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domingo,
26 de
noviembre de
2006 |
Un pueblo llamado Buzios
Una aldea de pescadores que hoy es un gran centro turístico, aún conserva su esencia y seduce con sus playas
Jorge Salum / La Capital
El forastero todavía no se terminó de acomodar en la habitación de la espléndida posada que da hacia la playa Joao Fernández y al mar verde esmeralda, y ya tiene la sensación de que ha llegado a un lugar al que querrá volver, no una vez sino todas las que le resulte posible. Aún le falta descubrir casi todo en ese lugar que alguna vez fue una bucólica aldea de pescadores y acabó por convertirse en un gran centro turístico, no sólo para los brasileños sino para viajeros de todo el mundo, y sin embargo ya presiente que habrá poderosas razones para sentir que Buzios ha sido una excelente elección para pasarla bien. O más que bien.
No es una exageración. Podrían certificarlo quienes ya pasaron por Armazao de Buzios y con toda seguridad podrán constatarlo quienes la elijan alguna vez como el destino para sus vacaciones. Allí conviven en perfecta armonía los rudos hombres de mar, que todavía tejen sus redes artesanalmente, con la gente que llega de la gran ciudad, Río de Janeiro, pero también de toda Brasil, de Argentina, de Europa y de otros sitios alrededor del mundo.
A Buzios se llega, en general, en busca de paz. Pero se encuentran muchas otras cosas. No hay allí uno sino decenas de atractivos para sentirse bien y disfrutar del descanso, desde sus 23 playas, ninguna igual a la otra, hasta las vistas panorámicas de una de las penínsulas más bellas de esta parte del planeta, según corroboran los cronistas de viaje y los turistas del mundo.
Villa veraniega
Una gran pasarela verde que se extiende como un brazo amistoso hacia el mar, una maravillosa sucesión de bahías y playas, un lugar con la infraestructura imponente de una gran ciudad turística pero con el espíritu incomparable de una villa veraniega. Todo eso es Buzios, y mucho más.
Aunque recibe a 400.000 turistas por año, este sitio pletórico de postales inolvidables aspira a conservar el espíritu de pueblo de pescadores que la gran estrella del cine francés en los 60, Brigitte Bardot, descubrió precisamente cuando estaba en la cúspide de su fama. La rubia llegó allí en 1964, atraída por un seductor amante brasileño, y se enamoró perdidamente del lugar, al que luego regresó cada vez que pudo.
Aunque a partir de ese momento Buzios se transformó en una ciudad turística, sus habitantes siempre intentaron conservar el perfil que aún hoy los distingue de tantos otros grandes centros esa esencia básicamente pueblerina que la hace irresistible y encantadora.
"Ese espíritu es algo que nos hace distintos y queremos preservarlo", explica Jean Claude Pomel, miembro del gabinete del prefeito (intendente) que gobierna la ciudad de Buzios. Preservar eso es una decisión estratégica de la Prefeitura Municipal, que ofrece la mejor infraestructura al turismo internacional pero se niega a convertirse en una urbe a orillas del mar.
Lo mejor de Buzios son las playas. Hay 23 y lo extraordinario es que en pocos días se pueden conocer todas. Alguien ha dicho, y con acierto, que ese es uno los mayores encantos de la península: conocer y disfrutar una por día.
Las playas son una especie de catálogo abierto, porque hay para todos los gustos. Algunas son abiertas y de aguas mansas. Otras son más estrechas y de mar bravo. Unas cuantas dan a la bahía y otras son oceánicas. Hay playas donde todo es arena y otras donde el atractivo excluyente son las formaciones rocosas y los macizos de coral.
En la Praia Tartaruga nadie debería sorprenderse si se encuentra nadando al lado de grandes tortugas. En la Praia do Canto es posible entender por qué la Bardot, que tiene allí su propia estatua, flechó de ese lugar sólo con sentarse frente al mar y disponerse a ver lo que desde allí se ve. En la Praia de Forno el mayor encanto está en la arena rojiza y en las formas y colores que se ven en el fondo del mar. Y en Tucuns y Geribá, esta última la que concentra la movida joven, se puede practicar surf, windsurf y otros deportes acuáticos.
La playa Joao Fernández es una de las más bellas. Aunque está un poco alejada del centro, o acaso precisamente por eso, ofrece tranquilidad y una de las postales más bellas de toda la península. A sus espaldas, salpicando los morros como si fueran gotas, las mejores posadas y las casas más imponentes avisan que se trata de un paraje aún más exclusivo dentro de una península que ya de por sí es distinta a cualquier otra. El aire marítimo y el color esmeralda del mar le agregan encanto incluso a la Praia Joao Fernandinho, más chica y apretada contra un morro, pero tan atractiva y seductora como cualquier otra. E ideal para disfrutar con los chicos.
Atractivos imperdibles
El poderoso atractivo de las playas distribuídas alrededor de la península se complementa con un amplísimo menú de opciones para salir, divertirse, pasear, comer y comprar. Es un pecado no alquilar un buggie y recorrer toda esa caprichosa geografía a través de calles y caminos que serpentean entre los morros y se asoman a cada rato al mar. Y también es imperdonable privarse de una caminata por la Rúa das Pedras, en pleno centro, o por las calles que llevan hacia lo más alto de las estribaciones del terreno o hacia las playas.
Otro placer irrenunciable es comer en cualquiera de entre una increíble variedad de restaurantes de categoría internacional, casi todos ubicados frente al mar. O tomar una caipirihna en la playa Azeda. O ver la Ilha Branca desde la Punta do Criminoso (Punta del Criminal), un lugar que recuerda a los temibles piratas que solían asaltar la aldea de pescadores. Piratas que allí mismo, en el paso entre el continente y las islas de Gravatá, Ancora y Filhote, solían ser engullidos por el mar como una revancha de la naturaleza contra sus saqueos y demás crímenes.
En Buzios hay que darse tiempo, además, para treparse a lo más alto de los morros y buscar las vistas panorámicas. Eso sí que es una fiesta. Hay que mirar hacia la Ilha Branca y hacia la gran bahía que se extiende por detrás y comprobar que el contraste entre los colores de la naturaleza (en este caso, el azul del cielo y el esmeralda del mar) constituye una de las mejores postales del planeta. Y otras veces hay que hacer el ejercicio contrario, bajar a la playa (en la extensa y mansa Ferradura, por ejemplo) y mirar alternativamente hacia los cerros y hacia el mar para descubrir sensaciones nuevas a cada paso y atrapar la esencia del lugar.
Hay mucha riqueza y mucho lujo en Buzios, el sitio preferido de los cariocas más acomodados, pero en sus calles sigue intacto ese aire a pueblo del que se habló más arriba. El resultado es una rara armonía en la que conviven el glamour que recuerda a la europea Saint Tropez y la sencillez de cualquier aldea junto al mar. “Un sitio donde la elegancia más exclusiva convive armoniosamente con la simplicidad y la espontaneidad de su gente”, escribió alguna vez el argentino Aníbal Sciarretta, un fotógrafo que se radicó allí hace dos décadas y que retrató como nadie los paisajes de este refugio junto al mar.
A Buzios se llega después de pasar por Río de Janeiro, de atravesar el larguísimo puente a Niteroi y de viajar 180 kilómetros por autopistas y autovías que van dejando atrás la ciudad para ir acercándose a destino. En el trayecto el viajero irá presagiando lo que vendrá. Son algo menos de tres horas de viaje. Todo lo que vendrá después será inolvidable.
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