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 domingo, 24 de junio de 2007  
Viajeros del Tiempo
Rosario 1905/1910

Guillermo Zinni / La Capital

La obra de un borracho. Minutos después de las 12 de la noche del sábado, se presentó en la comisaría de Tablada el muchacho Alejandro Núñez, vecino del Saladillo, diciendo que poco antes su padre había sido asesinado de un disparo de escopeta y que otro vecino, Francisco Lencina -ambos peones de la fábrica de ladrillos de la sociedad Puerto del Rosario-, estaba gravemente herido. Enseguida se dirigieron un par de agentes a la fonda y almacén donde se había producido el hecho, y a unos pocos pasos antes de la misma encontraron el cadáver de Núñez y un poco más allá, revolcándose en un charco de sangre, estaba Lencina. ¿Qué horrible tragedia había ocurrido en aquel apartado lugar? Vamos a saberlo. A eso de las once de la noche se acercó a esa fonda un grupo de obreros de los hornos conformado por Alejandro Núñez, Francisco Lencina, Antonio Prades, José y Andrés Pauseri y Francisco Del Valle. Iban en tren de farra y llevaban una damajuana de vino para contribuir a que la alegría no decayese un solo instante. Pero el dueño del establecimiento, Joaquín González, es un alcohólico y un hombre de temer cuando la bebida lo domina, por lo que apenas cuando el grupo de farristas había traspuesto la puerta lo encaró a los gritos y blandiendo una gruesa barra de hierro. Los obreros se quedaron mudos, lo que fue aprovechado por González para descargar un furioso golpe sobre el que llevaba la damajuana. El agredido paró el golpe con el recipiente, que se hizo pedazos, y su contenido se desperramó hacia todos lados. Esto enervó más a González, quien se transformó de pronto en una fiera sanguinaria. El fondero sacó entonces de detrás del mostrador una escopeta, ante lo cual los ex farristas salieron corriendo como alma que lleva el diablo. Sin embargo, González tuvo tiempo de cargarse el arma al hombro y realizar un par de disparos que, como dijimos, hirieron mortalmente a Núñez e hirieron a Lencina.

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