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 miércoles, 03 de mayo de 2006  
Editorial:
Bolivia recupera sus recursos naturales

La decisión del presidente boliviano, Evo Morales, de nacionalizar por decreto el gas y el petróleo ya ha provocado expeditivos rechazos, levantado fuertes polémicas y causado fervorosas adhesiones. Pero más allá del apasionamiento -tanto a favor como en contra- que generó la medida, existen datos que puestos sobre la mesa se revelan dueños de una indiscutible contundencia. Y entonces, acaso corresponda desideologizar el análisis para llegar a un nivel de objetividad que permita evaluar lo ocurrido con mirada clara.

El primer elemento a considerar produce, inevitablemente, estupor: Bolivia es dueña de la segunda reserva gasífera de América del Sur, pero apenas el 0,6 por ciento de su población tiene acceso al gas natural. Adjetivar resulta innecesario, pero si se buscara describir el despropósito, los calificativos injusto y flagrante serían de empleo irreemplazable. El segundo dato posee peso parecido: cuando toda la industria fue privatizada -entre los años 1996 y 2005- el 82 por ciento de los beneficios quedó para las compañías y sólo el 18 por ciento restante llegó a los bolivianos.

A ello debería sumársele que la desigualdad social en el país reviste matices escandalosos: no de otro modo puede calificarse el hecho de que la mitad del ingreso de la nación se concentre en apenas la quinta parte de la población.

Sin embargo, ante la concreción de una bandera de campaña largamente proclamada por el ex líder cocalero que ahora es presidente, las reacciones negativas que aluden al amenazante izquierdismo de Morales han proliferado como hongos. Sucede que cuando el jefe de Estado dice "se acabó el saqueo de los recursos naturales de Bolivia" la frase puede ser interpretada, en frío, como mero discurso de barricada, pero cuando se tiene conocimiento de los guarismos expuestos previamente resulta difícil no adherir a sus conceptos.

Se trata de una cuestión que excede el marco de la simpatía política o la coincidencia ideológica: cuando el expolio se plantea como evidente y los niveles de miseria de los bolivianos son su consecuencia directa, detenerlo merece ser visto como un acto de pura supervivencia.

Las corporaciones trasnacionales han demostrado con largueza -Africa o América latina son el peor de los ejemplos- que muchas veces carecen de escrúpulos a la hora de apropiarse de la riqueza sin compartirla con nadie.

Bolivia, de la mano de Morales, parece gozar de una última oportunidad para resurgir. Ojalá que la nacionalización rinda frutos concretos para la gente y no se convierta en un simple gesto demagógico destinado a captar o preservar el poder político.
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