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 domingo, 07 de enero de 2007  
La Cátedra
Schumpeter, el liberal que parecía socialista

Eduardo Remolins

Joseph Schumpeter bajó lentamente el pocillo hasta apoyarlo con suavidad en el plato. Miró pensativamente a su amigo y sociólogo Max Weber que masticaba y miraba distraído a través de la ventana del elegante café de la Ringstrasse, en la aristocrática Viena de 1919. No pudo contener una sonrisa de malicia.

-No podría transmitirle lo contento que me tiene la revolución comunista en Rusia, Max; soltó con estudiada ingenuidad.

Weber, que casi se atraganta con la masa vienesa, lo miró con los ojos muy abiertos y expresión de perplejidad.

- Finalmente el comunismo dejará de ser una teoría en el papel y tendrá que demostrar su viabilidad en la práctica.

-No puede estar hablando en serio, Joseph -saltó Weber alarmado-. En el estado de desarrollo actual de Rusia el comunismo sólo puede terminar en un desastre. Un gran fracaso.

-Es probable. ¡Pero qué gran laboratorio social será!

- Sí, ¡un laboratorio cubierto de cadáveres! -gritó sin reparar que todos los parroquianos los estaban mirando.

-Bueno, mi querido Max, no sería distinto a la sala de disección de la facultad de medicina.


Calmo y sarcástico
La conversación seguía mientras Ludo Hartmann, un amigo de ambos que estaba presente, hacía vanos intentos por cambiar de tema. Weber, congestionado por la ira, gritaba cada vez más fuerte. Schumpeter se mostraba calmo y sarcástico.

Al final, Weber se paró y le gritó en la cara: "¡No lo soporto más!" y salió casi corriendo del local. Schumpeter, imperturbable, murmuró: "¿Cómo puede alguien gritar así en un café?"

Ambas cosas lo acompañarían por el resto de su vida: su fino y ácido sentido del humor y su visión crítica del colectivismo.

Quizás fue por eso que cuando en 1942 publicó "Capitalismo, Socialismo y Democracia", algunos de los miembros de su incipiente escuela de seguidores se sintieron algo decepcionados y confundidos.

El libro comenzaba con un análisis de Marx y, visto superficialmente, parecía apoyar el socialismo. En realidad, Schumpeter compartía la profecía marxista del colapso del sistema capitalista, aunque por razones distintas a las del filósofo alemán. No preveía revoluciones, sino un continuo y gradual deslizamiento hacia regímenes social-demócratas y un ordenamiento económico donde la última palabra la tendrían las corporaciones sociales y las grandes empresas. Sin embargo, que describiera esa tendencia no quiere decir que la aprobara o le resultara simpática. De hecho, el fantasma en la visión schumpeteriana del futuro era que los dinosaurios corporativos y el funcionamiento de una economía cada vez más dirigista terminaran ahogando el espíritu emprendedor, el verdadero motor de la economía, según él.


Monopolio y competencia
Para Schumpeter la economía no funcionaba todo el tiempo como habían explicado los clásicos, con Adam Smith a la cabeza, y terminaron sistematizando luego los neoclásicos. La "competencia perfecta" donde un gran número de productores de bienes similares competían entre sí para ofrecérselos a los consumidores a un precio dado que no podían modificar, era sólo una fase pasajera en el ciclo económico, pero no la más dinámica.

En realidad, el crecimiento se producía cuando un "empresario innovador" revolucionaba o creaba un mercado con un nuevo producto. Como resultado de eso ese emprendedor, sin competencia a la vista, disfrutaba por un tiempo de un virtual monopolio y podía, por lo tanto, fijar el precio a que vendía.

Con ventas crecientes y ganancias extraordinarias, no pasaría mucho tiempo hasta que el entrepreneur atrajera competidores como la miel a las abejas.

A medida que crecía el número de imitadores (productores del nuevo bien), el precio del mismo iba bajando por efecto de la competencia y la tasa de ganancia de cada productor tendía a reducirse e igualarse con la de sus competidores.

En otras palabras, comenzaban a darse las condiciones previstas en la competencia perfecta.

En el límite, se llegaba a un "steady state", un estado de inmovilidad económica, con crecimiento cero. Por lo menos hasta que surgiera el próximo entrepreneur dispuesto a introducir un nuevo producto, crear un monopolio temporal y acelerar el crecimiento económico, dando comienzo a un nuevo ciclo.

El crecimiento era, para Schumpeter, disruptivo. Provocado por la innovación y no por la competencia.


Harvard y la revancha
Dado el rol central que le asignó en el proceso económico a los emprendedores, no sorprende que la peor pesadilla del calvo profesor fuera la desaparición de esa especie. Por eso celebró cuando llegó en 1932 a los EEUU, la tierra de los emprendedores, a predicar su evangelio innovador.

Pero, a despecho de sus expectativas, el ahora profesor de Harvard, pese a su popularidad entre los estudiantes (ver cuadro), no llegó a seducir a la comunidad académica. Ni a ellos ni, mucho menos, a los políticos que deslumbrados por la ascendente figura de John Maynard Keynes despreciaban al austríaco por anticuado.

Afortunadamente, el mundo del estrellato económico, como el fútbol, siempre da revancha. Aunque sea post mortem. En las décadas que siguieron a su muerte en 1950 Schumpeter se fue convirtiendo gradualmente en un ícono inspirador de una mezcla variopinta de economistas que van desde los liberales heterodoxos (presente, profesor), hasta los que abonan posiciones de centroizquierda.

Schumpeter es a la economía lo que Popper a la filosofía: se ha convertido en un Papa que desde su tumba nos bendice a todos con su sonrisa beata. El movimiento es amplio.


Un referente
Actualmente, Schumpeter es parte del mainstream económico y una referencia central e ineludible en los campos de los estudios de management, la política industrial y en toda el área de innovación. La extensión, comprensión y valoración del concepto de entrepreneurship que tenemos hoy se lo debemos a él. No es poco que el programa de innovación de la Unión Europea esté basado en sus postulados y sugerencias de política.

Como una mujer que se ha hecho desear bastante, hasta los Estados Unidos le han dado finalmente el guiño que esperaba. Su idea de la "destrucción creativa" (el proceso por el cuál las empresas de los emprendedores innovadores desplazan a las antiguas), ha cautivado finalmente los paladares de la academia y de los funcionarios de Washington. ¿Será porque algunos creen (erróneamente), que ese concepto abona cierto darwinismo social, tan popular en la tierra de las hamburguesas?

Francamente, no lo sé. Pero, que más da, Joseph. Llegaste.
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