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 domingo, 14 de enero de 2007  
[En primera persona] Luis O. Tedesco
Un idioma en estado de turbulencia
Cruce de géneros y de registros, la forma de una obra que afirma su singularidad en la poesía argentina contemporánea

Por Pablo Montanaro

Con una tensión narrativa y dramática, y un tono lírico que por momentos se vuelca elegíaco y satírico, el poeta Luis O. Tedesco indaga en las profundidades de la difícil condición humana sin dejar de lado cuestiones políticas, sociales y culturales. “Lomas del Mirador: Diccionario temático de voces”, su nuevo libro, confirma su condición de ser una de las voces poéticas más personales de la Argentina.

Nacido en octubre de 1941 en Buenos Aires, su obra comprende los siguientes libros: “Los objetos del miedo” (1970), “Cuerpo” (1975), “Paisajes” (1980), “Reino sentimental” (1985), “Vida privada” (1995), “La dama de mi mente” (1998), “En la maleza” (2000) y “Aquel corazón descamisado”. De extensa trayectoria como jefe de publicaciones y director de editoriales prestigiosas (Librerías Fausto, Eudeba, Torres Agüero, entre otras), dirige actualmente Grupo Editor Latinoamericano y, junto a Ricardo Herrera, la revista “Hablar de Poesía”.

—Su obra poética está marcada por la búsqueda de una conjugación entre la vida privada y las circunstancias políticas y sociales de las tres últimas décadas de la Argentina.

—Esa expresión, vida privada, puede leerse de dos maneras: por un lado, refugio, la vida que se aparta de la urgencia, la arbitrariedad y el encono de lo público; por el otro, la vida privada de realización social. El sujeto, al refugiarse en su privacidad, se priva de acontecer como sujeto activo de la historia. “Está bien, se dice, las cosas son como son. Haga lo que haga, diga lo que diga, piense como piense, todo seguirá igual, o peor”. Así, en su refugio privado —su familia, su club, su hobby, sus manías personales—, termina siendo víctima de lo que ha dejado transcurrir, del incremento fatídico de la vulgaridad y el desamparo. Tal el “paraje democrático”. Nuestros representantes operan por nosotros. Podemos hablar, votar, decir y pensar lo que se nos ocurra desde nuestra privacidad —desde nuestra privación— de ciudadanos libres. Lograremos poco o nada, pero nuestra voz se perderá —es una voz sin acción— en la insignificancia. Es una voz tolerable, incapaz de gravitar en las cosas.

—¿Cómo definiría su nuevo libro, “Lomas del Mirador”, y qué relación tiene con los anteriores?

—”Lomas del Mirador” es un libro de voces, voces dispares, voces que se raspan entre sí. Soy incapaz de cualquier sublimación. Mi intención aquí, como en los libros anteriores, es pantagruélica: que las palabras se apropien de todo, y den cuenta de la lucha que libran los fragmentos de ese todo; tarea por supuesto imposible. Desde esa humillación, desde esa imposibilidad, pretendo que el poema se escriba. Son arabescos de ahogado, toda maniobra con el lenguaje, todo estilo o falta de estilo termina siendo arabesco de ahogado.

—Así como en uno de sus anteriores libros fue la maleza el elemento constitutivo, en este aparece la figura de la casa, que podría simbolizar la decadencia de las clases medias y bajas como también la del país.

—El tema de la casa, la figura de la casa como usted bien dice, está en la raíz de mis obsesiones. Lomas de Mirador es una localidad real del Gran Buenos Aires, loteada en los años 40 del siglo XX; a ese lugar fueron a vivir familias de inmigrantes o hijos de inmigrantes, que construían de a poco, y como podían, la vivienda propia. Lomas del Mirador es un lugar —he tratado de que sea un mundo— de casas sin terminar, permanentemente golpeadas por las inclemencias de la historia. Mi padre, hijo de inmigrantes italianos, y mi madre, inmigrante palestina, participaron —e hicieron participar a sus hijos— de esa cruzada. Fueron años de intensidad pobre, a veces feliz, muchas veces desgraciada. Refleja, de algún modo, el ingreso de la clase humilde, clase aún trabajadora, en los niveles medios, y las zozobras de ese ascenso, la distancia entre la casa concebida y la casa real nunca terminada de construir, y, en muchos casos, la sordidez que genera la defensa del magro lugar propio.

—¿Por qué la elección de dotar a su poesía con un acento épico?

—Hay algo grotesco en esta épica. Es una épica sin gloria, el avance desesperado de la subjetividad que ha perdido la fe en la utopía, o, como diría mi hermano, “la pasión por lo posible”. Es la épica de un yo multitudinario, desmesurado de radiación psíquica, sin ancla, sin lugar donde apoyar su pequeña apoteosis lírica. El porqué de la elección de un acento épico tiene que ver, creo, con mi predilección por el registro amplio, por el trazo menos voluntariamente ambiguo de la imagen. Quiero decir: para mi lo esencial es la apariencia, lo manifiesto, el mundo que pone en juego sus fuerzas, el hervor de lo visible, todo lo contrario de cualquiera de las variantes estéticas del despojamiento.

—En “Lomas del Mirador” se vislumbra un manejo del lenguaje que le da una tensión narrativa y aún más dramática y que le permite fluctuar y explorar tanto lo gauchesco como lo urbano, el tango y las voces del liberalismo de los años 90.

—”Lomas del Mirador” es el intento, seguramente inviable y desmesurado, de congregar en un mismo texto el género narrativo, el ensayo y el envión poético. Sería algo así como concebir fábulas reflexivas desbordadas por el frenesí de la poesía. En cuanto a la lengua, siempre fue mi intento la mezcla: lo urbano, lo desusado del idioma, la gauchesca, el lunfardo, el idioma neutral, el coloquial, el culto, etcétera. Es, ese fue mi intento, exponer un idioma no consolidado, un idioma en estado de turbulencia que, de paso, no se priva de inventar algunas palabras y desfigurar otras.

—¿Qué sentido le atribuye a la tradición?

—Es el único espacio donde uno puede elegir su genealogía, es decir, su ascendencia, sus parientes lejanos y sus parientes cercanos. Leer es, para el poeta, su verdadero acto familiar y comunitario, el encuentro con su filiación espiritual. Es, junto con las vivencias de la infancia, la laguna primordial donde se generan las imágenes. La voz personal no es más que el resultado de la mezcla entre lo recóndito de la tradición leída y elegida y el impulso propio que la recrea. En este sentido, creo que la vanguardia sólo es consistente cuando se apoya en la lectura renovada de la tradición.

—¿Cuál es el desafío del poeta argentino hoy?

—El desafío del poeta es siempre el mismo, aquí y en cualquier parte del mundo: encontrar su propio idioma, hacerlo abarcativo, creíble, frondoso de intensidad ética y belleza exploradora, desafiante, conspirativa.


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