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domingo,
23 de
abril de
2006 |
Bruselas: metamorfosis de lujo
La Grand Place de Bruselas, sin objeción, es el mejor sitio para comenzar una visita turística a la capital de Bélgica. Allí se encuentran monumentos emblemáticos, que cuando uno los ve por primera vez parecen conocidos, porque la arquitectura, cuando es perfecta, se muestra en fotos, artículos, películas y a pesar de estar quieta consigue dar la vuelta al mundo.
A partir de la plaza se puede iniciar un periplo que casi siempre concluirá en el punto de inicio, porque la Grand Place, Plaza Mayor, o Grote Markt, Patrimonio Mundial de la Humanidad, seduce, atrae y se queda con la última palabra.
Si tuviéramos que destacar algún edificio de ese conjunto espectacular deberíamos fijarnos en el Ayuntamiento y la Casa del Rey. El Ayuntamiento, con su torre gótica de más de noventa metros que gobierna el centro de la ciudad, es el único que permanece igual que como fue creado en origen, ya que soportó en pie y sin claudicar el bombardeo de las fuerzas francesas en 1695. Del resto no se puede decir lo mismo, aunque la reconstrucción del entorno tras los conflictos se hizo de tal modo que conservan la armonía que le imprimieron sus creadores.
A uno no le alcanzan ojos para aprehender todos los detalles, exigiendo al cuello una flexibilidad que a veces no está dispuesto a regalarnos, dejándonos una especie de contractura que podría denominarse del viajero ansioso.
En la Casa del Rey se encuentra el Museo de la Ciudad de Bruselas, donde se exhiben obras de artes y también el amplio vestuario del Manneken Pis, célebre ícono de mármol de la ciudad e infatigable miccionador, ya que desde 1691 ha convertido su chorrito en una de las fuentes más concurridas del mundo. Y en derredor, las casas gremiales, que compiten entre ellas en esplendor y belleza.
Interiores de lujo
Tras la fascinación inicial se pueden seguir distintos itinerarios. Si la exigencia demanda cultura no hay ningún problema por cuanto muy cerca existen museos donde se muestran casi todas las actividades de los hombres en los campos del arte, de la ciencia o de la industria. Cualquier guía, por muy elemental que sea, nos va a recomendar sitios imperdibles como el antiguo Palacio de Bruselas, la colección farmacéutica Albert Couvreur, la Casa de Erasmo, el Museo de Arte Antiguo, el de Arte Moderno.
El visitante tendrá que jerarquizar, pues aquí o allá esperan otros sitios atractivos, como los museos de esgrima, de medicina, de la imprenta, de instrumentos musicales, de la cerveza, de farmacia y plantas medicinales, del cine, del juguete, de coches antiguos.
Bruselas tiene contenidos de lujo en sus espacios cerrados, pero la ciudad también es continente: sus paseos y jardines son una delicia. Los nativos aseguran que si se pudiesen sumar la zona verde de capital y aledaños se obtendría un tamaño de naturaleza espectacular, superior al de cualquier otra metrópoli europea.
En 1991 un concejal del Ayuntamiento tuvo una idea interesente: organizar una ruta del comic y las historietas. Recorriéndola se pueden ver frescos y pinturas vinculadas a muchos personajes de ilusión y sus argumentos. Destaca, omnipresente, Tintín, para satisfacción del millón de habitantes que reside en la ciudad que lo consideran un auténtico héroe.
Los interiores de las catedrales de Bruselas, como la de San Miguel y Santa Gudula en el Barrio Real, ofrecen el gótico más exquisito. Los interiores, repletos de piezas de madera tallada, concentran la atención. Baptisterios y púlpitos adoptan formas imposibles. De tal modo aparecen labores lustradas y pulidas donde frutas, animales y objetos caprichosos compiten en perfección, haciendo posibles escaleras que parecen conducir al mismísimo cielo o retablos que lo representan.
Arte por todos lados, religioso, antiguo, moderno, en forma de iglesias, palacios y una arquitectura alzada para conmemorar la capitalidad política de Europa. Lo bueno es que todos los estilos suman, como el art nouveau del que Bruselas es un exponente en el mundo entero. Maderas, piedras, cristales, hierros forjados se dan la mano para que el paseo concluya, se vaya por donde se vaya, con alegría.
Si los diferentes atributos arquitectónicos llaman la atención, las variedades de cerveza que se pueden degustar hacen lo propio. Se dice que en Bélgica uno podría beber cerveza todos los días del año sin repetir la misma marca.
La ciudad que desde 1958 recibe a todos los parlamentarios europeos se fundó sobre una isla pantanosa del río Senne, de allí su nombre, que deriva de la palabra flamenca «brock», que significa pantano, y «sali», que quiere decir edificio.
Cuesta creer que todo lo que está en pie desde el siglo XV haya tenido ese origen. El rey Leopoldo II (1865 -1909) hizo lo posible para que la austeridad inicial mutase en lujo y brillo por todos los rincones.
Su nombre se reparte por todos los puntos cardinales y su firma aparece sin complejos en palacios, arcos de triunfo, parques y ornamentos, dando testimonio de una época grandiosa y colonial.
Duele pensar que ese traslado de riquezas y fortunas de un Africa sometida haya servido para gestar una gloria personal.
De todos modos, haciendo abstracción de Leopoldo y el expolio, Bruselas bien vale la visita.
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