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 domingo, 03 de septiembre de 2006  
De guardia. Unos quince bebés se registran por jornada en Moreno al 900
Un día entre los que llegan al mundo en la maternidad Martin
Historias tan efímeras como profundas se mezclan entre el trabajo de los médicos y el milagro de la vida

Silvia Carafa / La Capital

En la plazoleta soleada de Rioja y Moreno los chicos armaron un picadito. Una joven con panza enorme baja de un remís y apura el paso. La puerta de la Martin se abre y deja ver un pasillo de esperas, bolsos, termos y tensiones. Adentro y afuera de su histórico edificio, la vida se expresa y se intuye en la tarde que comienza.

Despojada y rotunda, la maternidad atrae la vista de los que pasan; una mirada fugaz y la sensación de que se tejen miles de historias, intensas y breves, como rayos. Esta pequeñísima muestra de esos relatos efímeros y vitales forman parte de una historia que se repite día a día, hasta que la noche se encuentra con la mañana, allí, donde unas quince veces por día, alguien llega a la vida y une su nombre para siempre a los fecundos registros del lugar.

En las escalinatas un florista piensa hacer su agosto pero la gente ignora los ramitos. Vienen y van. Llegan desde los centros de salud de sus barrios, desde otras localidades o por propia iniciativa. Si todo sale bien, la relación con el lugar no será mayor de 36 horas. Como la de La Capital con la gente de la guardia, en este caso la de los miércoles, amansadoras de 24 horas que generan, inevitablemente, profundas relaciones de camaradería.

Joana llega con su abuela, espera a su segundo hijo, tiene 20 años y sonríe. Para un médico experimentado el detalle no pasa por alto: "No es el momento, no te estarías riendo", sentencia y todos festejan. Ya saben que vendrá una nena, Brisa Malena, segunda bisnieta de la mujer, que está dispuesta a cuidarla. Vínculos y afectos. Generaciones que se sostienen y refuerzan más allá de los preceptos.

Marilín tiene 22 años y deja la maternidad con Lara Agustina. La acompañan su hermana adoptiva y su mamá Graciela que conoce el lugar desde hace tres décadas. "Acá nacieron mis cinco hijos, es estupendo", explica. Lara sale con un ajuar rosa y una mantita, tejidas por las voluntarias de la cooperadora. Es hora de volver a su casa en barrio Alvear, desde donde la familia trata de salir adelante.

"Todos estamos completando la primaria", dice con orgullo Graciela que es empleada doméstica.

"La parturienta más joven que se atendió en esta maternidad tenía 11 años y la de mayor edad, 48", recuerda Ramón Gorina, jefe de guardia que lleva 26 años en el lugar y puede dar cuenta de los cambios. "Sobre todo las posibilidades diagnósticas que evolucionaron junto a la tecnología", señaló. Para la subdirectora de la maternidad, Silvia Carboniani, el perfil de las pacientes también cambió, sobre todo después de los últimos vaivenes económicos.

"Antes sólo venían pacientes que no tenían ningún recurso económico, ahora viene mucha gente de clase media que no puede afrontar una obra social", explicaron los profesionales. Claro que todavía hay parturientas que llegan con lo mínimo, a veces ni eso, y disfrutan de las cuatro comidas diarias porque en su casa no siempre las tienen. Déficit alimentario que también se traduce en el peso de los bebés. "Entre las mamás que menos tienen hay solidaridad, se prestan pañales o alguna ropita", explicó la médica.

A pesar del tiempo que llevan en el lugar, hay situaciones que ambos médicos no olvidan. Como la parturienta que caminó 60 cuadras porque no tenía dinero. Su marido la acompañó hasta la mitad del trayecto pero debió volver a cuidar al resto de los chicos. O la vez que un colectivo urbano desvió su recorrido para dejar en la Martin a una mujer que había parido a bordo. O cuando en una madrugada fría, Gorina atendió un parto en la puerta de la maternidad, adentro de una Renoleta. A modo de ejemplo, de los 420 partos mensuales, un 23 por ciento se resuelve por cesárea.

El día avanza. En el lugar hay una sensación de que todo es inminente, que nada inmoviliza. Para cada situación se pone en marcha un proceso tan eficaz como preciso. Rutina que se conoce y se maneja al dedillo y que suma a la estadísticas miles de partos anuales. Con un promedio semejante las situaciones de emergencia tampoco están ausentes. "Sí, acá se ven cuadros muy duros, cuestiones complejas, pero siempre hay una guardia muy completa para dar respuestas", explicaron.

