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domingo,
20 de
agosto de
2006 |
Vínculo con los adolescentes: los padres del no puedo
Florencia O'Keeffe
"No puedo", es el sentimiento que experimentan cada vez con mayor frecuencia los padres de adolescentes cuando tienen que ponerles límites o a la hora de establecer un buen vínculo con ellos. Dar buenos ejemplos, enseñarles a asumir responsabilidades, fijar pautas de convivencia, aparecen como los grandes obstáculos que hacen tropezar a los padres que crían chicos y chicas que viven la primera y más significativa de sus crisis vitales: la adolescencia. La crisis no sólo alcanza a los púberes sino también a sus progenitores. "Para los padres también es un momento importante, de mucho dolor, en el que se sienten desorientados, sin herramientas", confirma Adriana Bueno, psicóloga, que junto a otras dos colegas, Cecilia Pedro y Sandra Piotto, brindan talleres para adolescentes y padres desde hace 5 años en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia.
Lo bueno es que no todo está perdido. "No tenemos una visión apocalíptica, más allá de las dificultades, que son reales, sabemos que es posible para los adultos tomar las riendas si se comprende el error, si se acepta que es necesario cambiar sus propias conductas", afirma Pedro.
Las especialistas dicen que el problema no es que los padres no saben qué hacer sino que no pueden hacerlo, o al menos así lo manifiestan. A través de esta experiencia de talleres con los chicos y con los padres, advierten que es fundamental poner el acento en lo que les sucede a los adultos para entender qué les pasa a los jóvenes en esta etapa tan particular: "Es que si no, nos quedamos sólo con el análisis de las conductas de los chicos cuando buena parte de las respuestas están en los padres", coinciden. De hecho, es clave que los adultos reflexionen sobre qué les pasa a ellos en su rol, qué tipo de padres quieren ser, qué modelos parentales tienen, aspectos que, según afirman, están confusos.
"La gente adulta tiene demasiadas cosas irresueltas y esto tiene efectos en los chicos que se sienten desamparados, desprotegidos, aun cuando en apariencia están reclamando total libertad", apunta Bueno.
Cuando el joven observa demasiadas contradicciones en sus padres, cuando se enfrenta a la falta de comunicación, al silencio, ensayará conductas que se opongan a ese vacío. A veces lo harán de manera confrontativa y hasta violenta, y otras con más silencio, más abulia, más desinterés, señalan.
El lugar de cada uno
"Los hijos necesitan que sus padres estén, que ocupen el lugar que les corresponde", agrega Pedro. Cuando una mamá o un papá en sus ansias de ser un "padre piola", o por comodidad o por la imposibilidad de sostener los límites, emulan las conductas de sus hijos, pueden aparecer consecuencias indeseables en ese adolescente. En la actualidad se dan algunas situaciones particulares, típicas de las nuevas realidades de muchas familias donde el matrimonio se disolvió. "Vemos que hay padres que ponen límites pero no en beneficio de sus hijos sino en el propio: no los dejan salir a bailar porque el adolescente se tiene que quedar a cuidar al hermanito para que la madre salga con sus amigas, por ejemplo. Esto pasa en general con los padres separados que intentan reiniciar su vida afectiva y que en la adultez se encuentran haciendo cosas más típicas de los jóvenes. No es raro que la chica vaya al mismo bar o boliche que la madre o que el padre comparta sus hazañas amorosas con el hijo; esto, para el adolescente, es terrible porque no existe la distancia mínima que debe existir entre padres e hijos, ya sea por experiencia, por vivencias, o por cuestiones generacionales". En estos casos, suele darse una rebeldía exagerada por parte de los chicos, dicen las psicólogas.
"Lo primero que hay que tener en cuenta es que estos problemas de conducta no sólo aparecen en los chicos con padres que no viven bajo el mismo techo. Muchas veces hay parejas que conviven pero que no se pueden poner de acuerdo respecto de la crianza de los hijos, que les dan mensajes totalmente contradictorios y los problemas aparecen igual", aclaran.
Aunque no ven grandes diferencias entre las conductas de los adolescentes de hoy y los de hace 20 ó 30 años, sí destacan la aparición de una violencia más marcada y de formas más llamativas de expresar la rebeldía típica de esta etapa. "Las peleas con sus congeneracionales suelen ser más brutales, los estallidos de bronca hacia sus padres más intensos, y hasta en algunos casos, el delito aparece como un llamado desesperado de atención, de necesidad de que le impongan límites", afirman.
Si bien, dicen las psicólogas, no hay que exagerar la atención hacia el adolescente, a los adultos les toca la tarea de estar atentos, siempre. "Hay padres que se sienten más liberados por el hecho de que el chico de 12, 13 ó 14 años ya no necesita que le estén todo el tiempo atrás, porque tiene sus actividades propias, pero eso no significa que no hay que acompañarlos", manifiesta Bueno. "Los padres deben estar atentos. El adolescente reclama la función de contención del padre, necesita ser escuchado, necesita que le crean, que confíen en él", agrega Pedro.
Un dato que revela que los padres suelen estar ahora más "desatentos" o "despreocupados" respecto de la vida de sus hijos, es que van poco a la escuela de los chicos, no establecen contacto con sus profesores o tutores y ni siquiera saben si su hijo se lleva materias o tiene problemas escolares. "Las maestras y profesores con los que hablamos se quejan de esta despreocupación, incluso, dicen que hay padres que no se acercan ni siquiera cuando los llaman del colegio. Es más, cuando aparecen, lo hacen para quejarse porque la maestra le puso notas bajas", ejemplifican las psicólogas, e insisten en que la sociedad se debe un debate sobre estas cuestiones que se repiten y que dejan secuelas negativas en la vida de los jóvenes.
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Las psicólogas Bueno y Pedro dicen que los progenitores se sienten desorientados.
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