Año CXXXVII Nº 49408
La Ciudad
Política
Información Gral
El Mundo
Opinión
La Región
Policiales
Cartas de lectores



suplementos
Ovación
Señales
Escenario
Economía
Mujer
Turismo


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 04/03
Mujer 04/03
Economía 04/03
Señales 04/03
Educación 03/03
Autos 28/12
Estilo 16/12

contacto
servicios
Institucional

 domingo, 11 de marzo de 2007  
Una sociedad también se define por sus crímenes
Crónica y ficción se cruzan en "Pendejos", el nuevo libro de Reynaldo Sietecase. Un viaje a través de la violencia

Reynaldo Sietecase

Confieso que tengo un especial interés en la violencia. Estoy convencido de que una sociedad también puede definirse por sus crímenes. Los asesinos seriales de Estados Unidos, los sicarios colombianos, los niños narcos de Brasil, dejan indicios sociales más allá de los cadáveres. Pero, además, soy un adicto a las historias policiales, como lector, primero, y como autor, después. El policial es un género que funciona como una caja china. La novela negra norteamericana, la inglesa de enigma, el nuevo policial europeo y los relatos argentinos sin detectives, cuentan una historia y, a la vez, revelan los claroscuros y las contradicciones de una comunidad determinada.

Cómo funciona la policía, qué pasa con la justicia, cómo opera el poder económico, qué pasa con los marginales y más, mucho más. Siempre hay varios niveles de lectura.

“Pendejos”, como casi todo en mi vida, es producto del cruce entre destino y azar. Sobre el final de 2005 estaba enfrascado en la escritura de una novela —lo estoy todavía— y con mucha actividad periodística. Un día visitó el programa de radio de Jorge Lanata donde trabajo Laura Musa, una especialista en seguridad que había sido convocada para debatir sobre esa gran preocupación de los argentinos. Entre otras cosas, en su alegato contra la mano dura contó que en los últimos años, en Argentina se había condenado a prisión perpetua a una decena de menores de 18 años y que esto era una clara violación de la Convención de los Derechos del Niño.

“Pibes condenados a prisión perpetua”; la idea quedó rondando en mi cabeza durante varias semanas. Unicef, incluso, había publicado un libro denunciando estos casos. Me decidí a llamar a Laura Musa y le solicité más información. Pensé que podíamos hacer algo en la radio o en la tele, contar las historias de estos chicos. También se me ocurrió producir una serie de notas para alguna revista, pero a medida que me acercaba al tema sentía que el formato no era la narración periodística sino la ficción. Se me presentaba otra gran oportunidad para contar la violencia desde la literatura y no estaba dispuesto a dejarla pasar. Sin las ataduras de la realidad, el libro se abría como un abanico de direcciones múltiples.

Decidí contar diez crímenes que realmente hubiesen ocurrido, pero sólo a partir de la información mínima con que contaba en ese momento; en muchos casos, apenas un recorte periodístico. Deliberadamente no hice entrevistas ni consulté expedientes judiciales. El gran desafío que me impuse fue escribir todos los relatos de manera diferente. Con distintos narradores pero respetando las voces propias y sus maneras. Quería que el único elemento en común que ligara los diez cuentos fuera la presencia de un chico o una chica cometiendo un asesinato violento. Y nada más.

También el título tenía que funcionar de esa forma. Y así apareció la palabra “pendejos”. Según su origen latino, pendejos (pectiniculus) remite a los pelos que nacen en el pubis. De manera coloquial en México y gran parte de Centroamérica, define al hombre pusilánime y cobarde. En otros países quiere decir taimado y astuto. En Argentina y Uruguay tiene un solo significado: chico, adolescente.

No fueron pocos los que quisieron disuadirme de utilizar este título. A algunos les sonaba despectivo. A otros les parecía un riesgo innecesario por las distintas acepciones que la palabra tiene en América latina. En España se utiliza poco y nada. Muchos creen que se trata de un americanismo porque lo encuentran más en películas y libros que en las conversaciones. Pero no lograron convencerme. Pendejos, se me ocurrió una madrugada en la que me desperté sobresaltado por una de las pesadillas provocadas por la escritura de estos cuentos. sa era la palabra.

Un pendejo es algo pequeño, insignificante, un pelo que nace en un lugar que habitualmente ocultamos. Más allá de su significado y del uso que se le da al término en el habla popular, en general como insulto, era la síntesis perfecta de estos relatos. Mis crónicas de ficción hablan de pendejos que matan, roban y se drogan. De pendejos que son víctimas y victimarios. Hablan de los pendejos que no queremos ver. Pendejos que se llaman a sí mismos pendejos.

Un pibe que se decide, en un minuto, a utilizar la pistola de su padre policía para evitar que éste abuse de su hermana. Otro chico que aniquila a sus compañeros de escuela porque lo humillaban. Una adolescente que prepara cuidadosamente una masacre familiar. Otra que encabeza una banda que ejecuta secuestros exprés. Otro pibe que hace de su barrio un coto de caza. La violencia se desarrolla en cualquier escenario: desde una villa miseria a un barrio cerrado.

Aunque no todos, la mayoría de mis personajes cumple el doble rol de perseguidor y peseguido, de abusador y abusado. Todos crecieron en una sociedad profundamente injusta que no sabe muy bien qué hacer con ellos. Pero, cuidado: “Pendejos” no tiene afán moralizante. Sólo sentí la necesidad de contar estas historias. Lo demás corre por cuenta de ustedes, los lectores. Pendejos es mi caja china. En principio, sólo pretendo entretenerlos, obligarlos a seguir a estos chicos tristes y desesperados hasta el final de sus recorridos de sangre.




enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo


Ampliar FotoFotos
Ampliar Foto
Sietecase vuelve a recorrer el género negro.

Notas Relacionadas
Instantánea

Bella luz de la noche


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados