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 domingo, 01 de octubre de 2006  
[Nota de tapa]- El cine como club
La comezón del séptimo arte
Funciona en Rosario desde hace 56 años y es el m´ñas antiguo del país. Una historia ligada a la pasión por las imágenes

Lisy Smiles / La Capital

En estos tiempos que corren cada vez más rápido la frase "Por amor al arte" encierra cierta sensación de incredulidad. Más aún si ese amor es al séptimo arte. Esa incredulidad es la que desafían quienes participan de las funciones del Cine Club Rosario (CCR). Esa frase hecha lema es lo que empuja a mantener vivo ese ámbito cultural. Y no es poca cosa: ya cumplió 56 años y es el más antiguo del país.

El Cine Club Rosario se fundó el 13 de agosto de 1950. Era domingo y comenzó sus funciones en el ya desaparecido cine Atlas (Rioja entre Maipú y San Martín). La cita fue a las 10. Es que por entonces las salas trabajaban sin cesar, por lo que para el grupo fundador no fue sencillo conseguir una lugar para proyectar.

Esos amantes del cine provenían en gran parte de la revista literaria "Espiga" y de la Asociación de Cronistas Teatrales y Cinematográficos de Rosario. Películas argentinas, norteamericanas, españolas y mexicanas eran las que se veían a diario, las demás producciones no entraban dentro de la oferta general. La propuesta del Cine Club se acomodó en esa ausencia.

El programa inaugural fue un ejemplo de lo que sería su perfil, ofreció dos películas: "La melodía del mundo" (1929), un "documental rítmico, de origen alemán", como lo caracterizaba el programa original, y "El testamento del Dr. Mabuse", de Fritz Lang, otra película alemana, esta vez de 1934, presentada como un policial expresionista, y que fue prohibida por el nazismo y luego se dio por desaparecida.

Cuando hace seis años se realizaron los festejos por el cincuentenario, ese amor por el séptimo arte hizo que se pudiera conseguir la película de Lang. "Sí, la conseguimos gracias al Instituto Goethe", apunta orgulloso el actual presidente del CCR, Alfredo Scaglia, un verdadero rastreador de filmes por todo el mundo.

El 13 de agosto de 1950 La Capital incluía dentro de las noticias del día el seguimiento de la guerra de Corea, Rosario Central jugaba con Platense y Ñuls con River. En cuanto a las crónicas de espectáculos, la compañía teatral de Francisco Petrone terminaba su actuación en la ciudad y se anunciaba la primera función del Cine Club.

"Abundante cantidad de espectadores", describía el diario al otro día del estreno. Esa mañana en el Atlas, "ambas producciones (por los filmes) fueron celebrados por los espectadores con aplausos".

Una nota formal, con el típico encabezamiento "De nuestra consideración" se entregó a los primeros socios como documento fundacional. Allí se explicitaron los objetivos, tomados de la Federación Internacional de Cine Clubes. Exhibiciones cinematográficas de "calidad superior y de museo", conferencias, debates, cursos, la creación de una biblioteca junto a promover filmes experimentales y concursos figuraban entre los principios fundacionales.

Desde entonces, la actividad no cesó. "Y eso que nos podrían decir que somos gitanos del séptimo arte", bromea Scaglia, y tiene sus razones. El CCR tuvo múltiples sedes, pero esa cuestión no fue un escollo. Se sabe que el amor por la camiseta es lo que prima en cualquier club.

Del inicio en el Atlas a la sala de la Asociación Médica (Tucumán y España), su sede actual, hubo 14 locaciones diferentes para esa pasión. La Lavardén, la Biblioteca de Mujeres o el cine del Colegio San José estuvieron en la lista. Pero el recuerdo se instala más fuerte en la época en que funcionó en el cine Urquiza (ubicado en Urquiza al 1600, hoy estacionamiento de un supermercado) o en el Imperial (Corrientes y Tucumán).

La cercanía del cine Urquiza al comedor universitario invitaba a aprovecharlo. Las funciones allí eran los lunes porque ese era el día que la sala no funcionaba, y por esa circunstancia no se encendía la calefacción. Aunque el termómetro marcaba fríos números de un dígito, sus socios igual asistían.

