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domingo,
26 de
noviembre de
2006 |
Editorial:
Granizo, emergencia y rumores
La violenta tormenta que golpeó a la ciudad dejó crudamente expuesta la precariedad en que viven muchos rosarinos. Es que las huellas de la profunda crisis que golpeó al país no se extinguirán en un lapso breve, por más que la reactivación económica que se vive sea a esta altura un hecho incuestionable. Entonces, cuando la furia de la naturaleza se hizo presente, las heridas apenas cicatrizadas volvieron a abrirse en toda su dimensión: fueron numerosos aquellos que, sobre todo en los sectores más humildes de la urbe, sufrieron en sus viviendas daños de consideración, que en muchos casos los obligaron a buscar un nuevo techo bajo el cual refugiarse.
La respuesta del Estado en sus tres vertientes -nacional, provincial y municipal- fue en términos generales acertada: ante la inesperada emergencia que se presentó, se hacía verdaderamente difícil implementar soluciones caracterizadas de manera simultánea por su celeridad y eficiencia. Y más allá de que, tal cual ya se lo observó en esta misma columna, se percibió cierta ausencia de liderazgo político por parte de quienes tienen la crucial misión de gobernar, el balance de lo sucedido merece expresarse con una frase de empleo cotidiano en esta Argentina acostumbrada a la zozobra: pudo haber sido peor.
Sin embargo, una sombría amenaza se instaló durante las últimas jornadas sobre los rosarinos y el poder político debió salir a desvirtuarla: el fantasma de los potenciales desbordes populares se hizo presente y a muchos que tienen buena memoria un escalofrío les recorrió la columna vertebral. Pese a ello, no cabe sino sospechar que detrás de ese rumor ominoso existió una intención frecuente en el escenario político nacional: la de obstaculizar, la de poner palos en la rueda, la de destruir.
Oscuros intereses parecen existir, por cierto, detrás de tan penoso propósito. Pero no sería extraño que tal cosa sucediera: a pesar de las dolorosas lecciones de la historia, todavía actúan en el país -y por cierto también en la ciudad- fuerzas minoritarias que apuestan a que todo empeore, para poder cosechar supuestos réditos del caos reinante. Vinculadas habitualmente con los dos extremos del arco ideológico, suele hermanarlas una característica: su ferviente pasión antidemocrática.
Por fortuna, hace tiempo que el sistema se ha consolidado y la ciudadanía ya no cae en la trampa. Pero ante la desesperación justificada que sintieron muchos de los damnificados por la tempestad, correspondía aplicar una combinación de dos factores: ayuda material y calma.
No se saldrá del pozo en un día y así deben entenderlo todos. Pero el Estado debe recordar que sólo privilegiando a los más débiles logrará aventar definitivamente a cada uno de los viejos fantasmas.
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