|
domingo,
10 de
diciembre de
2006 |
Comunicación: la importancia del diálogo
¿Qué padre no anhela enseñar a sus hijos la capacidad para comunicar ideas y sentimientos inteligente-mente? Esta cualidad otorga un valor agregado a la vida. Permite sobrellevar momentos no gratos y convertirlos en un trampolín hacia un bienestar posterior; además de promover alegría compartiendo con otros la propia. Pero, ¿cómo lograrlo?
Algunas veces hacemos conjeturas en base a supuestos por evitar enfrentar una situación. Reaccionamos en función a lo que lucubramos en la imaginación, y terminamos en la amargura autogestada o en la complicación de la causa original. Otras veces, exteriorizamos nuestra opinión o postura con ira, sin control, violentándonos sin medir las consecuencias en los otros ni en nosotros mismos.
Se oye reiteradamente decir que el diálogo permite resolver problemas. Pero donde más se necesita es en el hogar y en la convivencia diaria. Los hijos deberían aprenderlo en el seno familiar, no porque se hable de él sino porque se lo pone en práctica. En el diálogo es donde encontramos una de las claves del éxito de la vida familiar.
Analicemos algunas características para constatar si vamos por el buen camino o vivimos en un espejismo. Dialogar no es únicamente pasar información de hechos sucedidos u organizar actividades a realizar; implica una jerarquización de valores. La otra persona debe ser más importante que el mensaje que se quiere comunicar. Se debe buscar la forma en la que el mensaje sea transmitido sin agredir al receptor. La agresión sólo consigue hermetismo o el ataque como respuesta.
Dialogar requiere del ejercicio de la escucha interesada; reconocer los diferentes tiempos de comprensión y madurez de cada una de las partes (no acepta suposiciones). Tratar de eliminar el "siempre haces esto" y el "nunca". Al rotular con estas palabras implícitamente autorizamos a la otra persona a que repita su conducta. Se trata de hablar desde el corazón, es decir, con sinceridad.
Se debe contemplar que todas las personas no piensan o sienten de la misma manera y que con esas diferencias la familia se enriquece, privilegiar el protagonismo de los que participan en el diálogo antes que el de terceros y no descalificar al oyente.
Un buen diálogo demanda el esfuerzo de reconstruirlo cada vez que se lo practica. Puede suceder que disfrutemos con los logros obtenidos y posteriormente nos dejemos dominar por apasionamientos momentáneos olvidando todos los beneficios de esa experiencia.
A veces es beneficioso que las partes pacten la manera de cómo llevar el diálogo a la práctica, y ayudarse mutuamente. Para que exista el diálogo los involucrados deben tener intención de practicarlo concienzudamente. Quien se considere merecedor de una forma de comunicación más humana buscará la superación personal para construir un diálogo fecundo dentro de su grupo de relación, y así sus hijos encontrarán el modelo a imitar.
Alicia Caporale
Licenciada en Educación
[email protected]
enviar nota por e-mail
|
|
|