Orlando Santi es socio vitalicio. "Lo tomo como un premio a la constancia, más que como el paso del tiempo", advierte. Fue parte del público en la primera función del CCR y también en aquellas jornadas congeladas del Urquiza. "Hacía tanto frío que mi mujer se llevaba la bolsa de agua caliente. Pero nunca se suspendieron las funciones", relata.

Santi es un agradecido de su adhesión a este club. "Siempre fue un placer ir a las funciones, sentir que uno puede compartir con otros esas películas", dice.

En la historia del cine club local cada década tuvo lo suyo. La experiencia llevada adelante en el Imperial lo demuestra. Allí, se acordó el uso de la sala con características de cine arte. "Esa sala-detalla Scaglia- pertenecía a United Cinema. Sacaron al Imperial del circuito comercial. Los lunes estaba la función nuestra, martes y miércoles había un programa de revisión y los jueves arrancaba un estreno, que a veces nosotros preestrenábamos en la función del lunes".

Otro momento clave fue a mediados de los 80 cuando el CCR comienza a funcionar en su actual sede, la Asociación Médica. La democracia permitió el ingreso de películas antes ocultas o prohibidas, y la gente quería ver todo. "Había lista de espera para asociarse", apunta Scaglia.

Advierte además que el carácter trashumante del cine club en sus primeros años tuvo sus razones. "Las funciones se dieron donde se podía", pero lo cierto es que aunque tan sólo fuera un puñado de socios, la actividad continuó. Así son los amantes.


El cineclubismo
Cuenta la historia que el antecedente del cine club puede ubicarse en 1908 en Francia, con la creación de una asociación que promovía los filmes como arte. Luego, artistas ligados al cubismo y al surrealismo promovieron la existencia de estos ámbitos. En Argentina, el movimiento se conecta con la posibilidad de disfrutar de la producción de determinados autores o para asomarse a películas que respondían a distintas vanguardias artísticas.

"Asociación para la difusión de la cultura cinematográfica, que organiza la proyección y comentario de determinadas películas", es el significado que arroja el diccionario de la Real Academia Española para definir qué significa la palabra cineclub. Pero los seguidores de esta actividad prefieren presentarla como una actitud.

Juan Carlos Arch tiene a su cargo el cine club que funciona en la ciudad de Santa Fe, entidad hermana de la rosarina. Ha escrito numerosas críticas, es realizador cinematográfico y hasta incursionó en la distribución de películas. Junto a Scaglia, está en el comité ejecutivo de la Federación Argentina de Cine Clubes. En un artículo que publicó en la revista del cincuentenario del CCR, Arch explica, desde adentro, la intención del cineclubismo. "A diferencia de las otras disciplinas del cine, los cineclubistas somos generosos -advierte-. No nos importa qué piensan los demás, para nosotros lo más importante es que la gente vea el buen cine. Y con lo de buen cine no estamos bajando línea ni etiquetando nada, simplemente queremos que las películas que hacen ruido lleguen a nuestros asociados, cómplices eternos de esta pasión".

Quizá el prejuicio puede inducir a pensar que quienes asisten a un cine club son una mezcla de fanáticos con fundamentalistas de un cine de elite. Sin embargo, la cuestión hoy poco tiene que ver con esa imagen. "Es una pasión, no una manía. No somos los locos del cine, sino que lo hemos adoptado como medio de comunicación ideal", señala.


El detrás de escena
Esa pasión lleva a estos amantes del cine a rastrear películas por el mundo. Además de los autores consagrados como Godard, Berman, Fazzbinder, Herzog, Passolini o Bertolucci, entre tantos otros, la pantalla alberga ciclos imperdibles con producciones niponas, suecas, cubanas o asiáticas. "Es un prejuicio pensar que el cineclubismo rechaza el cine comercial. Muchos de los estrenos que presentamos podrían exhibirse en las salas comerciales, de hecho en sus países originales así ocurre", dice Scaglia.

