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domingo,
19 de
noviembre de
2006 |
[Primera persona] - Mariana Caviglia
Memorias de la gente común
La vida cotidiana, eje de un minucioso ensayo sobre el pasado reciente
Osvaldo Aguirre / La Capital
Mariana Caviglia no proviene de una familia de militantes ni tiene parientes desaparecidos, pero se reconoce como parte de una generación "marcada profundamente" por la última dictadura militar. Nacida en 1976, es docente e investigadora de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Plata y ha abordado ese período desde un ángulo poco explorado: el de la vida cotidiana. Este año ha publicado dos libros sobre el tema: "Vivir a oscuras", primero, y ahora "Dictadura, vida cotidiana y clases medias" (Prometeo), un ensayo apoyado en entrevistas por el que en 2004 obtuvo el Premio Rodolfo Walsh a la mejor tesis de investigación periodística.
-Uno de tus premisas es que "la memoria de la gente común" no ha sido tenida en cuenta en los relatos del pasado reciente. ¿Cómo explicarías ese olvido?
-Siempre se han mirado más otros factores de este período y los análisis se han centrado, casi exclusivamente, en aquellos actores que han sido comprendidos como los protagonistas, es decir las "víctimas" y los "victimarios", los que militaban o tenían alguna participación en las organizaciones armadas, los actores del régimen militar o ciertos grupos como la prensa o la iglesia. Está bien y es lógico y necesario que así sea en las primeras miradas de esta cuestión, tanto porque la participación y el tipo de responsabilidad de esos actores son bien distintos a los de la "gente común" como porque entre ellos se encuentran los principales culpables del horror. Pero la "gente común" también fue partícipe de lo ocurrido. De hecho, mucho se ha hablado de que el terror no hubiera sido posible sin el apoyo tácito o explícito de la mayoría de la sociedad. Y sin embargo escasean las investigaciones en ese sentido. De todos modos, el punto de partida del trabajo no es que la "gente común" es responsable de lo sucedido, en el sentido de complicidad o culpabilidad que se le ha dado en general a este término, como si le hubiese prestado un apoyo voluntario y hubiese actuado deliberadamente a favor del régimen de terror, porque en verdad la dinámica y la construcción de un orden social es mucho más compleja. Por eso me interesó ver cómo funciona la sociedad en un momento así, cómo se fueron instalando las condiciones que hicieron posible el terror y cómo éstas fueron recreadas desde la vida cotidiana de la "gente común".
-¿Cómo se fue dando ese proceso?
-Parto de la idea de que hubo una fractura cotidiana por la que un día se precipitó el terror estatal. Un quiebre de ese orden de lo normal y lo natural, que hizo que comenzaran a cambiar los criterios de normalidad y que se instalaran en la vida cotidiana nuevas prácticas, sentimientos e ideas, o que se resignificaran las ya existentes, que entonces pasaron a ser las normales y naturales y sobre las que el régimen de terror tejió su hegemonía. Todo orden social se expresa antes de institucionalizarse en transformaciones pequeñas, imperceptibles, en el campo de la cotidianidad. La idea, puesto que el terror no vino de afuera, fue rastrear esos cambios antes del 24 de marzo de 1976, lo cual coincide con los testimonios de la mayoría de las personas que entrevisté. Muchos no perciben un cambio en esa fecha o en todo caso perciben ciertas transformaciones pero no un quiebre.
-¿Cuándo puede situarse el momento de esa fractura y cómo se manifiesta?
-La fractura tuvo lugar en la etapa previa al golpe, aunque no hay un momento único porque esos cambios que se fueron produciendo en la cotidianidad afectaron de diversas maneras a los sujetos haciendo que el quiebre tuviera lugar en distintos tiempos. Por eso mi trabajo está realizado sobre la base de tipologías construidas a partir del elemento predominante que en cada caso produjo esa fractura. En un caso fue el miedo, en otro el caos y en otro la sensación de que se vivía en una sociedad en la que todo era posible. Aunque los tres elementos se encuentran relacionados, porque ese estado de cosas en que todo es posible es lo que define a una sociedad totalitaria, una sociedad en que los sujetos no encuentran parámetros con los cuales moverse y en la que parece no haber códigos compartidos, en la que se hace difícil trazar la propia trayectoria y predecir las reacciones de los demás a los propios actos. A su vez esa situación genera ese miedo que, en términos de Norbert Lechner, podríamos definir como miedo al sinsentido, a una situación que se presenta como fuera de control, sobre el que se instalan y cobran significación el miedo al otro y a la exclusión. Un miedo absoluto al cual el régimen respondió con el discurso del "orden". Por eso es necesario aclarar, cuando se dice que la "mayoría silenciosa" pedía orden, que en verdad lo que se ansiaba era el retorno a la normalidad. La gente no pedía que hubiera desaparecidos, que se torturara: lo que había detrás del pedido de orden era la necesidad de que se restableciera la rutina. Ninguna sociedad logra permanecer demasiado tiempo en ese estado, porque la rutina es lo que nos protege de la angustia ante la muerte, lo que nos da esa seguridad que encuentra su fundamento en la confianza hacia los demás. A su vez, ese miedo va generando otras prácticas y otras opiniones: la gente deja de salir, de hablar, de preguntar, empieza a construir figuras de otros que parecen ser enemigos o generadores del miedo y eso por supuesto tiene consecuencias políticas. De hecho la dictadura se apropió de ese miedo y trabajó sobre la esperanza de orden, seguridad y justicia.
