchada de Boca después de la obtención de la Copa Libertadores por parte del equipo xeneize trajeron aparejado un un efecto lamentablemente frecuente, al menos en la Argentina, cada vez que una multitud celebra un logro deportivo: la destrucción de valiosos elementos pertenecientes al patrimonio público.
En este caso, la víctima directa de los incomprensibles —e injustificables— desmanes de los enfervorizados hinchas fue nada menos que el símbolo máximo de la ciudad, el Monumento a la Bandera, que sufrió daños cuya reparación le demandará onerosas erogaciones al municipio.
La rutinaria perpetración de actos como el descripto denota una profunda carencia de respeto social y afecto hacia su propia comunidad por parte de quienes los practican, Curioso resulta observar, además, que ambos extremos del arco se tocan: tanto durante la celebración colectiva como en las protestas, el vandalismo suele ser destacado protagonista. ¿Resulta necesario recordar que tanta destrucción no hace sino perjudicar al mismo pueblo, para cuyo uso y disfrute están los bienes que resultan dañados?
El trasfondo de tan triste costumbre es preocupante: se vincula con la fragmentación, el individualismo, el egoísmo, la indiferencia. Y se presenta como uno de los más desagradables rostros de la crisis: simplemente, aquel de una sociedad que parece no haber entendido todavía que nadie cuidará de ella si primero no se cuida a sí misma.
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