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 domingo, 04 de junio de 2006  
Viajeros del tiempo
Rosario 1900-1905

Las cosas del querer. En la madrugada del domingo pasado ha ocurrido un crimen alevoso cuyos detalles hacen estremecer al antropólogo que se dedica a buscar los orígenes o la herencia que le corresponde a cada individuo en la criminalidad. En un conventillo de la calle Mendoza 780 vive la mujer Ventura Córdoba, de 21 años de edad, argentina, tipo indiano, ya algo ajada por los excesos cometidos, la que ha tenido por amante en diversas épocas a Ramón Moreno, un individuo de regular estatura, espesa cabellera negra, tez tostada, nariz achatada, labios gruesos, bigotes lacios y ojos chicos pero de serena y penetrante mirada. Moreno es carrero y tiene un extraordinario cariño a su Ventura, a pesar de lo cual, y por aquello de "porque te quiero te aporreo", tuvo con su mujer escenas borrascosas que varias veces motivaron la intervención de los vecinos del conventillo. Cansada de esa vida, Ventura Córdoba un día resolvió separarse de su amante, y para lo cual solicitó en la comisaría 1a que le prohibieran la entrada al cuarto a Moreno. Apercibido el concubino de la situación por el comisario, se retiró, al parecer, tranquilo. Pero pocos días después la mujer Ventura Córdoba comenzó a hacer vida marital con el jovencito Rodolfo Fernández, un muchachón alto, fuerte, barbilampiño, de 21 años de edad y poco avezado a la vida que se entregaba. La noticia llegó pronto a los oídos del ex amante, quien juró vengarse porque, dijo, no iba a permitir que ningún imberbe se burlara de él. El sábado por la noche Ventura Córdoba y Rodolfo Fernández se acostaron a la hora de costumbre, dando hospitalidad también a Juan Córdoba, hermano de la mujer, quien había llegado cerca de las diez completamente ebrio. A la una de la madrugada del domingo los amantes se despertaron asustados por los repetidos golpes que se oían en la puerta, hasta que ésta cedió a un fuerte empellón y apareció la figura de Moreno empuñando en la diestra un cuchillo Reger de 25 centímetros de hoja y bien afilado y punzante. El amante despechado ordenó entonces con autoridad a quien ahora ocupaba su lugar en la cama que se vistiera y se retirara, y Fernández obedeció, completamente dominado por la mirada de su rival. Se puso los pantalones y los botines, pero cuando quiso bajarse de la cama los ojos de Moreno brillaron siniestramente y sin proferir una palabra sepultó hasta el cabo el cuchillo dos veces consecutivas en el pecho del joven causándole heridas mortales. La mujer comenzó a gritar, lo que distrajo por un momento a Moreno y fue aprovechado por Fernández para intentar huir, pero una nueva profunda cuchillada en la región lumbar izquierda hizo que el muchacho cayera, ya cadáver, de boca contra el umbral de la puerta de calle. El criminal, con toda sangre fría, volvió al cuarto y le dijo a la mujer que cerrara la boca; luego prendió un cigarrillo, se dirigió a la comisaría, y en la oficina de guardia dijo: "Vengo a entregarme, acabo de matar a un hombre", y un instante después colocó el cuchillo ensangrentado sobre la mesa. Anoche tuvimos ocasión de verlo en la celda donde fue alojado. Estaba durmiendo a pierna suelta. Al preguntarle por qué había cometido el crimen nos miró socarronamente y nos dijo: "Son las cosas del querer, no más, señor", y volviéndonos la espalda se entregó nuevamente al sueño.

Investigación y realización Guillermo Zinni ©
Ver La Capital de 1901.



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