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domingo,
04 de
junio de
2006 |
Editorial
Acciones que nos incumben
Abnegada actividad cumplen agentes policiales de tres comisarías del centro y macrocentro de la ciudad que rescatan a chicos que duermen en la calle, los confortan, alimentan y devuelven a sus hogares. Aunque esa tarea no pertenece al orbe de sus obligaciones, ellos sienten que efectuarla es parte de un compromiso personal.
Tienen entre nueve y diecisiete años, pero muy poco futuro. Vagan por las veredas, bajo el frío y la humedad del otoño, sin otro abrigo que la intemperie. Se refugian y duermen donde pueden en la ciudad de puertas cerradas: plazas, cíber, cines y hasta cajeros automáticos les sirven para conciliar el sueño durante las noches. Sus hogares ya no funcionan como tales: allí suele esperarlos, en el mejor de los casos, la indiferencia; en el peor, la violencia más cruda. Todos los rosarinos los han visto y sin dudas mucho más de una vez: son los chicos de la calle.
Desde estas mismas columnas se ha criticado en ocasiones el accionar policial cuando la ineficiencia, la corrupción o la tendencia al abuso de la fuerza se tornaron evidentes. En este caso, como en tantos otros en que los uniformados demuestran capacidad profesional e integridad humana, es el más pleno elogio el que debe ser expresado: porque son agentes que revistan en tres comisarías con jurisdicción en el centro y el macrocentro rosarino quienes se ocupan cotidianamente de recoger a chicos de la calle, brindarles contención, abrigo y alimento y trasladarlos a sus casas, cuando se puede, a bordo de sus propios móviles. Una acción generosa y que sin dudas no se halla encuadrada en el marco de sus estrictas obligaciones.
Pero eso no importa para estos policías, quienes encuentran un fundamento profesional para realizar tan atípica tarea: es que al sacar a los chicos de la dura situación en que los hallan, también los extraen de un ámbito generador de delito. Y así, cuando se topan con niños o adolescentes que deambulan sin rumbo o descansan sobre los helados umbrales los rescatan sin vacilar. Diluyendo el miedo que naturalmente experimentan los pequeños vagabundos ante la presencia policial, los persuaden y los llevan a la comisaría, donde lo primero que hacen es darles una taza de café caliente y un plato con comida. Después, tras verificar que una casa y una familia los esperan -lo cual dista de ocurrir en todos los casos-, los llevan en patrullero hasta allí. Es que muchas veces, según reveló el comisario Sergio Coronel, los familiares les dicen que no tienen plata para venir en colectivo.
Fruto de la más cruda de las coyunturas socioeconómicas que hayan golpeado históricamente a la Argentina, estos chicos son antes que nada víctimas que luego, impulsadas por el desamparo y la más completa carencia de oportunidades, se transforman en victimarios de la mano de la droga y los malos hábitos adquiridos en la peor de las escuelas, las calles de la noche. Plaza Montenegro, San Juan y Entre Ríos, Corrientes y San Luis, Pellegrini y Oroño, Wheelwright y Roca, Oroño al 100 bis, el parque de España, el Normal Nº1, la Estación Terminal de Omnibus y los semáforos de calle Santa Fe constituyen algunos de sus paraderos predilectos. Allí, entre otros lugares, suelen recogerlos los agentes policiales, en una valiosa acción preventiva que ellos sienten parte de su compromiso personal, tanto con su trabajo como con la sociedad. El mismo Coronel explica los motivos que los impulsan: "No hay que cerrar el círculo en las acciones que se consideran nos incumbe: esto también tenemos que hacerlo".
Un concepto que de aplicarse en la práctica con mayor asiduidad permitiría al país escapar rápidamente de las garras de la crisis.
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