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 domingo, 20 de agosto de 2006  
[Primera persona] Héctor Tizón
"Los cuentos son como cartas que tienen un destinatario incierto"
El gran escritor jujeño reúne la totalidad de sus relatos en un nuevo libro. "El autor nunca sabe para quién escribe", dice

Julieta Grosso

Los 53 relatos que integran la producción cuentística del escritor jujeño Héctor Tizón acaban de ser reunidos en un único volumen que recorre los tópicos de su escritura: el dolor del exilio, la melancolía del inmigrante y la búsqueda de un destino mejor aparecen como ejes recurrentes en la narrativa del autor de "Fuego en Casabindo", "La casa y el viento" y "Extraño y pálido fulgor".

A punto de cumplir 77 años -que celebrará el próximo 21 de octubre-, Tizón interrumpió por unos días el "recluimiento" en Yala, pueblo ubicado a escasos kilómetros de San Salvador de Jujuy, para presentar en Buenos Aires el volumen de "Cuentos Completos" que acaba de editar el sello Alfaguara.

La narrativa de Tizón está atravesada en sus diversos registros por el tema del exilio y aborda tanto el desgarramiento por la partida del país como el desarraigo de los inmigrantes.

El autor de "Luz de las crueles provincias", que paralelamente se desempeña como juez de la Corte Suprema de Jujuy, se encuentra en estos momentos dedicado a la escritura de sus memorias: "no es un relato de mi vida sino la forma en que me relacioné con gente como Ezequiel Martínez Estrada o Juan Rulfo", según aclara.

Paralelamente, Tizón espera con expectativa el estreno del filme "Destino", que dirigió el cineasta Miguel Pereira sobre la base de "El hombre que llegó a un pueblo", una de sus novelas. "Traté de no intervenir porque uno no puede admitir que a nuestro hijo se lo peine de otra manera", se justifica.

-¿La aparición de este volumen que reúne la totalidad de sus cuentos se puede leer como un correlato de "El resplandor de la hoguera", el libro de memorias que está escribiendo?

-Lógicamente, en los entresijos de la prosa se puede apreciar casi con certeza cuándo fueron escritas mis obras de ficción y desde qué lugar, desde México hasta Londres y Madrid, aparte de los relatos que escribí en la Argentina, que son una minoría porque tanto por mi profesión como por el exilio he vivido más tiempo afuera del país que adentro. Si partimos de la base de que nada de lo que escribe un escritor es ajeno a su propia vida, creo que de una manera u otra, todos los textos son autobiográficos. Las novelas y los cuentos son como cartas que tienen un remitente manifiesto y un destinatario incierto. Al cabo de los años, se puede tener la suerte de encontrar y mirar a los ojos a algunos de los destinatarios. Por lo demás, uno tiene que conformarse con el anonimato: el autor nunca sabe para quién escribe. La literatura es un acto de comunicación: a veces claramente expresado y otras con ambigüedad.

-El componente autobiográfico que le asigna a la literatura en general no altera necesariamente el estatus de ficción que tiene un cuento. ¿O sí?

-Más lejos todavía: en ningún campo de la vida existe la verdad, sólo puntos de vista. ¿Cuál es la verdad del amor, la verdad del odio? En todo caso se trata de una verdad muy subjetiva. Por eso, casi todos mis relatos tienen finales abiertos. No se puede ser fiel a la realidad: uno tiene que ser lejanamente infiel. Como en las parejas: cuando uno es más lejanamente infiel, más perdura el vínculo. Las verdades contundentes pueden servir para determinadas parcelas de la ciencia, pero no para todo. En la literatura y en la vida cotidiana, no hay verdades contundentes. A veces, cuando se establece un silencio entre los integrantes de una pareja uno de ellos pregunta: "¿en qué estás pensando?" A lo que él o ella responde automáticamente "Nada", lo cual de alguna manera es cierto porque en el origen de todo pensamiento, como en el origen de toda obra de arte, está lo irrisorio.

-La antología arranca con los textos que integran "A un costado de los rieles", que fue publicado en México en 1960. ¿Qué lo separa estética y narrativamente de aquel comienzo?

-En realidad, nada. En el primer libro de un escritor están ya perfilados todos los libros futuros. La consecuencia es triste: uno piensa para qué entonces me pasé 50 años en esto y llegué a escribir dos mil páginas. Para nada en realidad, pero tampoco se puede dejar de escribir. La literatura es apenas una manera de contar, porque lo importante no es lo que se cuenta sino cómo se lo cuenta. Y desde la prehistoria hasta ahora la historias son siempre las mismas: Caín sigue matando a Abel, alguien sigue robando una mujer y desata la guerra de Troya, alguien se va de viaje a dar una vuelta hasta que llega la hora de volver...

-Hay en usted una aparente contradicción: a una vida signada por los exilios y los desplazamientos parece contraponerle una literatura que se caracteriza por su impronta rural y doméstica.

-No fue premeditado, pero creo que así funciona mi obra. El exilio fue absolutamente insoportable para mí, de las tristezas más intensas que sufrí en mi vida. Cuando uno se queda sin país y sin la promesa de una tierra prometida se siente a la intemperie. La literatura, en ese sentido, me otorgó un equivalente del país que por momentos creí perder.

-¿Cómo maneja la tensión entre el rigor del mundo judicial y la estructura caótica de la literatura?

-Al principio muy mal. Con el tiempo, descubrí que muchos escritores, como yo, tampoco vivieron de lo que escribían: Hermann Melville era un empleado, como también (Nathaniel) Hawthorne y (Edgar Allan) Poe. El discurso jurídico, cuando está justamente adaptado al propósito de la justicia, no se diferencia mucho del discurso de la literatura. Además, la operación que hace un juez en su sentencia es muy parecida a la del escritor: el juez debe escuchar a una parte que demanda a la otra y basándose en las pruebas aportadas debe dictar una sentencia, o sea opinar. Una buena sentencia debe reunir los mismos requisitos que la buena literatura, que no puede estar regida por palabras incorrectas. Las dos disciplinas buscan la palabra justa, aunque el novelista tiene la ventaja de utilizar figuras que un juez no puede darse el lujo de utilizar.


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Tizón demuestra su consumado oficio de narrador.

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