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 domingo, 03 de septiembre de 2006  
Panorama político
La calle y el patrón de la vereda

Mauricio Maronna / La Capital

Juan Carlos Blumberg es la única piedra en el zapato que dificulta el objetivo de Néstor Kirchner: controlar la calle.

El fárrago dialéctico de la semana política bien puede traducirse en uno de los temas del último disco de Silvio Rodríguez: "Porque ha pasado que la historia se convierte en palabras; ha pasado que el mundo se convierte en palabras; ha pasado que todo se convierte en palabras: palabras, palabras, palabras a granel".

A diferencia de lo que muchos piensan, dicen o escriben, la ramplonería amenazante del subsecretario de Tierras para el Hábitat Social, Luis D'Elía, sirvió de acicate para que miles de porteños decidieran dar el presente, el jueves, en la Plaza de Mayo. Junto a la del ex maestro, ex concejal, ex diputado provincial y piquetero part time se confundieron las voces del diputado nacional Carlos Kunkel y Hebe de Bonafini, quienes alinearon en la previa a los asistentes a la movilización con procesistas nostálgicos de la represión ilegal. Un dislate con palabras a granel.

Kirchner llegó al poder con una obsesión: contraponer su gestión con la de un gobierno inoperante (el de la Alianza), un presidente incapaz (Fernando de la Rúa) y una sociedad encrespada.

Cuando el santacruceño tuvo que hacerse cargo del gobierno (tras la huida de Carlos Menem del ballottage) aún flotaba en el ambiente cierto clima asambleístico y los movimientos piqueteros se alineaban (con iconografías y discursos) en capillas de la izquierda dura. Eduardo Duhalde había dejado el poder antes de tiempo pese al inédito handicap de tener mayor masa crítica que al momento de haber asumido. Los crímenes de Darío Kosteki y Maximiliano Santillán pudieron más que el trabajo de restauración.

Ese cambio de época fue lo que Carlos Reutemann vio y no le gustó a la hora de rechazar la Presidencia de la Nación. "Si yo ganaba, los organismos internacionales nos condonaban la deuda; al acto de asunción venían (George) Bush, (José María) Aznar, (Gerard) Schroeder y (Silvio) Berlusconi. Imagínese... Al otro día las calles hubieran estado repletas de carteles que hablaban de un «gobierno entreguista»", mensura el Lole.

Kirchner inició un fenomenal ejercicio de cooptación de dirigentes piqueteros, se convirtió en ferviente impulsor de la derogación e inconstitucionalidad de las leyes del perdón y consideró: "Todos los argentinos somos hijos y nietos de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo".

El respingo de la economía sacó del cuadrilátero político a vastos sectores de la clase media. La baja calidad institucional es una coda que, en tiempos de bonanza, solamente se escucha en ámbitos académicos o periodísticos.

La aparición en escena de Blumberg, estragado por el crimen de su hijo Axel, marcó una bisagra en la administración K. Lo que no pudo la oposición política (consumida en su hoguera de vanidades) con palabras lo plasmó el ingeniero con hechos. La manifestación espontánea de abril del 2004 frente al Congreso, con 150 mil personas reclamando "seguridad y justicia", se sintió en la propia humanidad del presidente, que, por aquellos días debió recluirse en Santa Cruz aquejado por dolencias estomacales.

Kirchner mantuvo desde entonces una relación cordial con Blumberg, al punto de que jamás se le escuchó una crítica en público. Es más, los escasos interlocutores que ingresan al despacho presidencial no pueden dejar de observar en uno de los escritorios la foto de Axel.

"Siempre nos decía: «Ni se les ocurra meterse con Blumberg. A esa relación la manejo yo»", contó el viernes a La Capital un ex funcionario nacional.

Al galope de la inseguridad, la marcha de las velas fue encendiéndose hacia la Casa Rosada. Esta vez, el gobierno no permaneció impávido en las vísperas. Leyó mal la temperatura social y puso en la cancha al peor de los jugadores con la estrategia más errónea: D'Elía, uno de los piqueteros cooptados, al frente de una contramarcha.

