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domingo,
07 de
enero de
2007 |
Interiores: violencia
Jorge Besso
Una pregunta necesaria es si la violencia, como problema y como cuestión, es una sola o son muchas y variadas. En el caso de la opción segunda estamos frente a distintos tipos de violencia a pesar de que de una u otra manera, todas comulguen con el humo y la sangre. El dilema no es para nada sencillo ya que hablar de la violencia es hablar en un singular más que problemático, ya que si es una sola, varias veces disfrazada, estaríamos diciendo que en esencia es siempre la misma, asociada a distintos colores, pero desparramando los mismos horrores en última instancia en cualquier parte del planeta.
Si se la compara con otro singular (al que como problema está muy vinculado) como es la diversidad, rápidamente salta una diferencia: diversidad alberga todas las diversidades posibles. En cambio es más bien imposible que violencia contenga todas las violencias posibles ya que a manifestaciones semejantes se le deducen o se le encuentran causas, con toda probabilidad, distintas. Las violencias son tantas que no caben en un solo artículo, y apenas encontrarían una residencia única en un libro con no sé cuántos capítulos.
Para el señor Bloomberg parece ser sólo una, ya que se ha transformado en un portavoz y un especialista de la inseguridad de la delincuencia común. Para las distintas Asociaciones de Víctimas del Terrorismo, aquí y en el mundo, la violencia también es sólo una, es decir la ejercida por cualquiera de las bandas armadas, por lo general de izquierdas, aunque cabe pensar si al practicar el terror siguen siendo de izquierdas. (lo que también excede el presente artículo).
Pero la violencia en su máxima expresión es la ejercida en todas partes, muy especialmente desde el poder que le da ocupar el Estado. En tal caso estamos frente al terrorismo de Estado en cualquier parte del planeta constituyendo uno de los puntos más altos de la locura social, ejerciendo una violencia sin límites desde la impunidad (sin embargo ilusoria) de poder ocultar sus actos.
Dictablanda
El general Pinochet sigue hablando después de su muerte ocurrida en un día providencial: el 10 de diciembre. Como se sabe es el Día Mundial de los Derechos Humanos, recordatorio que seguramente nunca estuvo en la mente del trágico y célebre general, o lo estuvo no un solo día sino en todos los días de todos los años en el que dictador se dedicó a violar derechos para él inexistentes. El general tiene quien le sigue a través de una Fundación que lleva su nombre, además de tener muchos partidarios, pero los que lo repudian en el mundo con toda probabilidad son muchos más. Eso gracias a que goza de su propia celebridad dentro de la lista de los crímenes y criminales de lesa humanidad.
En distintos diarios y medios de América y de Europa se hizo conocer antes de fin de año una carta póstuma del dictador Pinochet, hecha pública por la fundación que lleva su nombre, institución que al mismo tiempo planea la construcción de tres monumentos al general al que la burocracia del poder le prolongó tanto el procedimiento judicial que murió impune, con honores militares y con tiempo y poder suficiente para seguir dictando después de muerto. Obviamente en la misiva póstuma el dictador justifica el Golpe de Estado, al punto de que llegado el caso lo volvería a hacer. Eso sí, con "mayor sabiduría", sin que se aclare a qué se refiere, si a matar más y con mayor prolijidad o, menos probablemente, a matar menos.
Dos cosas, entre otras, sorprenden de su escrito. Por una parte caracteriza a su obra macabra como una dictablanda, lo que quiere decir, según sus dichos, que todo se hizo con cierta flexibilidad. Los números de muertes no indican lo mismo, aunque quizás sin querer el general se refería a la flexibilidad en el uso de los fondos públicos con los cuales se enriqueció y forró de dinero a los suyos y los allegados. Por otra parte, en una frase con una sintaxis un poco extraña, dispara: "En muchas muertes habidas y en los desaparecimientos de cuerpos es muy posible que no se logre jamás un conocimiento acabado del cómo o por qué ocurrieron".
El sentido de la carta está en esta frase que salpica cinismo de una punta a la otra y en la que pretende, una vez que se salvó de la justicia, eludir el juicio de la historia. Pretensión más bien imposible, porque al general nadie le quita un lugar en el Museo del Horror ya que con la cera histórica la impunidad se desvanece.
Un legado
La impensada confesión del general deja un legado más que importante:
Muertes.
Desaparición de cuerpos.
Hace años los diarios europeos decían que la palabra desaparecidos se escribía en castellano en distintos idiomas a raíz de las atrocidades de las dictaduras de Pinochet y Videla. Extraño privilegio para nuestro idioma para no quedarnos con todos los premios, ya que bien se podría escribir la palabra exterminio en inglés, acaso en alemán o en todos los idiomas. El sentido común indica, en la cabeza de todos, que los desaparecidos están muertos. Sin embargo hay ocasiones en que el denominado sentido común sufre su mayor paradoja: estar alejado de la realidad. Efectivamente, los desaparecidos no sólo no están muertos, tampoco se van a morir. Sus almas están más vivas que cualquier otra, y con toda probabilidad son los fantasmas que pueden transformar los sueños en pesadillas en las cabezas de los dictadores y la de sus amigos.
La violencia con forma de Golpe de Estado en ocasiones es tal que la atrocidad del golpe deja una inesperada parábola perfectamente opuesta entre el dictador y la parte más horrorosa de su legado: mientras los desaparecidos son inmortales el "autor" de las desapariciones morirá eternamente.
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