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 domingo, 07 de enero de 2007  
Roles femeninos: sensación de fatiga

Para muchas mujeres cada mañana suele representar el anuncio de uno de esos días "clásicos" en que se emprende la jornada antes de que suene la alarma del reloj, y se hacen una infinidad de cosas mientras el resto de la familia recién comienza a despertarse. Luego hay que salir al mundo y seguir con el otro rol de "mujer que trabaja", como si las tareas del hogar no contaran en el rubro trabajo, al menos remunerado o reconocido. Una sensación de omnipotencia, supuestamente gratificante para la autoestima, con una aleación de heroína posmoderna suele condenar a muchas mujeres al agotamiento porque hacen mucho más de lo que realmente podrían, malgastando sus energías y olvidándose del necesario tiempo para el ocio y la recreación.

¿Por qué creemos que no tenemos derecho al placer y a la diversión; por qué nos cuesta tanto pedir a los demás que nos ayuden cuando es necesario; cuándo y por qué comenzamos a sentir culpas por dedicarle tiempo al descanso o al esparcimiento; qué nos incita a pensar que la única finalidad que tenemos que cumplir es atender a los demás?

Desigualdades y discriminación

El rol femenino ha ido cambiando a través de la historia, con particular aceleración durante el siglo XX, y alentado por los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial. Los hombres marchaban al frente y la mujer fue incorporada al mundo productivo ocupando lugares en trabajos que tradicionalmente habían sido reservados para el sexo masculino, con lo cual contribuyó al sostenimiento económico de la sociedad y de su propia familia. Finalizada la guerra, las mujeres no volvieron a recluirse en el seno del hogar. Sin embargo las desigualdades y la discriminación continuaron vigentes, y no se han abolido todavía.

Esther Díaz propone un slogan revelador para describir el estado actual de la condición femenina: "Ni siervas ni liberadas, recargadas". Hombres y mujeres somos diferentes lo que no implica que ninguno sea inferior. Estas problemáticas se incluyen actualmente en una categoría, la de género, que alude a la concepción que considera las identidades sexuales, independientemente del sexo biológico, como también los significados que cada sociedad asigna al hecho de ser hombre o mujer en un contexto socio-histórico-cultural determinado.

A esta categoría de género se la define como una construcción cultural condicionada por la época que incluye creencias, valoraciones y comportamientos que prescriben las prácticas sociales y las relaciones entre hombres y mujeres. Es un término relativo y transcultural. Simone de Beauvoir escribió: "No se nace mujer ni hombre, se llega a serlo".

Mandatos culturales

Las transformaciones han significado un aumento de actividades y roles, pero no la adecuación a una nueva función de ambos géneros. Preparadas para atender a los hijos, pareciera que la maternidad, nutrir y cuidar, ligada indisolublemente a la abnegación, se traslada a las demás dimensiones de la vida personal y social como un mandato cultural que condiciona las posibilidades de ocuparse de una misma. Los días se convierten en un conjunto de deberes donde no hay tiempo para destinar a lo que una quiere hacer por y para sí misma. ¿Pero, de quién es la decisión?

Qué hacer con el tiempo

Uno de los mayores desafíos es aprender a cuidar de nosotras. La cultura nos ha educado para cuidar a otros y priorizar la necesidad de los demás por sobre las nuestras con fuertes preceptos culturales internalizados que provocan culpas, y nos hacen sentir egoístas si no lo hacemos. Muchas veces por ocuparnos de los demás, nos desatendemos en diferentes aspectos hasta la no preservación de la salud y la calidad de vida. Esto genera una sensación de fatiga que trae como consecuencia no poder disfrutar, y la imposibilidad de hacer bien el trabajo o estar en plenitud con los seres queridos. Es un imperativo el aprender a cuidarnos para mejorar la calidad de vida.

Comenzar a cuidarse implica tomar la decisión de cómo quiere vivir cada una. Es necesario deliberar acerca de los caminos que se ofrecen para poder elegir una opción a otra, habiendo conjeturado las consecuencias que se derivan de todas. Qué hacer y cómo administrar el tiempo es una elección personal. La película o la novela postergadas, el desayuno tomado de prisa o pasado por alto, la agenda sin espacios en blanco para los encuentros con amigos, los fines de semana repletos de tareas extras sin lugar para el disfrute, son elecciones que dependen de nosotras y del punto de vista desde el cual valoramos nuestra existencia. No son los demás, sino nosotras las que elegimos quedar relegadas o no.

Tal vez podamos, entonces, resignificar en plenitud esos versos en los que José Narosky advierte la responsabilidad indelegable que tenemos en la utilización productiva o no de nuestro tiempo: "No lloro la muerte irremediable / por ser condición de la existencia/ lloro el tiempo gastado sin conciencia/ pues de esa muerte diaria, soy culpable".

Alicia Pintus

Licenciada en filosofía

www.philosopher.com.ar
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