Al describir la movilización como un "hecho político" alentó a miles de opositores porteños, deseosos de marcar la cancha. El funcionario-piquetero hace de la sobreactuación un estilo de vida. Jugueteó hasta último momento con trasladar su acto del Obelisco a la Plaza de Mayo y, junto a operadores del presidente, arrastró al premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel. El referente de los derechos humanos comprobó al leer los diarios del jueves que su trayectoria intachable estaba a punto de quedar sepultada por una operación política y pegada a la verba incontinente de D'Elía.

Pérez Esquivel decidió quedarse en la plaza de la República y enfrentar los insistentes pedidos del titular del subsecretario de Tierras: "Le avisé que nuestra organización se iba a manifestar, venga con nosotros", le imploró. "Dejate de embromar, esto es un manejazo" (sic), lo cortó el titular del Servicio Paz y Justicia.

La contramarcha, al fin, quedó liderada por las organizaciones oficialistas de D'Elía (Tierra y Vivienda), Jorge Ceballos (Barrios de Pie) y Emilio Pérsico (Movimiento Evita). Ellos (funcionarios todos) aportaron la mayoría de los casi dos mil manifestantes que llegaron en colectivos desde el conurbano bonaerense. "En aquella marcha no están pidiendo seguridad: piden impunidad para sus delitos atroces", bramó D'Elía con la garganta convertida en lija, y en un aporte más a la confusión general. Mientras tanto, el dirigente de la comunidad musulmana Abdul Karim Paz se confundía con Kunkel y Pérsico para cantar con los dedos en V: "Gorilón, esa es la plaza de Perón".

Con tino, Estela de Carlotto y Hebe de Bonafini habían desistido a tiempo de concurrir al contraacto.

¿Entenderá Kirchner que ahora D'Elía es parte del problema y ya no de la solución? "Lo banca al Gordo porque sabe que cuando las papas queman saca algunas del horno. Además no se olvide de que lo presionó hasta el mismo día del cierre de listas con una candidatura a diputado nacional y no se la dio. Pero con el Lupo nunca se sabe cuánto dura el amor", soltó a este diario un calificado conocedor del oscilante carácter presidencial.

Hay quienes aseguran que en Balcarce 50 están esperando una citación para el hombre de La Matanza por haber tomado una comisaría en La Boca. ¿La vía de salida? "Yo no sería tan asertivo, el control de la calle es para Kirchner más importante que el prontuario de este tipo", refuerza el informante.

Lo que el jefe del Estado no cambiará es su gestualidad progre. Mucho menos su discurso, que volvió a encontrar como destinatario a Raúl Alfonsín. "El sabe bien cómo fuimos perseguidos y cómo en algún momento tuvimos que sufrir detenciones. No tuvimos amigos militares que nos dieran pasaportes o que nos pudieran defender", le descerrajó al patriarca radical. Ni lerda ni perezosa, la UCR contraatacó: "A Kirchner no se le conocen antecedentes en defensa de los derechos humanos durante la dictadura". Un partido de ping pong sobre viejas historias que la estupenda revista Barcelona se encargó de poner en portada.

Más allá de la contundencia del acto de Blumberg (de cuya masividad solamente puede dudar el funcionario que le dijo a Télam que concurrieron 8.000 personas), el entrecano ingeniero devenido en líder social está a punto de cometer un gravísimo error.

Atraído por la zanahoria que le ofrece el PRO de Mauricio Macri, aceptaría una candidatura a gobernador bonaerense. Su discurso del jueves pasado mostró un contenido ajustado a las demandas de la multitud (de hecho, según un trabajo del Centro de Estudios para la Nueva Mayoría, la tasa de delitos se incrementó el 121% desde 1985) pero la adhesión lograda puede desbarrancarse a la hora de ingresar a la puja electoral.

Obviamente, Blumberg tiene derecho a ser candidato. Es más, muchos otros referentes de diversas actividades que no abrevan en partido alguno oxigenarían el asfixiante clima que se vive en el Parlamento, un ámbito ausente de renovación y espesor intelectual.

En el caso del padre de Axel, una postulación para el 2007 no se condice con los tiempos ni con su "única prioridad": evitar que la muerte de su hijo (y muchas más) quede impune.
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Luis D'Elía, Juan Carlos Blumberg y Néstor Kirchner.

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