Año CXXXVII Nº 49339
La Ciudad
Política
Economía
La Región
Información Gral
Opinión
El Mundo
Policiales
Escenario
Cartas de lectores



suplementos
Ovación
Educación
La Escuela en Foco


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 24/12
Mujer 24/12
Economía 24/12
Señales 24/12
Educación 23/12
Estilo 16/12
Salud 13/12
Autos 30/11
Página Solidaria 29/11
Chicos pero grandes 11/11

contacto
servicios
Institucional

 sábado, 30 de diciembre de 2006  
"El águila y la gallina" o las fábulas para reflexionar sobre la escuela
Un relato que invita a pensar sobre problemáticas profundas, aún por fuera de la agenda escolar

Miguel Angel Santos Guerra (*)

He visto hace poco una excelente y sobrecogedora película australiana mal titulada en castellano “Generación robada”. Es la primera película de Phillip Noyce en Australia, después de su vasta carrera en Hollywood. Nos cuenta en ella el drama racista de Molly Craig, una niña negra aborigen que había sido secuestrada, casi cazada por los blancos, y recluida con su hermana y una prima en una institución (¿educativa?) para que aprendieran las costumbres de la raza superior. Huyen de la institución y recorren casi 2400 kilómetros en busca de su familia, siguiendo una cerca de alambre a prueba de conejos.

La película, basada en el libro de Doris Pilkington, relata una historia verídica entre las muchas que eran habituales en ese lugar, en esa época. Desde el asentamiento europeo en Australia, y hasta 1971, eran prácticas habituales de domesticación y opresión cultural. Las imágenes resultan estremecedoras. Cuesta creer lo que en ella se nos cuenta. Cuesta más pensar que esos patrones de pensamiento y de actuación siguen estando presentes en nuestra sociedad y, sobre todo, en nuestra mentes. Un poco más camuflados, quizás. Un poco más sibilinos.

Todavía se piensa que hay razas superiores, que hay grupos de naturaleza inferior, que hay personas de diferente categoría. Hace unos días hemos sido testigos de una terrible paliza propinada por un grupo de españoles a varios inmigrantes.

Leonardo Boff escribió, en 1998, un librito titulado “El águila y la gallina”. Cuenta en él una historia narrada por un político y a la vez fino educador llamado James Aggrey. Era natural de Gana, pequeño país del Africa Occidental, situado entre Costa de Marfil y Togo. Los colonizadores, para ocultar la violencia de su conquista, afirmaban que los habitantes de la Costa de Oro y de toda Africa eran seres inferiores, incultos y bárbaros. Por eso precisamente debían ser colonizados. Los ingleses reproducían estas afirmaciones en los libros, en las escuelas, en las iglesias y en los actos oficiales.

La insistencia era tanta, que muchos colonizados acabaron incorporando a sus esquemas mentales los postulados de los opresores. Creían que no valían nada, que eran inferiores, que su lengua era ruda, sus tradiciones ridículas, sus divinidades falsas y su historia intrascendente. Por el hecho de no ser como los ingleses eran discriminados, tratados de forma desigual e injusta. La diferencia de raza, cultura y religión no era vista como una riqueza, sino como una oportunidad de opresión y de discriminación.








Colonizados e inmigrantes
Un proceso semejante se produjo en el siglo XVI con los indígenas de América y con los colonizados de Asia. Y se da hoy en día con los países que no han sido incluidos en el sistema mundial de la globalización. Lo mismo sucede con los inmigrantes, con los pobres, con los desfavorecidos de hoy.

La liberación es la acción que pretende conquistar la dignidad cautiva o robada. Paulo Freire planteó su vida y su obra en aras de la pedagogía de la liberación. En eso, fundamentalmente, consiste la educación. En un proceso que nos hace pasar de una mentalidad ingenua a una mentalidad crítica. De una actitud sumisa a una postura autónoma, responsable y libre.

