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 domingo, 07 de enero de 2007  
Italia
Toscana, donde las piedras viven
Una recorrida por San Gimignano y Volterra, poblados de torres, alabastros y campanas

Daniel Molini

Las piedras, a lo largo de la historia, tuvieron mucho que ver con el poder, algunas veces a favor propiciando fortines, prisiones o murallas, y otras en contra, cuando eran arrojadas por los desheredados para condenar afrentas o injusticias.

En la Toscana, y más en la zona central que nos ocupa, aquel objeto inicial fue trascendido y las obras que nacieron como muestra de prestigio o defensa para unos pocos concluyó siendo Patrimonio Cultural de la Humanidad.

San Gimignano, en la provincia de Siena, es un buen ejemplo de rocas mutadas a residencias y torres, cuanto más altas mejor, cuanto más sólidas mejor, como si esas cualidades pudiesen transmitirse a quienes las habitaban.

Las crónicas refieren un poblado con muchísimas atalayas, más de setenta, de las que hoy se conservan catorce, que ven desfilar, día tras día, columnas de visitantes que llegan de todas partes del mundo.



Ciudad medieval

A San Gimignano, todo él rodeado de murallas y considerada una de las ciudades medievales mejor conservadas de Europa, se accede caminando. Los coches deben aguardar fuera de los límites, en aparcamientos en los que cuesta conseguir una plaza libre. Una puerta del siglo XIII muy pesada —la de San Matteo— permite la entrada a la calle de San Giovanni, que mantiene su suelo adoquinado de tiempos pretéritos.

Enseguida aparece la iglesia románica de San Agustín, también del siglo XIII, ornada con frescos referidos a la vida del santo. Siguiendo la misma derrota se llega a la Plaza de la Cisterna, limitada en su perímetro por torres y palacios que llevan la firma de una edad, la media.

Los nombres de los antiguos propietarios se siguen mentando, como el de Ardinghelli, que muy cerca de la Plaza del Duomo edificó su torre y morada para admiración de lugareños y peregrinos. Precisamente en la Plaza del Duomo aguarda uno de los monumentos más importantes consagrado en el año 1148: la Colegiata, con una fachada románica austera que contrasta con los interiores ricamente decorados. Las naves ofrecen frescos con temas bíblicos de Domenico Ghirlandaio.



Palacio del Pueblo

Al lado mismo, coincidiendo puerta con escalera, se alza el Palacio del Pueblo y su torre correspondiente, que con 54 metros de altura lo mira desde arriba. Un patio porticado minúsculo merece atención, pues fue allí donde Dante Alighieri, según la tradición, pronunció un discurso como embajador florentino el 8 de Mayo del año 1300.

Los lugares de interés aparecen sin orden ni concierto, porque lo que se impone en San Gimignano es caminar sus callejuelas, sabiendo que en el sitio más inesperado un campanario podrá transformarse en objeto de culto, o abrirse a un paisaje inolvidable.

En la zona más baja de la plaza está el palacio Viejo con su torre de nombre sugestivo: Rognosa. A través de un arco centenario se pasa a la Plaza de Pecori, enriquecida con una logia antiquísima y los museos de Arte Sacro y Etrusco.

La muralla que preserva el enclave es una maravilla. Provista de cinco entradas parece un mural de mil tonos ocres, color que en Siena significa gloria, sobre el que crecen plantas y enredaderas que agregan verde al espectáculo.

Una fortaleza sin restaurar en la cima de la colina se abre a una perspectiva inmejorable del pueblo y sus alrededores. En el entorno inmediato el protagonismo corresponde a las vides, y en el mediato otros reclamos, que en la magnífica Toscana parecen no agotarse. A favor de uno de esos reclamos llegamos a Volterra, enésima ciudad asentada sobre colina, enésima joya del medioevo.

La ciudad parece mirar al paisaje con suficiencia, desde arriba, como si estuviese segura que el protagonismo es suyo, más allá de las formas que adoptan los campos, más allá de toda la vida que guardan, más allá de la atmósfera transparente.

Al igual que en San Gimignano, sobran los vehículos. Caminando sus calles el visitante se nutre de arte y cultura, ayudados por tres museos que ofrecen erudición: Etrusco, de Arte Sacro y la Pinacoteca Cívica.

Los folletos que ofrece la Oficina de Turismo aseguran que los monumentos en Volterra certifican tres mil años de historia, los cuales se reafirman gracias a colecciones, por ejemplo la relacionada con los etruscos, considerada de las más importantes de Italia. En la Plaza Central la arquitectura se transforma en fiesta gracias al espacio diáfano y a los palacios de los Priores y Pretorio vecinos.



Torres de Buonparenti

La función continúa con las torres de Buonparenti, Buonaguidi, la catedral en la Plaza de San Giovanni y en calles estrechas vecinas, que a veces se tuercen caprichosamente dejando ver construcciones renacentistas, como los maravillosos palacios Minacci o Inghirami.

Pero hay mucho más para enriquecer la vista y todos los sentidos: el río Cecina, que da nombre al valle que ocupa el extremo sur de la provincia de Pisa, ha sido generoso con la naturaleza y los paisajes de Volterra. Allí, Olivos, cipreses y viñas se hacen grandes a “golpe” de una luz célebre, que parece reverberar en las colinas desnudas y arcillosas marcadas por siglos de tránsitos, caminantes y labores, como la del alabastro, a quienes los vecinos convirtieron en objeto deseado.

Extraído en zonas aledañas, transparente o veteado, con inclusiones minerales o remedando los matices del ámbar, fue usado en épocas remotas para la fabricación de urnas funerarias, algunas de las cuales se pueden ver en el Museo Etrusco.

A partir del siglo XVIII las piezas producidas en Volterra comenzaron a ser consideradas en todo el mundo, propiciando una tradición familiar y centenaria que todavía se preserva.

Lo cierto es que ante tantas ofertas tentando los sentidos cuesta tomar decisiones en Volterra; en realidad cuesta tomar decisiones en toda la Toscana. Pero existe una que es la más difícil de todas: decidir cuál es el momento de regresar.
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La ciudad italiana se caracteriza por su estilo medieval.



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