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 domingo, 10 de diciembre de 2006  
[lecturas]
De qué hablamos cuando hablamos de ideología

Federico Donner

Ensayo. El concepto de ideología, de Néstor Capdevilla. Nueva Visión, Buenos Aires, 2006, 272 páginas, $ 40.

¿A qué nos referimos cuando sostenemos que ciertas visiones sobre la historia son ideológicas? ¿Qué es lo que quieren decir los analistas y los tecnócratas -tanto liberales como progresistas- cuando le achacan a sus opositores que tal o cual medida es ideológica? ¿Continúa siendo pertinente hoy un uso teórico, serio, de este concepto que nos permita analizar comportamientos sociales, recetas económicas, filosofías de la historia, regímenes políticos republicanos y dictatoriales? Y, si así fuera, ¿se trata de un producto propio de la modernidad o más bien de una objetividad antropológica que trasciende lo histórico?

Son estas cuestiones las que dan motivo al último libro de Néstor Capdevilla, publicado originalmente en francés y cuya buena traducción nos llega ahora. La obra tiene dos ejes: el primero, vertical, aborda una breve historia que comienza con Destutt de Tracy -revolucionario de la Bastilla e introductor de la palabra en el lenguaje filosófico- y llega hasta el uso antimarxista que hoy esgrime el pensamiento economicista neoliberal; el segundo consiste en un abordaje horizontal, que intenta dar cuenta del estado actual de los estudios sobre la cuestión.

La falta de acuerdo en la definición del concepto de ideología comporta, para el autor, un profundo problema filosófico: el de la construcción social de la conciencia errónea. La primera definición explícita fue dada por Marx y Engels en "La ideología alemana", obra en la cual Capdevilla distingue cuatro acepciones: la ideología es una ilusión socialmente determinada (1); esta ilusión se autonomiza y constituye una realidad en sí misma (2); la ideología dominante unifica el pensamiento de la sociedad toda (3) y, por último, esta unificación tiene por función la legitimación del poder de una clase social (4).

Cabe aclarar que esta caracterización compete a la "ideología dominante" correspondiente al modo de producción capitalista. El mismo Marx reconoce que los primeros ideólogos han sido los sacerdotes, lo que abre dos interpretaciones posibles sobre la historicidad del objeto ideología. Por un lado, aquellos que consideran a la ideología como un fenómeno social y teórico exclusivo de la modernidad se enfrentan a la dificultad de demostrar que no había tal cosa en la Edad Media, así como también se esfuerzan por sostener su clausura en la posmodernidad. Por otro lado, para los que sostienen una concepción más ligada a la antropología,resulta difícil distinguir lógica y empíricamente la falsa conciencia ideológica de la religiosa, donde los análisis se confunden y, a veces, resultan términos intercambiables.

Capdevilla se encarga de resaltar problemas que entorpecen la tarea de todo pensador: la polisemia y el uso polémico (no teórico) de este término. Sin embargo, estas dificultades no son privativas del campo de la ideología, puesto que podría decirse lo mismo de prácticamente cualquier concepto relacionado con la filosofía o con las ciencias humanas. Si bien es cierto que los análisis polisémicos sobre la ideología son interesantes a la hora de, por ejemplo, resaltar las dificultades que han sufrido durante la modernidad tanto liberales, socialistas y conservadores a la hora de definirse y diferenciarse (es decir, al querer utilizar el concepto de ideología como identificación del adversario o propia), es también cierto que la pertinencia de la ideología como objeto de análisis sociológico, filosófico y epistemológico se torna hoy en día superfluo.

Las dificultades que atraviesan las ciencias sociales y la epistemología al querer delimitar y conjurar esta problemática categoría (o, si se quiere, esta constelación de significaciones) son, entonces, la prueba de la pertinencia y la actualidad de la ideología. Sin embargo, Capdevilla intenta superar la dicotomía ideología-ciencia ideologizando la ciencia y racionalizando la ideología. Esto no hace más que denunciar su devota intención de cientista social pues, como tal, rechaza las críticas posmodernas a la ecuación saber-poder. Según Michel Foucault, uno de los dilemas de la modernidad que debemos dejar de lado es la creencia en que un mayor conocimiento nos acerca a la liberación política. De esta manera, emparienta al marxismo y al liberalismo por pensar al poder como un bien que se posee en vez de hacerlo como una relación, como prácticas de subjetivación. El poder no esconde, produce. No engaña, crea hábitos.

La obra de Capdevilla encierra, de alguna manera, una genealogía del concepto de ideología que resulta de gran importancia para hacer un diagnóstico de nuestro presente. Sin embargo, continuar pensando desde la ideología -aunque la relativicemos, aunque admitamos que nuestra crítica pueda ser también ideológica- es seguir creyendo en que una toma de conciencia (liberal, marxista, conservadora) nos dará la llave de la liberación.

La excesiva proximidad de este estudio con la sociología del conocimiento suscita una confusión acerca de la modernidad de la ideología: si bien son evidentes las dificultades de las ciencias humanas por separar la modernidad ideológica tanto del modelo de la herejía como del pensamiento del fin de la historia (es decir, lo que vulgarmente serían los problemas objetivos), no deja de ser cierto que el concepto de ideología nace con la modernidad, por lo cual es imposible desconectarlo de todas las dicotomías que mencionamos anteriormente. Si la pregunta de las ciencias humanas es la de la formación psicosocial de la conciencia errónea, ¿no es el deber de la filosofía preguntarse si es este acaso un problema pertinente?
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Una referencia crucial. Marx, con Engels, propuso cuatro acepciones de ideología.

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