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domingo,
20 de
agosto de
2006 |
[Cine] Documental sobre el centro clandestino que funcionó en la Esma
Una temporada en el infierno
En el Bafici Rosario se exhibió "La Escuela". La periodista Miriam Lewin analiza el filme, en el que revisa su pasado, el de su generación y la historia de la represión
Osvaldo Aguirre / La Capital
Un largo pabellón vacío. Esa es la imagen que muestra hoy la Escuela de Mecánica de la Armada, la Esma, el lugar donde funcionó, en la ciudad de Buenos Aires, uno de los peores centros clandestinos de detención durante la dictadura militar. No quedan huellas del horror que encerraron durante años esas paredes, y entonces la palabra de los sobrevivientes se vuelve todavía más valiosa. La situación aparece en el centro de "La Escuela", la película de Eduardo Yedlin, con producción de la periodista Miriam Lewin, que se exhibió en la penúltima jornada del Bafici Rosario.
Miriam Lewin fue una de las sobrevivientes de la Esma. A partir de su relato, "La Escuela" reúne los testimonios de otros ex detenidos, Ana María Soffiantini y Ricardo Coquet, y de dos hijas de desaparecidos, Victoria Donda y Victoria Grigera. La película, que incorpora también la cámara y la actuación de Juan García Lewin, hijo de la protagonista, se abre con imágenes de archivo que muestran movilizaciones de la izquierda peronista en los 70. En off, Lewin hace una síntesis de la época "en que fuimos felices" y que constituyó el prólogo para la más feroz represión de la historia argentina. Luego de reconstruir su propio secuestro, en el lugar de los hechos, comienzan a hilvanarse memorias, preguntas y conflictos, en un relato que mantiene atento al espectador.
"La Escuela" cuenta historias desgarradas por pérdidas que no pueden ser reparadas, porque "cada persona es irrepetible", como dice Ricardo Coquet en uno de los pasajes más intensos. Y en el relato también pesan los detalles, breves recuerdos donde asoma el horror, como ocurre con los impresionantes testimonios que ofrece Coquet sobre Norma Arrostito o sobre el último momento en que, espiando bajo la capucha, pudo intercambiar un guiño con un compañero que iba al traslado, el eufemismo que acuñaron los represores para nombrar a la muerte.
Miriam Lewin asistió a la función de la película, en el Centro Cultural Parque de España, dialogó con el público y luego analizó algunos aspectos del documental.
-En la película aparecés como protagonista e investigadora de la historia. ¿Cómo fue asumir ese doble rol?
-En realidad lo que reproduce el documental son los encuentros, tal como se dan en la vida real, entre sobrevivientes e hijos de desaparecidos, entre sobrevivientes y chicos nacidos en cautiverio. El intercambio tal como se da, donde no hay uno solo que pregunta sino que el otro también pregunta, y opina mientras uno hace una deducción, o donde a veces aparecen momentos de ironía, de humor negro. Son situaciones que tienen que ver con silencios y sobreentendidos, con lo que uno podría llamar cosas no resueltas. O que nunca se pudieron hablar. O que nunca se van a hablar. Todas esas relaciones que tenemos entre nosotros, esa situación de profunda hermandad que generó haber atravesado esa experiencia, están reflejadas en el documental. Para mí no fue difícil entrevistar, porque no estaba en mi rol de periodista sino de ser humano que se enfrenta con alguien con quien está unido por una experiencia límite.
-Una de las cuestiones que trata la película es la de la culpa que experimenta el sobreviviente por el hecho mismo de haber escapado a la muerte. ¿Es algo que aparece en esos encuentros?
-Es un tema absolutamente recurrente entre los sobrevivientes. Y entre sobrevivientes e hijos de desaparecidos siempre está la pregunta: "¿a vos por qué no te mataron?" Uno siempre tiende a transmitir lo mismo: "la verdad es que no sé, no hay nada que vea que yo haya hecho o que no haya hecho". Porque en realidad no hubo una lógica. Todo era muy arbitrario, dependía de la patología profunda que tenían los personajes que regían los campos.
-Los sobrevivientes, incluso, fueron recibidos como sospechosos. ¿Sentiste esa desconfianza?
