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 domingo, 20 de agosto de 2006  
[Lecturas]
Con secreta nostalgia
Cuentos. "Los animales salvajes", de Griselda Gambaro. Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 2006, 160 páginas, $31

Marta Ortiz

Autora de registros literarios diversos (dramaturga, novelista y cuentista) materializados en una vasta y rica producción, Griselda Gambaro (Buenos Aires, 1928) ha publicado recientemente "Los animales salvajes", conjunto de dieciocho relatos precedidos por un sugestivo acápite de Clarice Lispector: "no haber nacido animal es una de mis secretas nostalgias".

La indagación se nutre de un misterio: la frontera entre los reinos humano y animal; la misma que el cuento "Oso hormiguero" vulnera al preguntarse el narrador: "¿Cómo se siente un animal, qué percibe, qué sentimientos o falta de sentimientos padece?" Pregunta a la que cada relato intentará responder en un juego variopinto que delata un registro sensible y minucioso del imaginario animal. Desear lo que no se es, lo imposible, genera melancolía o resentimiento. Nostalgia, en las palabras de Lispector. Pero en estos espacios narrativos es creíble que el protagonista viva su simbiosis con un tigre, por ejemplo, o que la narradora trabe amistad con una mona, cediendo sin culpas a la parte animal de su naturaleza.

Los animales hablan como en los cuentos que escuchábamos en la infancia, tal vez como en aquellos cuentos fantásticos chinos, sinónimos de sucesos maravillosos, increíbles, más allá de cualquier límite ejercido por la razón. En un movimiento de vaivén entre el mundo ilusorio y el llamado mundo "real", se subrayan ciertos deseos y debilidades, tanto como el encierro en jaulas sofisticadas, el exterminio, la indiscriminada violación de la intimidad que aquejan a humanos y animales casi por igual. Que la convivencia entre dominios incompatibles resulte cotidiana, casi diríamos, de rutina, se debe a esta narrativa fantástica que presenta lo imposible como verosímil y natural: llenar de agua la bañera para saciar la sed del rinoceronte como quien llena un vaso de agua, por ejemplo; que un tigre siga dócil al dueño de casa como si fuera su mascota y que los invitados no vean otra cosa que un gato; atender a la puerta y franquear el paso a un cocodrilo angustiado; seguir la vida sentimental de una mosca como quien sigue una telenovela; soportar como se soporta un karma a vecinas mironas y silenciosas como las jirafas.

La contradicción es fundacional en estos textos y opera como recurso poético. Lo animal y lo humano obedecen a la misma lógica.

En "Rinoceronte" la relación entre el dueño de casa y el animal de "ojos siempre tristes bajo los gruesos párpados" es parte de una rutina. En "Tigre" en cambio el triste es el dueño de casa, y la sorpresiva aparición del felino representa la ruptura de lo cotidiano que para él resume un solo sentimiento: desencanto. La simbiosis buscada le permite al narrador cruzar esa suerte de frontera indecisa que lo arroja a la inmortal animalidad del tigre. "Jirafa" resulta un cuento como la cualidad que transmiten esos animales cuyo secreto es una elegante dulce melancolía que contrasta con la melancolía amarga de un narrador que se siente pasivamente observado por sus altas vecinas. "Caballo" es un sueño de libertad. El protagonista huye de los gruesos muros de su prisión o laberinto interior montando un caballito recuperado de la infancia. La autora coloca a su "Aguila" en el escenario más adecuado: la desolación, la muerte, el orden alterado, la carroña que conllevan las guerras siempre vigentes en los sitios más castigados del planeta. Pero ni siquiera esta ave predadora y carroñera sobrevive al escenario letal. No duda, vuela en busca de mejor muerte.

"Pato" es un cuento exquisito no exento de fino humor. El animal filosofa, escribe, poetiza y hasta se vuelve alcohólico. La autora da una vuelta de tuerca inesperada: los poemas que el pato Li Po escribe, pertenecen al poeta homónimo chino de la dinastía Tang (siglo VII). El último cuento del volumen, "Sin nombre", esboza una teoría: las criaturas de la imaginación (en este caso de la imaginación de Dostoievski en "El idiota"), poseen vida propia, y como tal, derecho a enmienda si lo desean.

Con un estilo rico en imágenes poéticas y a la vez económico en el que no faltan ni sobran palabras, lo dicho resuena aún en lo que quedó encerrado en la elipsis. En estos relatos los narradores no tienen nombre, anomia que destaca aún más la identidad y la imagen plástica que se quiere dar a cada animal.

La variedad de recursos disponibles no excluye la ironía, el melodrama, la transcripción, la declaración, la inversión de roles. La vivencia de sentimientos de frustración, culpa, tristeza, pudor, ansiedad, angustia, felicidad, dolor, celos, humaniza a los animales y resignifica a los humanos en torno a la frágil frontera móvil que separa ambos dominios biológicos. Secretos y confesiones, filosofía aprendida de la vida, atisbos de resignación y brillos de esperanza sobrevuelan este zoológico imposible que sin embargo asegura lo posible: el placer de una lectura lúdica saturada de emociones y sonrisas en busca de un cómplice.


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