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domingo,
04 de
junio de
2006 |
Interiores: estrés traumático
Jorge Besso
El diagnóstico del título no oculta su carga dramática a pesar del tecnicismo de las dos palabras. La denominación de estrés viene popularizándose desde hace años para referirse a un estado de agobio sumado a una fuerte tensión, vinculado a exigencias y a demandas externas, generalmente referidas al trabajo, pero en definitiva a lo que sea, dejando a un individuo a merced del acoso. En cuanto al trauma, emblemático término en los orígenes del psicoanálisis, tiene inicialmente el sentido de un golpe fuerte o brutal, sólo que no en el cuerpo sino en la psiquis. Es decir el impacto de una escena o de una experiencia no buscada, como puede ser el abuso de un adulto que desborda la capacidad de elaboración psíquica de un niño. Pero también con relación a un adulto inmerso en cualquiera de las tragedias sociales.
La guerra, además de la pobreza, sigue siendo la tragedia social por excelencia, y en estos días se puede ver un ejemplo más de las barbaries de los gobiernos por las armas. Es el caso de James Blake Miller, soldado norteamericano recién vuelto de Irak, que a sus 21 años recién cumplidos recibe tal vez el peor regalo de su vida: una pensión de 2500 dólares por un cuadro de invalidez psicológica. La situación de Blake es de una complejidad que lo desborda: ya no entiende la vida en general, ni tampoco la suya. El era un joven soldado convencido de la guerra, al punto de tener tatuado en su brazo el lema de su compañía: los ángeles de la muerte.
En los finales de una jornada en Faluya, luego de haber estado matando toda la noche, decide prender un cigarrillo con el convencimiento de que bien podría ser el último. En ese instante preciso y precioso un fotógrafo de guerra le saca una foto. La imagen apareció publicada en más de 100 periódicos de todo el mundo, entre ellos, en el El País de Madrid, con un comentario: "Su mirada al vacío, la suciedad del combate, la sangre en el oído de un tímpano estallado por los bombardeos y el humo del cigarrillo recién encendido forman una imagen impactante", al punto que su sargento lo bautizó Marlboro Man.
Miller se volvió demasiado famoso. Al punto de resultar una incomodidad para la guerra: en caso de muerte del soldado más célebre podría sobrevenir una baja en la moral de la tropa, y por lo tanto también una baja en la inmoralidad de la guerra, con la consecuente disminución de las bajas enemigas. Resultado: Marlboro Man es enviado a casa con el diagnostico general de invalidez psicológica. En nuestro idioma se podría decir que el soldado pasó de ser el Marlboro Man a Man Marlboro, es decir el hombre que fuma, en el sentido de que a la vuelta al hogar fuma cada vez más y lo mismo le pasa con la bebida. En el retorno a Kentucky el hombre se encontró con una constatación terrible: no podía mantener sus recuerdos bajo control.
La cuestión merece con toda probabilidad más de un comentario ya que se podría decir que una de las diferencias entre un típico ser Marlboro o mejor un típico ser Mac Donald, que vendría a ser lo mismo pero sin fumar, y cualquier otro ser más o menos corriente que circule por ahí, es tener la peregrina idea de "tener los recuerdos bajo control". En suma la psiquis nunca está bajo control, a pesar de todos los intentos individuales y colectivos al respecto. Lo cual no impide entender la dramática situación actual de Blake Miller, ya que la nota dice que constantemente lo invaden las caras de los enemigos que mató, y el recuerdo de los amigos muertos. El soldado desliza una amarga reflexión referida a que ahora no entiende la guerra que antes creyó entender: "Hemos hecho alguna ayuda humanitaria. Pero ¿qué hemos hecho realmente allí? ¿Qué ha ganado EE.UU. excepto un montón de muertos? Me quema por dentro".
El muy joven soldado se está quemando por dentro consumiendo y consumiéndose en humo y alcohol, y con un tatuaje que quizás le queme por fuera al recordarle una y otra vez que él es un ángel de la muerte: uno de los tantos a los que le hacen creer que llevan la vida y la democracia, y se encuentra, en cambio, que lo que llevó en realidad fue la muerte. Con semejante descubrimiento además constata que la muerte volvió con él y que ya no se la puede quitar. Estrés traumático es un diagnóstico que no está presente en los manuales clásicos del género, pero tiene un mérito interesante: invierte la corriente "estresadora", que habitualmente proviene del exterior, con un acoso que empuja sin control desde el interior mismo del sujeto. El ángel de la muerte fue a la guerra sin imaginar jamás que iba a volver a su casa con la guerra puesta. Antes, es decir antes de ir, debe haber pensado que tal vez volvía vivo o muerto, incluso que quizás no volvía. Pero muy difícilmente haya podido imaginar por un instante que volvería en un estado intermedio: ni vivo, ni muerto, sufriendo en cuerpo y alma los horrores de la guerra como tantos ex combatientes de las guerras del siglo pasado, diagnosticados con neurosis traumáticas, es decir la clásica neurosis de guerra que es lo que padece Blake Miller.
En el siglo pasado en aquella terrible película que precisamente se llamaba "El regreso", Jon Voigh en una notable actuación, representaba a un ex combatiente de Vietnam atrapado en una silla de ruedas, herido y quebrado en cuerpo y alma. En la primera serie de las "Rambo", Stallone se topa con un monstruo fascista vestido de policía, "dueño" de un pueblo de la Norteamérica profunda. El representa una especie de soldado monstruoso que a modo de un boomerang, vuelca todo lo que le enseñaron para matar afuera de casa pero que termina matando adentro. Ambas ficciones muestran el punto de encuentro de la locura: la de un individuo y la de una sociedad. Man Marlboro, en su terrible realidad, muestra la realidad terrible del primer mundo que sigue enviando a otros Rambos para aplastar al tercer mundo.
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