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 domingo, 09 de julio de 2006  
Interiores: gustos

Un clásico refrán sentencia que sobre gustos no hay nada escrito, lo cual es cierto y no es cierto al mismo tiempo. Es mucho lo que se ha escrito sobre el gusto y los gustos sobre las cosas, también con relación a las gentes y sus obras, excelsas o nefastas. De hecho hay algo que se llama buen gusto, que muchas veces se pone por escrito, por ejemplo con respecto a sentarse a la mesa precisamente para degustar una buena comida y una buena bebida. Lo mismo para vestirse, hablar y demás aplicaciones sobre el buen gusto, no demasiado tenido en cuenta por alguna gente por razones económicas, o de educación o por razones pasionales, es decir por pasiones puestas en otros gustos, como el placer por la brutalidad.

Del mismo modo que también existen escritos sobre el mal gusto, diferentes textos que pueden ordenarse entre el extremo de la estética de plástico o de la hamburguesa, y la almidonada de la buena mesa. Lo que no excluye que haya hamburguesas riquísimas, a la vez que hay una estética mínima pero fundamental en el asado, donde el ser puede salirse de las casillas que lo apretujan de la mañana a la noche, y por lo tanto desplegarse a sus anchas en un ritual donde el sabor no pierde deleite en su reiteración, para culminar aplaudiendo al asador y a la amistad.

Todo lo contrario de las comidas protocolares donde los seres quedan encerrados, y donde es de presumir que la gente metida en esos bretes tiene como única ilusión la vuelta a su casa para la liberación del ser, en muchas ocasiones haciendo cosas de mal gusto, que no hacen más que confirmar lo incómodo que puede resultar el buen gusto, al menos en alguna de sus formas.

Sin embargo, a pesar de los ríos de tinta y de todos los manuales escritos y orales sobre la buena mesa, el arte del buen comer, buen vestir, buen hablar y demás determinaciones sociales, lo cierto es que la sentencia que proclama que sobre gustos no hay nada escrito se mantiene igualmente en pie. Y se sostiene en una cuestión de importancia ya que lo que viene a decir es que el gusto se organiza subjetivamente. Y viceversa, que el gusto es uno de los organizadores de nuestra subjetividad. Es que el gusto forma parte de los lazos fundamentales con las cosas y de nuestro modo de saborear el mundo, tanto con el cuerpo como con el pensamiento.

El abate Condillac, en el siglo XVII, imaginaba en Francia y en las cortes europeas, que éramos como una estatua en blanco al nacer. Heredero de la filosofía inglesa, según el padre, aterrizábamos en el planeta como una tabula rasa, y la naturaleza y la vida nos iban entrando por los sentidos. Lo que sólo parcialmente es cierto. Falta en ese pensamiento algo crucial: que para que las cosas funcionen deben poder salirse de los sentidos, de adentro hacia fuera, nada menos que del sentido de la vida: nuestro modo de mirar el mundo y a los otros, de oír, con oído fino o con oídos de mínima apertura. También el tacto de las manos y de nuestra alma y el imprescindible olfato en su relación directa con los olores y metafóricamente con el movimiento de las cosas, ya que posiblemente es en el olfato donde se aloje la intuición. Finalmente sin un cierto gusto por el vivir, por olores, sabores, superficies, profundidades, pieles, gestos, miradas y demás, por el sueño, la vigilia y las realidades propias y quizás las ajenas, se hace más que difícil degustar la existencia.

La sociedad es una organizadora de gustos, lo cual difícilmente pueda ser de otra manera, sin que por ello se deje de ver y reflexionar que hay ciertas modas que organizan los gustos de la gente con un propósito de uniformidad y aniquilamiento de la diversidad. Como se sabe las modas, gustos, usos y costumbres en el vestir conllevan una fuerte determinación social al punto que no se trata solamente de lo que el cuerpo debe llevar para estar a la moda, sino que también cómo debe llevarse el cuerpo por la vida. En este sentido pululan los centros dietéticos y quirúrgicos para mejorar la estética cuando no se está conforme con lo que Dios manda.

Sea como sea el gusto representa una temática y una problemática que está en el centro de la existencia de cada uno. En cambio los disgustos acechan por los márgenes y en algunas ocasiones se apoderan del centro de la vida de alguien. Si la proporción se invierte y el disgusto es lo que ocupa el centro de la existencia, es que se ha alterado uno de los componentes esenciales del gusto que es el placer con lo que se circula por los caminos del Señor, o por cualquier otro, con un sabor amargo. En algunos casos dicha inversión se cristaliza, se solidifica y popularmente se conoce a esa gente como "amargos". Con todo, conviene recordar que nadie está libre del amargor. El asunto es que no impregne el modo de paladear la existencia, pues en tal caso será la teñidura con la que se pintarán las cosas y, más aún, se teñirá el propio ser llegando de esa forma a su punto de máxima densidad. Popularmente se los conoce como "densos", hermanos o primos hermanos de los anteriores.

Lo escrito y lo no escrito sobre el gusto nos da una oportunidad en nuestro turno de existir: es la posibilidad de "escribir" algo sobre nuestros propios gustos. En los intersticios que nos dejan las determinaciones que recibimos, siempre se puede filtrar algo de nuestra propia cosecha que nos permita mantener viva la ambición de ser coautores de nuestros gustos, en el sentido de ser coautores de nuestra existencia.
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