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 sábado, 17 de junio de 2006  
candi
Charlas en el Café del Bajo
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-El fondo de la pantalla de mi notebook es un paisaje de montaña, mejor dicho un paisaje de sierras centrales argentinas. En ese paisaje, en el que se destaca el Cerro Colorado (porque me gusta evocar a la sangre de esta tierra que dejó plasmado su espíritu en las rocas, porque me gusta imaginarlos deseando partir hacia Inti Huasi) se pueden observar un hombre y una mujer. El le pasa el brazo sobre el hombro, ella mira alegre el objetivo de una cámara que se atrevió a tomar la fotografía, para dejarlos para siempre allí, en medio de las sierras, en medio de las pinturas rupestres de cientos de años que evocan soles, animales, batallas y chamanes.

-¿Quiénes son?

-¡Qué importa quiénes son! Déjeme que siga con mi relato. El parece confundido, su mirada es de quien busca, pero que no encuentra. En cambio ella parece haberlo encontrado todo. Al observar a estos dos seres, veo claramente la dicotomía de la humanidad, las dos partes en que se divide el ser humano. La soledad del que no ha encontrado o ha encontrado, pero no sabe que ha encontrado y del que ya sabe que lo tiene. ¿Se entiende?

-Algo entiendo. ¿Puede ser más preciso?

-Días pasados comenzábamos esta columna diciendo: "Existen días en los que la esperanza parte, la fe desfallece, los sueños no son tales. Días en que uno se llena de preguntas que no colman el vacío, porque no tienen respuestas". Es cierto, muy cierto, que en infinidad de veces, en infinidad de días, la tristeza es causada por agentes ciertos y ajenos a la voluntad del ser humano. No voy a describir cuáles son esos agentes, son muchos, de todo tipo. Cada uno sabe -porque lo ha vivido- las causas de la pena, pero si hubiera de definir cuál, en definitiva, es esa causa, diría que es no haber encontrado o no advertir que lo que se busca se tiene.

-Voy entendiendo algo más.

-El ser humano tiene un rol supremo e incesante: buscar. Y desde luego tiene un propósito sublime: encontrar. Cuando no encontramos nos frustramos, nos angustiamos. Pero la pregunta que me formulo hoy es la siguiente: ¿cuánto hay de cierto en que no hemos encontrado? Yo miro a ese paisaje que desde hace un tiempo tengo como fondo de pantalla en mi computadora y advierto que esa mujer está sonriente, su mirada transmite paz. ¿Qué es lo que ha encontrado? Una cosa muy simple, muy nimia, pero a la vez trascendente, encontró una verdad que es la madre de todas las verdades: la realización del ser está en pequeñas cosas, pero trascendentes.

-¿Cuáles son esas pequeñas cosas?

-Antes diré que aquel ser de carácter espiritual que busca a Dios en ocasiones se frustra porque no recibe una señal clara y contundente. Quien busca al ídolo del dinero a veces se angustia porque no lo encuentra y a veces también se frustra porque, encontrándolo, advierte que no le resulta suficiente para colmar el vacío en que transcurre su existencia. Hay también seres que se angustian en virtud de la soledad que sienten en una relación de pareja por no sentirse amados por la otra persona. Otros que se apenan por no haber consumado esa relación. Otros se angustian por razones incluso menores. Pero me pregunto: ¿es cierto que no se ha encontrado? ¿O se ha encontrado pero no se advierte lo que se tiene o se tiene en poca estima? Es un error pretender ver a Dios como una luz resplandeciente que nos diga: ¡Aquí estoy! Pues de hecho se refleja en cada cosa, en cada criatura. Es un error procurar rendir culto al ídolo del dinero, la fama, la gloria, el poder, sino es en virtud de obtener al ídolo para entregarlo a Dios en sacrificio (léase distribuir todo justamente entre el pueblo, por ejemplo). El error mayor es no observar y no agradecer lo que se ha obtenido. Es incluso un error la angustia ante la indiferencia de ese ser que nos abandona y al que hemos reclamado amor, porque: ¿cuántos otros seres nos están amando y nos están necesitando? Es incluso un error pretender burlar la ley básica, fundamental, de causa y efecto. ¿Se burla esta ley? Sí, muchos la burlamos pretendiendo ser amados primero para luego "amar". Esto es imposible. ¿Si no soy causa, cómo podré generar efecto? Esto es pretender saciar al demonio del amor propio. A veces somos ciegos de corazón e inconformistas de la razón, como el señor del hermoso paisaje, lo tenemos todo a nuestro lado, pero no vemos nada.

Candi II



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