-Otro rasgo de la "gente común" es decir que ignoraba por completo lo que ocurría. ¿Era desconocimiento o negación?
-Depende. Por un lado, hay una cuestión inherente a lo cotidiano que se refiere al no cuestionamiento de aquello que aparece como normal y natural. Uno no se interroga sobre lo cotidiano, simplemente lo practica. En este sentido, aquello que ocurría y se había vuelto cotidiano, por definición, no era puesto en duda. Por otra parte, el desconocimiento tiene que ver con la trayectoria de cada uno. Hay gente que no circulaba por determinadas espacios o no se relacionaba con determinadas personas o con la política y realmente desconocía lo que pasaba. Y también hay cierta necesidad de negación. Pero nadie me dijo, en ninguna entrevista, "yo no sabía lo que pasaba". Se vivía en ese clima y la gente se enteraba todos los días de algo. Otra cosa era comprenderlo y hacerse una idea de la magnitud del acontecimiento, porque era un hecho excepcional, que no había sucedido antes y entonces los criterios previos no permitían aprehenderlo. El pensamiento cotidiano tiende a subsumir lo que sucede en sucesos análogos anteriores, y esto no funcionaba entonces.
-¿El cambio en los criterios de normalidad otorgó consenso a la dictadura?
-Todo orden social precisa criterios de normalidad para sostenerse. Pero la gente no creó las condiciones de posibilidad del horror sino que las recreó de continuo en sus prácticas cotidianas. Inevitablemente, uno recrea las condiciones del orden en que vive y tiene la posibilidad de reproducirlas o transformarlas, según el lugar que ocupa. Lo que intenté ver es cuáles fueron las condiciones de posibilidad del terror más allá del campo del pensamiento sistemático, es decir las razones que generalmente conocemos y sobre las que se ha trabajado, que tienen que ver con razones históricas, políticas, económicas, que por otra parte no nos dicen nada sobre la experiencia concreta que de ellas tuvieron los sujetos en aquella época. Dejando de lado eso, me pregunto, ¿qué otra cosa funcionó para que fuera posible el terror? Y digo que el terror fue posible también porque hubo ideas, opiniones, representaciones, que se fueron volviendo cotidianas y fundamento de acciones, y sobre las cuales el régimen tejió su hegemonía. En todo orden social esas ideas existen; son las que nos hacen decir qué es bueno y qué es malo, qué es justo y qué es injusto, qué es tolerable y qué es intolerable. Por ejemplo la idea de que los conflictos políticos se resolvían con un golpe de estado. Cuando el golpe de 1976 tiene lugar para muchos era un golpe como los demás.
-¿Los entrevistados manifestaron resistencia o rechazo a hablar sobre algún aspecto del período de la dictadura?
-Hubo gente que no quiso hablar y que aún hoy tiene temor. La gran mayoría me pidió que cambiara sus datos, en muchos casos por miedo a que se supiera lo que opinan. Y en general la gente no piensa esto que está en la base de la investigación: que desde las más pequeñas acciones cotidianas cada uno recrea, contribuye a reproducir o a transformar el orden social en que vive, aunque dentro de ciertos límites y según las distintas posibilidades de movilizar poder. Para muchos, aquello que hicieron o que hacen hoy no tiene ninguna repercusión sobre la sociedad en la que viven. Lo cual también se relaciona con la necesidad de mantener la identidad: reconocer la propia "contribución" -entre comillas- de cada uno a esas condiciones de posibilidad del terror supone poner en riesgo o en duda la propia identidad.
-¿Por qué elegiste la clase media como objeto de investigación?
-Porque me interesa mi generación por una cuestión de edad pero también de clase y, más aún, de compartir una misma experiencia. Además porque creo que la clase media, sobre todo la de entonces, es la que tiene la gran capacidad de ser motor histórico, de producir cambios. Y tal vez todo hubiera sido distinto si la clase media hubiese tenido otra actitud.
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Presente. "Hubo gente que no quiso hablar y que aún hoy tiene temor", destaca Caviglia.
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