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 domingo, 04 de junio de 2006  
Las Glicinas: la ductilidad del campo
A 40 kilómetros de Rosario, un viejo casco de estancia recibe al viajero con espíritu artesanal

Es un casco de estancia casi centenario acondicionado para pasar un fin de semana o un día de campo, en un ambiente familiar, con comidas caseras y un espíritu artesanal que se recrea desde la decoración de la casona hasta las actividades que surgen de las particulares propuestas de los dueños. Las Glicinas es una estancia a la que se llega en no más de 40 minutos desde Rosario donde se impone la cadencia de una vida al ritmo de las labores del campo.

El camino que conduce a la estancia desde Rosario sigue la avenida Pellegrini y la inconclusa autopista Rosario-Córdoba hasta llegar a la ruta provincial Nº26. Un camino de mejorado se interna hacia la izquierda. Después de unos 1.500 metros, un cartel pequeño sobre la mano izquierda indica el ingreso al campo. Frente a él, otro indicador marca el kilómetro 99 del camino. Una referencia.

El portón abre paso entre dos campos que esperan la próxima siembra en tonos amarillos, y las copas de los árboles marcan el lugar donde se encuentra la vieja casona.

El casco viejo de Las Glicinas tiene tres habitaciones preparadas para alojar visitantes, con una capacidad que no supera las diez plazas. Otras habitaciones están acondicionadas como espacios comunes. Hay juegos, vasijas y fotos. La estancia en la vieja casona incluye comidas caseras que preparan Eduardo Mignardi y Ricardo Romano, que junto a sus familias impulsan el proyecto.

Mignardi es tucumano e ingeniero agrónomo, dos núcleos de origen que lo ligan a los árboles, las cosechas, los locros y los tamales. Mignardi es un apasionado ceramista que en la gastronomía se vuelca a las pastas, los dulces y las masas caseras, con pan, pizzas y empanadas. Entre los dos aseguran un menú completo de comidas caseras desde el desayuno a la cena, con licores elaborados con los frutos del terreno.

Las habitaciones son sencillas, con ventanales al patio y adornos elaborados artesanalmente con productos y colores tomados de la naturaleza. La pintura original de las paredes fue "redescubierta" por los proyectistas que junto a la artista Claudia Goldin la recuperaron a mano, pintando las figuras a pincel, con el color y las formas que tuvieron cuando aún funcionaba como casco de estancia, antes de quedar abandonada por años.

La cocina queda fuera de la casa, pero se completa con asadores, comunes o individuales en distintos puntos del parque y un horno de barro donde se cuece la panificación, o algunas carnes.

El predio que rodea inmediatamente la casona tiene hileras de naranjos, limoneros, nogales, higueras y un cañaveral. Un sector de mandarinas fragantes cerca la casa hacia el corral de los caballos, altos y petisos, que se ofrecen para pasear.

Entre las cañas hay un laberinto natural, paraíso de juego de los chicos, que preparan trampas y juegos con los tallos. Los árboles más viejos del parque permitieron recrear una casita de madera entre sus ramas, destino inevitable de juegos y de pájaros. Gansos, patos y conejos completan los habitantes del lugar y los compañeros de juegos de los chicos.

En el límite posterior del parque, que separa de otro campo sembrado, una hilada de eucaliptus forma una larguísima galería que ofrece sombra fresca en las tardes de verano y un sendero cubierto de cortezas y hojas en el otoño.

Un círculo de troncos, de unos 5 metros de diámetro, marca el sitio del parque donde se hacen "los fogones", encuentros rituales donde circulan historias, canciones o cuentos alrededor de llamaradas convocantes. Muy cerca, las hojas caídas de los álamos arman un remolino que se levanta de la tierra.

Al lado de la casona, un chalet de unos 50 años completa la propuesta del lugar. El espacio está diseñado para cinco o seis personas que prefieran un descanso con más autonomía, y con la posibilidad de cocinar; ya que en la casona, la comida está incluida en la estadía.

En el patio, apenas demarcado por arbustos bajos, se encuentra una pileta de natación y árboles de los que se descuelga una hamaca paraguaya. En la casita, un televisor le ganó espacio al living. Fuera de la medianera verde, el patio forma el espacio compartido.


Jornadas
Las estadías en Las Glicinas, durante los fines de semana, o en los días de campo, pueden organizarse junto a jornadas de taller de cerámica o tejidos en telar. Otros días, se prepara el horno para terminar la jornada de preparación de masas. Muchas de las actividades, lideradas por el fuego, se incorporan a las cotidianas, como la cocción de las piezas de cerámica, que comparte su fuego con los mates, las empanadas o las tortas fritas.

Así, Las Glicinas adquiere el cariz íntimo de un lugar apartado del movimiento urbano o puede convertirse en escenario de las artes más tradicionales de la vida rural.
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Calidad. La casona cuenta con varias habitaciones comunes, centro de actividades y de degustación de platos criollos caseros.

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