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 domingo, 09 de julio de 2006  
Tema de la semana
La Independencia tuvo un espíritu que se ha perdido

Hoy se cumplen 190 años de la declaración de la Independencia en la histórica Casa de Tucumán. Aquella gesta fue un triunfo notable de la política por sobre las peleas de facción, por encima de los intereses de grupo y, sobre todo, fue el peldaño básico que había que subir para iniciar el proceso de liberación que preparaba el general José de San Martín en Cuyo.

  El Libertador organizaba su ejército en Mendoza y envió al Congreso tucumano a un hombre de su extrema confianza, el joven y talentoso abogado Tomás Godoy Cruz, para que llevara su mensaje político. Son notables las cartas que cruzan estos hombres para comprender el claro mensaje sanmartiniano. El militar sabía que no podía hacer avanzar su campaña si no estaba solucionado el problema de la organización política de estas provincias, sobre todo luego de haber comprendido en carne propia el papel fundamental que cumplían el centralismo porteño y las peleas intestinas entre los distintos caudillos provinciales. De allí que San Martín pidiera una y otra vez a Godoy Cruz que se avanzara en la Independencia y en la elaboración de un esquema político que permitiera superar la preocupación de ese momento, que era lograr la definitiva emancipación de la corona española.

  Aquellos hombres de 1816 interpretaron claramente cuál era el clamor de quienes estaban protagonizando la historia, cuyo mensaje coincidía con el de San Martín, y tomaron un camino que no tenía retorno. Cuando la Independencia fue un hecho comenzaron las distintas idas y vueltas que caracterizaron por años la vida interna de las provincias que hoy integran la República Argentina, en un proceso cuyo hito fundamental fue la Constitución de 1853, que terminó de ordenar la vida de la Nación hasta llegar, con todos los vaivenes conocidos, a nuestro país de hoy.

  Pero volviendo a San Martín, una vez que el acta independentista estuvo firmada, el general pudo poner en marcha el mecanismo militar formidable que permitió libertar no sólo a su tierra sino también a Chile y Perú, uniendo su acción con la campaña de Simón Bolívar, que avanzaba desde el Norte.

  Ni el sueño sanmartiniano ni el bolivariano fueron cumplidos. Nuestros países han vivido en el desencuentro, aun cuando esos padres fundadores dejaron un mensaje muy distinto al que sus descendientes enarbolaron para construir las naciones americanas. Hoy el continente está dividido por razones ideológicas en dos bloques, uno volcado al populismo y verdaderamente variopinto, que incluye un arco que va de Hugo Chávez hasta Evo Morales, pasando a otras opciones donde se consolidan regímenes más liberales, como el de Felipe Calderón en México o Alvaro Uribe en Colombia. En ese concierto se insertan en posiciones menos radicalizadas nuestro presidente Néstor Kirchner, el brasileño Lula Da Silva y la chilena Michelle Bachelet. Pero lo cierto es que hoy imperan en el continente discursos ideologizados que nada tienen que ver con aquella patria grande que soñó Bolívar. De hecho el bolivariano Hugo Chávez ha conseguido, como la mayoría de los regímenes populistas, partir a la sociedad de su país en dos fracciones irreconciliables. La idea de San Martín y Bolívar era alumbrar naciones que fueran incluyentes, donde se consiguiera un desarrollo político, social y económico armónico y para las grandes mayorías.

   Sin ser tan radical como el de Chávez o Morales, el papel que está jugando hoy el presidente Kirchner se le acerca bastante, pues tiende a lo hegemónico y a plantear políticas que originan enfrentamientos y fracturas en la sociedad. Ojalá aquel mensaje de grandeza convocante de los hombres de la Independencia retornara hoy y la política volviera a ser no un instrumento para la unanimidad, sino una herramienta de desarrollo nacional y amistad de los pueblos.


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