-Sí, al principio. Lo sintieron más los sobrevivientes que fueron al exilio en lugares donde la actividad política era muy intensa. Entonces haber sobrevivido en la Argentina era sospechoso. Se dieron situaciones muy desagradables: el sobreviviente molestaba. A uno no le preguntaban por qué mataban a tanta gente sino cómo era que había sobrevivido. Fue difícil superar eso para mucha gente.
-La película muestra dos generaciones, la que pasó por la Esma y la de sus hijos. ¿Es una forma de pasar la posta para contar la historia?
-Sí. Creo que en el documental está muy logrado la decisión de no juzgar. Está la postura políticamente correcta de Victoria Donda, que dice "yo soy marxista, no creo en la energía", y la de Victoria Grigera, que dice "mi viejo fue un loser, ni siquiera le salió el tiro del final, porque lo salvaron de tomar la pastilla y después lo mataron ellos". Parece revulsivo pero es absolutamente espontáneo. Ellas se pelean con sus padres: "ya que te moriste -dicen-, por lo menos morí como un héroe, pero ni siquiera pudiste manejar tu propia muerte".
-¿Esa decisión de no juzgar también alcanza a los que se pasaron del lado de los represores?
-Mirá, yo tengo una postura personal especial con respecto a eso. Creo que hay límites más allá de los cuales la vida no vale nada. Todos hicimos cosas para sobrevivir, pero para mí hay un límite. Yo escribí un libro con otras cuatro sobrevivientes, "Ese infierno", y en ese libro todas tenemos distintas posiciones con respecto a cuáles son esos límites en la tortura. Pienso que hay un límite traspasado el cual no tiene sentido sobrevivir. Hubo situaciones absolutamente comprensibles: el compañero al que le torturaron el bebé de veinte días sobre el pecho, por ejemplo. ¿Vos podés acusar a esa persona de haber entregado un nombre, un domicilio, en esa situación de tortura? Creo que nadie podría hacerlo, ni aunque hubiera entregado cinco, o diez. Ahora, si seis meses después, cuando estás escribiendo a máquina en La Pecera (un sector de la Esma) pasa el Tigre Acosta, lo llamás y le decís "¿sabés que si el domingo vamos a la casa de Fulanito, como es el Día de la Madre, capaz que lo encontramos?" Eso ya es muy diferente. Y hay otra gente que piensa que uno nunca puede saber cuál es la presión subjetiva que siente un desaparecido, que siempre, siempre, los culpables son los represores. Yo no los juzgo, hay muchos de ellos que actualmente están colaborando con organismos de derechos humanos para reconstruir historias. Eso me parece valioso, pero no puedo olvidar determinadas situaciones que viví.
-Ante el público planteabas que la película se dirige a los jóvenes. ¿Por qué?
-Es una preocupación personal que tengo y que comparto con el resto del equipo, aunque la mayoría son más jóvenes que yo. Me preocupa que las nuevas generaciones tengan una dimensión real de cómo eran los militantes de aquella época. No éramos de bronce, teníamos fallas y debilidades, contradicciones. Porque si no tienden a pensar que todos los militantes de aquella época eran perfectos, impolutos, que nunca flaqueaban, que no tenían dudas, y eso no era así. Nos autoexigíamos tanto como militantes que no teníamos cabal conciencia de nuestras debilidades. Teniendo una imagen más realista de la naturaleza humana es posible que no vuelvan a cometerse esos errores cuando uno encara un proyecto transformador.
-¿Por qué eligieron a las historias que presentan entre todas las de la Esma?
-En el caso de Rosita (Ana María Soffiantini) y Nieco (Ricardo Coquet) porque nos pareció un relato muy fresco. Ellos habían hablado muy pocas veces frente a cámara. Habíamos intentando antes una versión con los mismos personajes del libro y se daba una situación donde se notaba que era un tema hablado demasiadas veces. La idea de incluir a mi hijo delante de cámara surgió en el transcurso del documental, cuando vimos cómo se enganchaba desde detrás de cámara con el tema, con sus dudas o con sus preguntas. Por otro lado nos pareció que la relación de Victoria Donda y Victoria Grigera era increíble: el hecho de que se hubieran conocido en la militancia, cuando Victoria Donda no sabía que era hija de desaparecidos, que se hubieran hecho amigas en esa circunstancia, y que el padre de victoria Grigera hubiera estado secuestrado en la Esma en el momento en que nacía Victoria Donda. Nos interesó toda esa construcción que hicieron ellas, tan distintas y a la vez tan hermanadas.
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