A mediados de 1925, Aggrey había participado de una reunión de líderes en la que se discutían las vías de la liberación del dominio colonial inglés. Algunos líderes renunciaban a la liberación y se apuntaban a la causa inglesa. Aggrey pidió la palabra para contar esta hermosa historia.

“Había una vez un campesino que fue a la floresta vecina a coger un pájaro para mantenerlo encerrado en su casa. Consiguió una cría de águila. La puso en el gallinero con las gallinas. Comía maíz y ración propia para las gallinas. Después de cinco años, ese hombre recibió en su casa la visita de un naturalista. En cuanto paseaban por el jardín, dijo el naturalista:

—Ese pájaro de ahí no es una gallina. es un águila.

—Cierto —dijo el campesino—. Es un águila pero yo la crié como gallina. Ya no es un águila. Se transformó en gallina como las otras, a pesar de las alas de casi tres metros de extensión.

—No —insistió el naturalista—. Es y será un águila, pues tiene corazón de águila. Este corazón la hará volar a las alturas.

—No, no — insistió el campesino— . Se convirtió en gallina y jamás volará como águila.

Entonces decidieron hacer una prueba. El naturalista tomó el águila, la levantó muy alto y desafiándola le dijo:

—Ya que eres de hecho un águila, ya que perteneces al cielo y no a la tierra, entonces, extiende tus alas y vuela.

El águila se extendió sobre el brazo extendido del naturalista. Miró distraídamente alrededor. Vio a las gallinas abajo, revolviendo los granos. Y saltó junto a ellas.

El campesino comentó:

—Ya te dije se convirtió en simple gallina.

No —insistió el naturalista— Es un águila y un águila será siempre un águila. Vamos a probar nuevamente mañana.

Al día siguiente, el naturalista subió con el águila al techo de la casa. Le susurró:

—Aguila, puesto que eres águila, abre tus alas y vuela.

Pero cuando el águila vio allí abajo a las gallinas, revolviendo el suelo, saltó y se fue junto a ellas.

El campesino sonrió y volvió a la carga:

—Yo ya se lo había dicho. Se convirtió en gallina.

—No —respondió firmemente el naturalista—. Es un águila, poseerá siempre corazón de águila. Vamos a intentarlo todavía una última vez. Mañana la haré volar.

Al día siguiente, el naturalista y el campesino se levantaron muy temprano. Cogieron el águila, la llevaron fuera de la ciudad, lejos de las casas, de los hombres, en lo alto de la montaña.

El naturalista levantó el águila en alto y le ordenó:

—Aguila, ya que eres un águila, ya que perteneces al cielo y no a la tierra, abre tus alas y vuela.

El águila miró alrededor. Temblaba como si experimentase una nueva vida. Pero no emprendió el vuelo. entonces el naturalista la aseguró firmemente, muy en la dirección del sol, para que sus ojos pudiesen llenarse de la claridad solar y de la inmensidad del horizonte. En ese momento, ella abrió sus potentes alas, graznó con el típico de las águilas, y se irguió, soberana, sobre sí misma. Y comenzó a volar, a volar hacia lo alto, a volar cada vez más alto, más y más, hasta confundirse con el azul del firmamento...”.


Conclusiones
#8194;Aggrey sacó las conclusiones pertinentes. Algunos las entendieron. Otros lo criticaron. Y cada uno puede aplicar la historia a los pueblos, a los grupos y a cada persona en situaciones de opresión. Hay quien pretende echar granos al suelo para que la gente coma, para que mire hacia abajo, para que ni se le ocurra la idea de volar.

Estas personas nada esperan de las otras, como el campesino, salvo que sigan mirando al suelo. Es una tragedia esa actitud desesperanzada, fatalista. Es mayor tragedia la de quienes acaban creyéndose el discurso de los dominadores. Porque no hay mayor opresión que aquella en la que el oprimido mete en su cabeza las ideas del opresor.

(*) Pedagogo español, Texto tomado del libro “La estrategia del caballo y otras fábulas para trabajar en el aula” (Homo Sapiens Ediciones).
enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados