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domingo,
04 de
junio de
2006 |
El cazador oculto: "Salve a los bananas de los cóctels"
Ricardo Luque / Escenario
La invitación dejaba margen para la duda. Por la ambigüedad del inglés. "Save bananas" no tiene una traducción literal. Menos si lo escriben los "chicos listos" de Atypica. Al leerla, algo así como "salven bananas", se puede caer en la tentación de creer de que se trata de una consigna de Greenpeace, una de esas del estilo de "Salven a la ballenas", pero es difícil que se trata de eso. No. Las bananas no están en peligro de extinción. Para entenderlo hay que esforzarse más. Y jugar con el género, que es uno de los juegos que más le gusta y que mejor juegan las nuevas generaciones. Así la exhortación podría quedar, y no estaría nada mal, como "Salven a los bananas", que esos sí están listos. Pero, ahora viene la cuestión de fondo, ¿qué es un banana? Google, la enciclopedia británica del nuevo milenio, no lo explica bien. Lo mejor, entonces, es mirar alrededor. ¿Cuándo? En una fiestita cool, como la que organizó tan enigmáticamente, en los altos del Macro, Guillermina Ygelman, la editora de la revista de diseño más "banana" de la ciudad. Para que se entienda: ser banana, en los 70, era más o menos lo mismo que ser cool hoy. Por eso nadie se extrañó de que en la reunión estuviera Daniel Scarfó, el titular de la cátedra de Educación Sentimental de la Facultad Libre de Rosario. Porque hay que ser banana para ganarse la vida dando clases disfrazado de mono, como hizo el buen hombre la semana pasada, en el Bernardino Rivadavia. Pelilargo, desprolijo, llegó con una camisa que parecía no haber sido planchada desde el Mayo del 68. Igual tuvo éxito, como todo banana que se precie de serlo. Como Roberto Caferra, que llegó con un saco de corderoy negro, camisa al tono y una barba rala que le daba un aire de narco colombiano haciendo negocios en la Collins de Miami. Los dos se sorprendieron al ver a María Paula Alzugaray, y no porque hubiera sido invitada a la fiesta, sino porque estaba vestida. Ambos, como tantos otros, la recordaban desnuda, recostada en la arena y con el agua acariciándole suavemente, como aparece en el libro de poemas de Fabricio Simón, otro banana, que no estuvo en la fiesta, pero para la ovación sólo le falta cantar "Toda una noche contigo". Si tienen dudas, compren "Agua virgen".
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