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sábado,
25 de
noviembre de
2006 |
Las divergencias entre sunitas y shiítas allanan el camino a la insurgencia
Irak es un polvorín que no tiene salida
La búsqueda de un acuerdo para frenar el caos que reina
en el país del Golfo parece destinada al fracaso
El Cairo. - A primera vista, el sangriento caos en Irak parece obra de fanáticos religiosos ávidos de venganza. Pero con sus acusaciones y sus amenazas subliminales, los líderes políticos del país del Golfo han allanado la situación para que se produzca una nueva ola de atentados y acciones de desquite, según observadores. Ahora, algunos de ellos tratan de dar marcha atrás. Pero parece que ya sólo tienen relativa influencia sobre los líderes de las milicias y las células terroristas. El control sobre los grupos extremistas del propio bando amenaza con escurrirse de las manos de políticos tanto shiítas como sunitas.
Tras el baño de sangre en el barrio bagdadí de Ciudad Sadr -que causó más de 200 muertos-, tanto el premier, el shiíta Nuri al Maliki, como el vicepresidente, el sunita Tarek al Hashimi, instaron a la moderación. "Pido a la resistencia que reflexione sobre su posición. Responder a la violencia con contraviolencia no conduce a nada", dice Al Hashimi, cuya familia ha sido en los últimos meses varias veces objetivo de extremistas.
E incluso el consejo sunita de los Ulemas, que simpatiza con los insurgentes de forma más abierta que el Frente de Consenso Iraquí de Al Hashimi, exige ahora a los radicales que practiquen la "autodisciplina". Las investigaciones penales contra el secretario general del Consejo, jeque Harith al Dhari, podrían ser una de las razones de la reciente escalada de violencia.
Otro desencadenante de los actos de venganza de los sunitas fue, según observadores en Bagdad, el secuestro en masa en una institución dependiente del Ministerio de Educación Superior. Y es que el hecho de que decenas de funcionarios pudiesen ser secuestrados a plena luz del día sin que las autoridades estatales intervinieran fue valorado por los sunitas como una prueba del partidismo de las fuerzas de seguridad, dominadas por los shiítas.
El trasfondo del secuestro no se ha aclarado oficialmente hasta ahora. Los captores, que dejaron libre a una parte de los secuestrados poco tiempo después, maltrataron a unos y mataron a otros, pertenecerían al shiíta Ejército del Mahdi. Sobre los manejos de esta milicia, que más o menos está bajo las órdenes del clérigo radical shiíta Muktada al Sader, apenas tiene influencia el primer ministro Al Maliki, que pertenece al algo más moderado partido Dawa.
Lo que finalmente hizo derramar el vaso fue un comentario del presidente del Frente del Consenso iraquí, Adnan Dulaimi. El jefe del partido sunita más fuerte en el Parlamento acusó a los diputados shiítas de escuchar demasiado el consejo del régimen shiíta en Teherán. Los shiítas lo acusan por su parte de apoyar a grupos terroristas.
En vista de los acontecimientos en la política interna, los observadores apenas pueden imaginarse que la idea lanzada por Washington de implicar a Siria y a Irán en la búsqueda de una salida al caos pueda verse coronada pronto con el éxito.
No obstante, algunos políticos de Bagdad creen que los iraquíes podrán deshacer el entuerto. Pero para ello, los vecinos deberían dejar de echar leña al fuego y, en vez de eso, tratar de tranquilizar la situación, según su cálculo. (DPA)
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Fotos
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Restos de un coche bomba en Bagdad.
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