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 domingo, 26 de noviembre de 2006  
En foco. El crecimiento versus la desigualdad

Mientras Rosario atravesó una semana poblada de piquetes que -lejos de reclamar chapas y colchones para cubrir los efectos de la granizada- dejaron al descubierto una sociedad donde las necesidades básicas están muy lejos de ser satisfechas, los números de la macroeconomía rebasan optimismo. En los últimos días se supo que las reservas internacionales ya superan los 30 mil millones de dólares, las cuentas públicas siguen fortalecidas y la desocupación está al límite de tocar el dígito.

A las cifras que daban cuenta de un incremento del empleo y acumulación de reservas en divisas internacionales, sumadas al crecimiento de la producción de bienes y servicios, la ministra de Economía, Felisa Miceli, adicionó un superávit de 2.142,2 millones de pesos en las cuentas del sector público.

No es una noticia menor, el sector público nacional, está conformado por la administración nacional, los fondos fiduciarios, las empresas públicas nacionales y otros entes del Estado, y la evolución de sus cuentas es el resultado de medir recursos versus erogaciones. Pero al mismo tiempo, lo más optimista es quizás la calidad del gasto. La ministra subrayó el incremento registrado en las partidas destinadas a la obra pública, que crecieron "un 65 por ciento en el acumulado anual", dijo.

Por otra parte, el índice de desocupación bajó al 10,2 por ciento al término del tercer trimestre del año, contra el 11,1 de igual período de 2005, según el Indec y este fue el registro más bajo desde la crisis.

Los indicadores económicos comienzan a hacer pensar que es posible administrar bien un país con recursos y capacidad humana de sobra, que tiene un efecto rebote sorprendente incluso para el resto del mundo que aún se asombra por el rápido paso de los cacerolazos al desendeudamiento con el FMI.

Sin embargo, la discusión de fondo todavía sigue pendiente. Aquella que empieza a despuntar cuando hay viento de cola: la concentración del ingreso.

El gobierno insiste con los acuerdos de precios para contener la inflación y evitar el desaliento del consumo, pero al mismo tiempo se resiste a abrir la discusión salarial e incluso es el primero en poner los techos, previa sugerencia de los grupos empresarios.

Esta semana la misma ministra aseguró que no se subirán los mínimos imponibles al impuesto a las ganancias, lo que en criollo significa que un universo cada vez mayor de asalariados comenzarán a pagar ese gravamen. Con lo cual, cualquier aumento que los trabajadores hayan conseguido por efecto del mercado -mayor demanda de mano de obra especializada, por caso- si no queda pulverizado por la inflación se lo come el fisco.

Aunque ordenar las cuentas es una buena fórmula para reordenar una economía desvastada, a la hora de hundir el cuchillo hasta el hueso, parece que todo queda a mitad de camino.
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