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 domingo, 03 de septiembre de 2006  
Concursos: premiar la historia
Prohistoria ediciones y La Capital convocan a historiadores a participar en el certamen "Juan Alvarez"

Darío G. Barriera

La escritura de la historia es un trabajo permanente, necesario, vital y colectivo. Como lo ha escrito Walter Benjamin, articular históricamente el pasado no significa conocerlo como realmente ha sido, sino apoderarse de un recuerdo tal y como este aparece en un instante de peligro. Un recuerdo, una realidad, un proceso. Un instante. Ese instante de peligro es, siempre, el presente: y este presente nuestro, como los presentes que han pasado y como los que vienen, requieren de la incesante tarea de recuperación y reinterpretación de nuestros múltiples pasados.

Y es para estimular esta tarea que La Capital y Prohistoria Ediciones convocan a historiadores e historiadoras a la presentación de obras inéditas sobre historia local, provincial o regional, con el propósito de gratificar esa labor otorgando el Primer premio anual de Historia regional "Juan Alvarez", en su edición del año 2006.

El premio, establecido este año por ambas casas editoriales con el objeto de promover la difusión de conocimiento histórico local y regional, consiste en editar y poner en circulación, en formato de libro, un trabajo de investigación histórica original cuyo objeto ponga en valor realidades vinculadas con nuestros tiempos, nuestros territorios y nuestros espacios compartidos con otros, retazos del tejido de la historia.

La convocatoria es muy amplia: no restringe el universo temático ni la periodización. Se pondrá en valor, sobre todo, el que la obra consiga plantear, a través del enfoque de un tema particular, problemas de índole general. De este modo, los organizadores del premio promueven la producción de un conocimiento que se proponga comprender o explicar fenómenos cuya importancia trascienda lo anecdótico.

Durante varias décadas y hasta hace muy poco tiempo, los ámbitos académicos y los consumidores de libros de historia relegaron a las historias locales y regionales a una zona gris, como si se tratara de un conocimiento secundario, opaco, siempre menos legítimo que el ocupado por la historia nacional o por cierta historia de héroes y batallas. No obstante, desde comienzos de los años 1980s., las historiografías regionales producidas en las Universidades Nacionales de todo el país enseñaron un punto de vista que matizaba -cuando no cuestionaba frontalmente- las monolíticas imágenes de una historia argentina que, sobre todo, era la proyección inopinada de la historia de la ciudad de Buenos Aires y su entorno como historia de toda la nación.

Hacia la última década del pasado siglo XX, otra oleada de grandes cuestionamientos sobre las versiones oficiales de la historia argentina, provino sobre todo desde el periodismo. Ultimamente, grandes sellos editoriales hicieron notar que contar lo mismo, pero al revés, intercambiando de lugar a héroes y villanos, era un estupendo negocio. Mientras tanto, la historia regional producida por profesionales universitarios, no dejó de renovarse y de fortalecerse: sin embargo, su ámbito de impacto parecía reducido a los circuitos académicos, esotéricos y separados de un público masivo de lectores de libros de historia.

Esta situación se mantuvo en líneas generales al menos hasta los albores del milenio, cuando la publicación de la "Nueva Historia Argentina" de Editorial Sudamericana y de la "Nueva Historia de la Nación Argentina" de Editorial Planeta -dos obras que, aunque no resignaron el formato académico tuvieron un impacto de circulación importante- mostraron ya que la composición de la historia de todo un país era imposible ignorando las contribuciones de los mencionados estudios regionales. En nuestra provincia, por cierto, los resultados de años de trabajo vinculados con los estudios regionales, fueron puestos a disposición de un público amplio con la edición de la "Nueva Historia de Santa Fe", decididamente enfocada para comunicar una visión profesional de la historia teniendo en mente una gama de lectores muy amplia.

Pero en todo este tiempo, ¿qué ha sido de la historia local? Cenicienta entre cenicientas, esta antigua práctica historiográfica, vinculada con el amateurismo, la escritura de domingo, la transcripción documental y con la crónica del coleccionista de datos, permanece todavía en un relativo cono de sombras, sospechada de oscurantismo, de inoperante o sencillamente de intrascendente. Sin embargo, desde muchos años a esta parte y a lo largo de todo el mundo, la recuperación de lo local como una legítima dimensión comprensiva de la historia y de la tarea de los historiadores aficionados a la historia de su pago, viene ganando terreno en el ámbito de la historia profesional.

De las Universidades, los Centros de Estudio, los Institutos de Formación Terciaria y desde diversos Centros de Investigación, proviene un nuevo tipo de conocimiento local que es superador de la colección de datos y anécdotas, porque vincula problemas generales, realidades continentales, nacionales o regionales con lo que sucede allí, en el lugar. Así, la historia regional y la historia local realizadas profesionalmente, comparten hoy el interés por las particularidades que ciertos fenómenos presentan en un espacio (la región) o en un lugar (lo local, el pago, el pueblo, la villa, la ciudad misma). Estos estudios calibran, detectan el pulso, a escala regional o local, de fenómenos económicos, políticos, religiosos o culturales que, bajo la lupa de la historia, muestran su carácter vinculante con distintos espacios y diversos tiempos.

Premiar los esfuerzos de quienes realizan la escritura de la historia, desde los enfoques locales o regionales, desde la academia o desde el saber hacer de una pasión bien cultivada, es una tarea imperativa. Necesitamos de más, mejores y de distintas historias: no para prever el futuro, pero sí para evitar cargar con un pasado mitificado o desmitificado sin ton ni son, como si en la vida todo fuera blanco sobre negro.

Recordemos, de nuevo, con Walter Benjamin, que quien anda al tanteo en el pretérito, como en una bodega de trastos con ejemplos y analogías, no tiene todavía la más mínima noción de cuánto es lo que depende, en un instante dado, de traer a presente ese pasado. Esa dependencia no es una subordinación, sino una feliz observancia: la de constatar que la escritura de la historia vale más como ejercicio que como remedio.

Darío G. Barriera es profesor de la UNR

y director de la revista Prohistoria.
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El primer historiador local. Juan Alvarez.

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