Las ventanas iluminadas de los edificios vecinos van desapareciendo de a una. Es de noche y la ciudad aparece desconocida en su silencio. Algo se aquieta en el interior de la Martin, pero nada se aletarga. Los dispositivos están allí, para entrar en acción. Mientras tanto, la guardia en pleno comparte la cena. Un asadito siempre une y el grupo se conoce de hace años. Los obstetras y jefes de guardia, Luis Dimenza, Hugo Constanti, Eduardo González y Edgar Zanuttini, junto a residentes, neonatólogos, bioquímicos y anestesistas.

"Cada noche tiene su ritmo, depende de cómo se presentan las cosas. A veces tenemos hasta cuatro partos juntos y estamos todos trabajando", explicaron. Y entre las noches de actividad memorable recordaron cuando a una mamá de 15 años, que vivía en Victoria y ya tenía un bebé, llegó a la madrugada, sin control prenatal y tuvo trillizos. "La atendieron Ana Paula y Fernando, y nos llamaron a Néstor y a mí", relata Luis. De esa noche ajetreada recuerda que el primer bebé nació por parto normal y que luego entraron al quirófano sin saber si eran dos o tres. Todo terminó en cesárea.

La mesa está animada y las anécdotas se suceden. Hasta llegan a recordar los túneles del barrio, como el que unía a la maternidad con el edificio de la por entonces Asistencia Pública. El último parto había sido a las 22 y la guardia de los miércoles pasa la barrera de la medianoche. La calma dura hasta las dos y media. En plena madrugada, en la sala de preparto, Zulma entra en la cuenta regresiva. Los controles se suceden, a pesar de que todo está en marcha, nada parece haberse alterado demasiado. Sólo se escuchan las voces de mando del equipo médico ordenando los pujos. "No te detengas, no te detengas" y la llegada de Elías se transforma casi en un trámite.

La noticia llegó rápido al pasillo de la planta baja, donde dormitaban los padres de la mujer y Brian, su hijo de 13 años, que a pesar de la hora no quiso perderse la llegada del hermanito. "Lo voy a cuidar, lo voy a llevar a todos lados", anuncia. En la casa de barrio Alvear esperan el esposo y otros tres chicos.

De nuevo la calma. En las salas, las mujeres descansan agotadas; las que están a punto de parir o las que mecen los bebés, que rompen el clima con su llanto. Las luces de la plazoleta entran a través de los ventanales altos recortando las siluetas de las hojas de los árboles cercanos. Hay algo perentorio que insiste en el ambiente. Nadie puede bajar la guardia porque allí está Débora, de 15 años, acurrucada por las contracciones mientras espera a Iara Agustina. Está escuchando el latido de la bebé y se emociona; cuenta que ya le compró un Mickey, un osito y un montón de peluches.

Abajo, a Débora le hacen el aguante Patricio, de 18 años, ayudante de albañil que es el padre de Iara. También están Alejandra y Analía, de 31 y 41, las respectivas abuelas; todos llegaron desde Villa Gobernador Gálvez.

Sala de enfermeras
Otra vez la calma. Los pasillos están quietos. Una radio se escucha casi en sordina en la sala donde dos enfermeras actualizan carpetas. María de los Angeles y María del Carmen hace años que cubren la guardia nocturna. "Es lindo, es alegría, es nacimiento, uno tiene que trasmitirle a las mamás la seguridad de que están en un lugar donde se las protege y se las atiende bien", explican.

Contención, consejos sobre el bebé y alerta sobre relaciones familiares son algunas de las tareas que tienen a cargo. "A veces algunas pacientes tienen HIV y no quieren que se entere la familia. Es complejo porque no pueden darle el pecho y los familiares preguntan por qué", relatan. Ambas señalan que los embarazos de adolescentes fueron en aumento en los últimos tiempos. "Miran a su hijo y dicen: «Ahora qué hago»; a veces están solitas, o con su mamá, que por ahí también fue mamá adolescente", describen.

Soledad tiene 14 años, es de barrio Travesía, y busca a la enfermera con Matías en sus brazos. La sonrisa se le ilumina cuando explica que el padre del bebé la llamó al celular sorprendido por el nacimiento. "Yo no le había avisado porque no estábamos juntos", dice la nena. Pero confiesa que le gustaría mucho que viniera a conocer al hijo. Celia también tiene 14, y trata de calmar a Camila que nació con 4,300 kilos después de un parto complicado.

Amanece. Hay una leve crispación en el aire matutino. Los colectivos aumentan sus ruidos y frecuencias. El día trata de vencer la última inercia de la noche. La Martin va aumentando el ritmo. En la escalinata, una mujer recoge sus mantas, desde hace años duerme al abrigo del lugar. Un coche se detiene, bajan un bolso celeste simpático y colmado. El ciclo vuelve a empezar.


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