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 domingo, 20 de agosto de 2006  
En profundidad. Pacho O'Donnell analiza los trazos gruesos del gobierno
"Kirchner es un hombre de mucha suerte, pero con enormes energías"
El historiador dice que el presidente entendió que para gobernar la Argentina hay que juntar poder

Walter Palena / La Capital

La voz grave de Mario Pacho O'Donnell resuena calma en el lobby del hotel. Acaba de despertarse de la siesta y pide un vaso de agua bien helada. Cuando termina su ritual, se dispone a hablar de su reciente libro ("Historias argentinas; de la Conquista al Proceso"), una suerte de trazo impresionista de los hechos más relevantes en ese lapso, capítulos breves que sirven más bien de guía para adentrarse en cuestiones más complejas.

Heredero y continuador del revisionismo histórico como antídoto del llamado "liberalismo autoritario", que sigue combatiendo desde sus libros, O'Donnell se muestra un poco reacio a hablar de la coyuntura política, no porque no le interese, sino porque, dice, un historiador necesita tomar distancia para ser más riguroso. "Si hablo de política actual lo hago como un simple ciudadano, no como historiador", propone a La Capital cuando se lo interroga sobre temas puntuales.

-En casi todos sus libros hay una tensión permanente entre los intereses de las provincias y la Capital Federal. ¿Ese conflicto parece imposible de resolver aún hoy?

-Esa es la clave de mi historiografía. La organización nacional está llevada a cabo por personas que reservan a Buenos Aires el derecho de imponerse a las provincias, y ese conflicto se mantiene. Es más, en el siglo XIX y parte del XX la historia argentina se podría escribir desde la Aduana.

-¿Cómo explica que la mayoría de los presidentes de la historia política moderna provienen de las provincias, pero una vez en el poder adoptan las mismas posturas centralistas?

-Casi siempre ha sucedido así, y ahora uno lo ve claramente en el gobierno de Kirchner: la capacidad que tiene el presidente -como la tuvo siempre Buenos Aires sobre las otras provincias- para forzar y determinar alianzas con intendentes y gobernadores provinciales.

-Tomás Abraham reivindica la necesidad del filósofo de abordar la política y escribir en caliente aun a riesgo de equivocarse. ¿El historiador puede tomarse esa licencia?

-El historiador necesita de una cierta distancia, yo lo siento así. Si opino sobre lo actual, lo hago como un simple ciudadano, no como historiador.

-¿Y el ciudadano O'Donnell, cómo interpreta el proceso político actual?

-Creo que Kirchner tiene el diagnóstico correcto, que es que para gobernar la Argentina es necesario juntar poder, porque este es un país que descabalga con mucha facilidad a sus presidentes. A la mayoría no los deja llegar al final de sus mandatos y los que llegan, después no pueden salir a la calle. El problema es que Kirchner sobreactúa: es tal su necesidad de poder que por momentos da una imagen de autoritario o de escaso republicanismo, que no lo beneficia a él ni al país. Por otro lado, a mí me gusta su enorme energía en las negociaciones con los organismos internacionales, también su política de derechos humanos. Además, me da la impresión de un hombre que labura, que ante la menor señal de riesgo inflacionario se reúne con los fabricantes de yogures, si es necesario.

-Así como usted plantea una tensión permanente entre el interior y Buenos Aires. ¿No sucede lo mismo, en el plano ideológico, con la confrontación entre setentistas y noventistas?

-Es una estrategia política de Kirchner demonizar los 90 y quiere aparecer como algo distinto a eso, cuando en realidad la gran mayoría de los miembros del gobierno han participado activamente en los 90. En relación a los 70, habría que corregir algo: la reivindicación parcial que hace esta gestión. Cuando se hablan de museos de la memoria, ¿qué es lo que se va a poner allí? ¿Van a estar solamente Videla o Massera, o también los civiles que formaron parte del Proceso? ¿Va a estar también Isabelita, la Triple A y López Rega? Si no están, la historia no es completa.

-¿Cómo juzgará la historia a Kirchner?

-Napoleón decía que él quería generales que fueran buenos en el arte de la guerra, pero también que tuvieran suerte. Y Kirchner es un hombre de suerte. Llega a la Presidencia por la decisión de Duhalde de cortarles las piernas a Menem. De la Sota salió a destiempo, Reutemann no se animó y quedó, imprevistamente, Kirchner. Y sigue teniendo suerte con otros factores: tiene una oposición débil. Hoy vemos el caso del radicalismo, que prácticamente se ha dejado deglutir por los recursos monetarios del gobierno.

-Si no existe oposición, ¿por qué el presidente se irrita ante el mínimo cuestionamiento?

-El inventa enemigos. No sé si es una estrategia o una cuestión de personalidad. No me gusta su tendencia a crear conflictos. Tampoco se sabe mucho sobre cuál es la política exterior de este gobierno, que también se construye de gestos. Una foto de Kirchner abrazado a Castro y Chávez dando vuelta por el mundo tiene efectos muy grandes, tanto en gobiernos como en inversores.

-¿No cree que el valor de Chávez no está en su retórica bolivariana sino en el petróleo, y que Kirchner actúa con él de una manera muy pragmática?

-Sí, pero habría que ver qué es pérdida y qué es ganancia en esta relación. Si la foto con Chávez se justifica por la compra de bonos que hace Venezuela o si en realidad, en el balance, es menor a los inversores que ahuyenta. Chávez está en una situación distinta a la de Kirchner. El le puede decir a Bush maricón, borracho, asesino, ignorante. Lo único que no le puede decir es que no le va a vender más petróleo, porque el 30% de lo que consume EEUU se lo vende Venezuela. Kirchner no tiene esa fuerza de imponer su presencia ni asustar. Chávez sí la tiene.

-¿Le molesta cuando le recuerdan su pasado menemista?

-No, pero ante esa pregunta yo siempre respondo que tengan el mismo trato cuando entrevisten, por ejemplo, a Alberto Fernández.
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Pacho O'Donnell presentó su libro "Historias argentinas".



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