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 domingo, 20 de agosto de 2006  
El cazador oculto: "La fidelidad existe en la pantalla chica"

Ricardo Luque / Escenario

La fidelidad existe. Es real, concreta, tangible. Pero no en todas partes, aunque sí en la televisión. Basta ver el rating de los programas para comprobar que si alcanzan la cresta de la ola se mantienen ahí, bien arriba, hasta que, mareados por la altura, pierden el equilibrio y caen. Para que se entienda: pasada la prueba de fuego del debut, si la propuesta gusta y tiene cimientos sólidos, rápidamente alcanza el éxito y lo mantiene. Y esto es así porque el público, cuando se sienta ante la pantalla del televisor, evidencia una lealtad ciega. Más cuando se entrega a una ficción por entregas como las que por estos días pueblan las grillas de las principales señales internacionales. Tanto es así que el formato clásico de las series televisivas, que vivió su apogeo en la década del 70, con historias que empezaban y terminaban en un mismo capítulo cambió. Hoy los títulos más populares reproducen el esquema del folletín: el relato se ofrece por entregas que dejan abierto el final como un señuelo para mantener viva la atención del espectador hasta el capítulo siguiente. Así construyó su éxito "24", la serie que devolvió a los primeros planos de Kieffer Sutherland, cuya quinta temporada acaba de concluir en la pantalla de Fox. Su éxito la convirtió en el modelo a ser copiado, así surgieron títulos como "Lost", "Invasion" y "Prision Break" que, aunque abrevando en otros géneros, repiten su estructura. El recurso al suspenso, la clave del éxito de "24" tanto como la del folletín en sí mismo, se cristaliza en la promesa que encierra los puntos suspensivos que acompañan al "continuará" que cierra cada capítulo. En la televisión moderna la palabra ya no aparece, en su lugar, después de los títulos finales se adelantan escenas del próximo capítulo que, como recurso dramático, funcionan exactamente igual. Es en ese relato fragmentado, que permite asomarse a la suerte que correrá el héroe, donde se cristaliza la lealtad del espectador, su consecuencia para volver a sentarse ante el televisor la semana siguiente, a la misma hora y por el mismo canal, para ver su programa preferido. Su fidelidad, que más que una férrea convicción, en la televisión es mera curiosidad.
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