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 domingo, 03 de septiembre de 2006  
Editorial
Autos atacados a piedrazos

La reiteración preocupa: la bajada de Pellegrini hacia el acceso sur se ha convertido en escenario predilecto para el accionar de delincuentes o peligrosos vándalos que arrojan pesados proyectiles sobre los vehículos, potencial detonador de una tragedia. La dimensión inocultable del drama social no puede funcionar como excusa para no adoptar las medidas de protección necesarias.

L a situación, por reiterativa, se ha tornado ciertamente preocupante. La seguidilla de ataques con piedras perpetrados contra automóviles en la bajada de avenida Pellegrini debe ser considerada con seriedad a esta altura de los acontecimientos, a fin de implementar las medidas que logren erradicar definitivamente el peligro en esa zona de la ciudad.

   Durante la noche del martes pasado se suscitó un pico dramático del problema: tres casos semejantes fueron denunciados en el breve lapso de una hora. Un remisero sanlorencino, a quien el pesado proyectil que le arrojaron le destrozó el parabrisas del auto y le rozó el pecho, fue quien llevó la peor parte en el balance final. La fortuna estuvo de su lado: quedó ileso, aunque perfectamente pudo haber perdido un ojo como consecuencia del vandálico acto, sobre cuya naturaleza criminal no pueden ni deberían plantearse dudas de ninguna clase.

   No sólo la bajada de Pellegrini es territorio predilecto para los delincuentes o simples vándalos que cometen delitos de esta naturaleza: la avenida de Circunvalación constituye otro terreno de franco peligro para los conductores. Por cierto que el innegable trasfondo de lo que sucede no admite su relativización ni su ocultamiento: se trata de una de las más nítidas expresiones de la marginalidad social como consecuencia de la crisis económica que golpeó cruelmente a la Argentina.

   Pero la comprensión del escenario que permite o incluso estimula a quienes se comportan de modo tan brutal no implica que no se deban tomar los recaudos correspondientes para proteger a la ciudadanía, que de otro modo se encuentra literalmente indefensa. Y en tal sentido, no se vislumbran con la suficiente claridad las razones por las cuales no se establece un sistema de vigilancia permanente sobre el puente peatonal que cruza la avenida Pellegrini en su descenso hacia el acceso sur. Justamente desde ese crítico punto es que al parecer se perpetra la mayoría de las agresiones con piedras contra vehículos en la zona.

   El origen de la grave situación justificaría buceos hondos en el pasado del país, pero la conclusión final no merece incurrir en complejidad excesiva. Por el contrario, surge como transparente apenas se aplica una mirada objetiva: dada la profundidad del abismo social en que se cayó, la convivencia con el delito y los comportamientos violentos de raíz vandálica resultará indudablemente prolongada para los argentinos. Sin embargo, que tan indeseable alternativa se plantee como inevitable —más allá de los esfuerzos que puedan realizarse— no debería funcionar a modo de obstáculo para desarrollar la acción de prevención y represión necesaria ante la amenaza.


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