El circuito que recorre Scaglia como programador incluye los catálogos de las distribuidoras, las cinematecas nacionales, embajadas, festivales y por supuesto otros cineclubes. Algunas películas se compran, otras se alquilan, o son donaciones.

Los costos son variados. "Un flete internacional es casi prohibitivo", alerta y como ejemplo recuerda dos películas italianas que intentó acercar a Rosario. "Eran de 35 mm y el flete que incluía el seguro costaba 1.200 euros; por suerte logramos que lo pagara un ministerio italiano", cuenta aliviado. Algunas embajadas o cinematecas nacionales se encargan de esos costos, pero cada vez menos.

En cuanto al trato con las distribuidoras depende de si el material fue estrenado o no. Y ahí la paciencia se convierte en un conjuro astuto de la ansiedad. "A veces espero meses o años porque pueden llegar a costar miles de dólares ", explica el presidente del CCR.

No siempre el que se sienta en una butaca imagina los obstáculos que debe sortear una película para llegar a esa pantalla. El retraso de un avión, o los amigos de lo ajeno hacen de lo suyo. Scaglia aún se ve parado en el aeropuerto de Fisherton esperando la llegada en avión de una película, vuelo que pisó Rosario en el horario de la función.


Los extras
Tal como lo decía en su acta fundacional, el Cine Club no sólo abre la posibilidad de ver películas en su sala. Los socios pueden además aprovechar en sus hogares de los títulos que se componen la cinemateca.

Sin duda una de las tareas que lleva adelante el Cine Club y que encierra un valor particular es la de recuperación de películas. Tal es el caso de "El último malón", de Alcides Greca, realizada en 1917 en Santa Fe. Enmarcada dentro del cine mudo, es un documental que narra la sublevación indígena en la provincia, realizado a igual nivel que las producciones europeas de la época.

También debe considerarse otra película emblemática como "Juan Moreira, el último centauro", dirigida por Enrique Queirolo, y producida por Jaime Sust y Emilio Windells, realizada en 1923. La versión digitalizada de este filme estuvo a cargo de Rafael Muñoz y de Scaglia, mientras que el negativo original fue entregado por Jorge Sust (nieto del productor) al cine club para su restauración. Cuando se recupere y se logren realizar nuevas copias se transformará en la recuperación más importante de la época "muda" en la cinematografía de Latinoamérica.

Junto a estas joyas, más de 3 mil ejemplares conforman su biblioteca. Los materiales son de consulta, no se prestan, ya que muchos de ellos son ediciones únicas.

Sus 200 socios puros más varios miles que llegan a través de la Asociación Médica también pueden participar de sus cursos y seminarios, de las publicaciones propias y de las investigaciones llevadas adelante por el Centro de Estudios, Perfeccionamiento e Investigación Cinematográfica (Cepic).

Las 6.291 funciones que ha logrado el Cine Club Rosario hasta hoy demuestran su fortaleza como gestor cultural, pero también la tenacidad de sus integrantes. Mientras la cadena de ensoñaciones no cesa de sumar eslabones -del libro a la película, y de allí a la televisión para circular como video o DVD- aquel amor prometido en la década del 50 sigue concretándose semana a semana.

El Cine Club Rosario sobrevivió al cierre de salas, a la aparición de nuevos formatos, al cada vez más rápido avance tecnológico, y lejos parece estar de lo que algunos vaticinan en otras latitudes sobre una supuesta desaparición de la actividad. Una librería céntrica albergará en poco tiempo más unas cincuenta butacas que por lo pronto permitirán charlas y conferencias, pero que también intentará el retorno del cine club infantil juvenil que alguna vez funcionó en la institución. Entonces, esa apuesta al futuro, en cuanto al tiempo cronológico y como inversión hacia los más pequeños, devolverá lo que sus fundadores y muchos de sus socios recuerdan como el inicio del romance: el cine como un pasaje seguro para viajar al siempre estimulante mundo de las imágenes.
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Suspenso. Todas las semanas los socios de este club se sientan en las butacas a la espera de ser sorprendidas por alguna película especial.

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