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 sábado, 09 de diciembre de 2006  
La crisis de la educación en la seguridad y la salud laboral
La escuela es el espacio común donde se pueden aprender a prevenir riesgos y accidentes en el trabajo

Juan Carlos Hiba (*)

Lamentablemente leemos en los diarios, con una frecuencia inusitada, acerca de la muerte de personas por caídas ocurridas en obras en construcción, derrumbes, roturas de techos y por otras causas similares. Observamos que tales accidentes no alcanzan sólo a trabajadores sino también a empresarios, como el caso reciente de quien, limpiando un tanque de agua en el piso doceavo de un edificio de Rosario, cayó al vacío —según leímos— por no usar la debida protección de un arnés de seguridad.

¿Qué tienen en común estos y otros accidentes mortales ocurridos en circunstancias laborales? El descuido por el cuidado de la propia vida, generalmente basado en la ignorancia de la prevención de los riesgos. Debemos preguntarnos ¿es posible disminuir, controlar o erradicar tales accidentes? La respuesta es que todos los accidentes son evitables; insisto, la respuesta es que es posible desarrollar actividades laborales sin correr riesgos, sin sentir temores por trabajar en lugares confinados, con máquinas potencialmente peligrosas, con sustancias químicas dañinas para la salud, y en ambientes contaminados.

Pero para que ello ocurra, es necesario saber de la existencia de riesgos y peligros en los lugares de trabajo y, en consecuencia, adoptar las medidas de prevención que correspondan según las circunstancias. La improvisación y el apuro por realizar una tarea no son buenos consejeros. La ignorancia tiene su precio. Las consecuencias suelen ser muy penosas y muy costosas, para los propios trabajadores, sus familias, las empresas y la sociedad en general.

¿Quiénes deberían ser los responsables de transmitir ese saber que necesitan las personas para evitar los peligros y los riesgos en el trabajo? Existen varios caminos, pero cada uno de ellos tiene características que lo hacen eficaces en mayor o menor grado.

Veamos: en primer lugar, un camino que se podría pensar como importante es el de la inspección del trabajo. La misión sustantiva por la que existe ese servicio estatal es, precisamente, verificar el cumplimiento de la ley. Sin embargo, en las actuales circunstancias, con sólo quince inspectores en la provincia de Santa Fe, es muy poco probable que su accionar garantice que no ocurran accidentes como los descritos más arriba.

Segundo, una ley nacional de mediados de la década de los noventa permitió la creación de las denominadas Aseguradoras de Riesgos del Trabajo (ART), empresas con fines de lucro. Y eso es lo que fundamentalmente hacen, asegurar y eventualmente compensar por los daños ocurridos. Las acciones de prevención de sus asegurados parecería estar limitada — en muchos casos— a algunas intervenciones esporádicas de los profesionales a cargo de las tareas de prevención, cuyos resultados son difíciles de medir y su eficacia difícil de cuantificar. Además, de una población económicamente activa que bordea los quince millones de personas, sólo alrededor de seis millones están afiliadas a esas empresas y cuentan, por lo tanto, con el derecho de ser asistidas por ellas en la medida en que paguen sus cuotas.

En tercer lugar, se podría sostener, con los mismos argumentos que se esgrimen para otros procesos de enseñanza importantes, que la familia debería ser el mecanismo por excelencia que permitiera adquirir esos conceptos básicos de prevención ante los riesgos y peligros en la casa, la calle, el trabajo. Sin embargo, es pueril pensar que esos procesos puedan ser transmitidos por los padres y madres con eficacia y persistencia a lo largo de los primeros años de vida a los niños y jóvenes, para que cuando salgan a la calle puedan cuidarse de manera segura. La pobreza extrema y las condiciones de vida y de acceso al conocimiento de muchas familias ha minado, además, esas oportunidades de aprendizaje en el seno de muchas de ellas.

Cuarto, los propietarios de las empresas dadoras de trabajo son responsables por ley de las condiciones laborales que ofrecen a sus trabajadores y de los riesgos y peligros que existen en los establecimientos. No obstante, no son muchas las empresas que invierten tiempo en capacitar a sus trabajadores en cuestiones relativas a la prevención de los riesgos y los peligros. Por otra parte, la afiliación de las empresas en las ART produce en la práctica una suerte de transferencia de responsabilidad —equívoca pero supuesta y pocas veces advertida por éstas— en relación con la capacitación de los trabajadores en estas materias.


Orientación y capacitación
En quinto lugar, podría pensarse en la acción de los sindicatos en materia de seguridad y salud en el trabajo. A pesar de algunos avances en esas materias, todavía queda mucho por hacer dentro del movimiento sindical para asegurar servicios de orientación y capacitación masiva para todos los trabajadores y trabajadoras.

Ahora bien, ¿qué es lo que tienen en común todos aquellos ciudadanos y ciudadanas cuando llegan a la edad de entrar en el mercado de trabajo? Haber ido a la escuela. Por lo tanto, ¿cuál es el último reducto que le queda a la sociedad para sobreponerse a las miserias y tristezas a las que las llevan los accidentes en los lugares de trabajo y las enfermedades adquiridas en ellos? El último bastión —que hasta ahora ha sido desaprovechado en la gran mayoría de los casos— es la educación en materia de prevención de riesgos que se podría brindar de manera sistemática en los jardines de infantes, las escuelas primarias y los colegios secundarios.

Las autoridades de la educación nacional subrayan que un gran porcentaje de nuestros ciudadanos ha dejado de ser analfabeto. Eso quiere decir que han ido a la escuela y que han aprendido a leer y escribir. La enorme mayoría de nosotros antes de entrar a los 18 años en el mercado de trabajo o, en algunos casos, un poco antes, hubiéramos tenido la oportunidad —desperdiciada— de aprender acerca de cómo comportarnos en nuestras casas, en la calle, en las escuelas y en los lugares de trabajo para evitar los riesgos y los peligros.

Resulta imprescindible, por lo tanto, incorporar tales saberes en el proceso de enseñanza-aprendizaje de los establecimientos educativos, con conocimientos adaptados a cada uno de los niveles, de manera que cuando llegue el momento de desempeñar tareas en el mercado de trabajo, independientemente de los empresarios, inspectores, prevencionistas y profesionales expertos en seguridad y salud en el trabajo, sepamos cómo cuidarnos, sepamos preguntar acerca de los riesgos y peligros potenciales, conozcamos nuestros derechos y obligaciones, y sepamos proteger nuestras vidas.

Con ese fin, es imperativo incorporar en los planes de la formación de maestros y de profesores la cuestión de los riesgos en el trabajo y de cómo prevenirlos. La nueva ley de educación debería contemplar esta cuestión. Ello permitiría contar con empresarios, trabajadores y trabajadoras mejor preparados y alertas ante las contingencias de los riesgos que generan las tecnologías productivas y los ambientes de trabajo contaminados, así como la gestión inadecuada de la seguridad y la salud en el trabajo que se observa en muchas empresas y en emprendimientos individuales en la actualidad.



(*)Director de la carrera de especialización

en higiene y seguridad del trabajo.
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