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 domingo, 23 de abril de 2006  
A lo lejos, una cumbia
A 50 años de la creación del mítico grupo Los Wawancó, un repaso por la historia de este ritmo que surgió en el Caribe y que huele a cultura negra, indígena y europea

Carlos A. Manfredi

Mientras el grupo Los Wawancó está festejando los cincuenta años de su formación, hace unas semanas se anunció la muerte del autor de "Se va el caimán", José María Peñaranda. La coincidencia de estas dos noticias relacionadas con la música popular remite a los años en que un sonido de raíz folklórica originado en el Caribe se expandió a todo el continente americano, dejando una marca reconocible en ramificaciones y variantes. Con su sonoridad, sus nombres, su calor y su perfume, la cumbia colombiana vuelve desde el recuerdo.

"Una vez me quedé / ay!, dormido en la playa / y así yo soñé que del cielo bajaba / un enjambre de estrellas y la luna plateada/ y las olas del mar con su luz salpicaban/ sobre el mar divisé/ divisé una cumbiamba / que al sonar de tambores sobre el agua giraba...". Entrelazada en el leve viento norte, al igual que el sonido de los trenes y el griterío de los partidos de fútbol nocturno, la letra de la "Cumbia sobre el mar" (Rafael Mejía-1963) se metía por las ventanas abiertas de las noches de verano.

La música de acento caribeño fulguraba en las preferencias populares a mediados de la década del 60 y estaba en los parlantes de todos los parques de diversiones ambulantes, como en la pista de baile de alguno de los clubes que se alternaban en la organización de los carnavales. Argentina todavía esquivaba la mirada cotidiana hacia América Latina, y Colombia era sólo aquélla tierra en la que se había muerto Gardel y hacia donde viajaban los equipos argentinos a jugar la Copa Libertadores con Millonarios de Bogotá. Faltaban algunos años para que se lo reconociera como el país donde anclaba el universo de García Márquez.

De pronto, las radios comenzaron a pasar canciones simples de paso cadencioso que hablaban de playas, canoas y casa blancas en sitios que hasta entonces nadie nombraba, Santa Marta, Cartagena o Barranquilla. El ritmo pudo más que otras imágenes.


Danza de los esclavos
Al igual que otros ritmos de un continente conquistado, confluyen en la cumbia la cultura negra africana, la indígena y la europea, que se cruzaron hacia fines del siglo dieciocho.

Si la negra aportó los tambores, la indígena incorporó las flauta (caña de millo y gaitas) para llevar la melodía, mientras que la europea bosquejó modificaciones en la coreografía original y el vestuario.

De la voz negra "cumbé" (jolgorio, fiesta), derivó el nombre de "cumbia", con que se denominó a la danza que se hizo popular en el Caribe Colombiano, la zona norte del territorio donde desemboca el río Magdalena, que recorre más de 1.500 kilómetros, hasta llegar a Barranquilla. En los departamentos de Magdalena y Atlántico se encuentran distintas ciudades en las que floreció la danza.

La falta de luz eléctrica en tiempos remotos hizo que las parejas llevaran velas en las manos, para iluminarse mientras rotaban alrededor de los músicos, en un cortejo sensual que solía durar horas sin que los bailarines se tocaran.

Variantes posteriores la convirtieron en un baile más convencional, de manos alrededor de la cintura y pasos cortos. Como el tango, la cumbia fue primero solamente instrumental, con una base de flautas y percusión. A partir de 1930, se introdujeron algunas modificaciones que comenzaron una transformación de su sonido, acercándolo a las clases acomodadas y medio altas de la sociedad colombiana, que hasta entonces la consideraban un ritmo indigno e insignificante.

En 1950 apareció la primera cumbia grabada para comercializar y poco después el gaitero Antonio "Toño" Fernández escribió la primera letra.

La cumbia cantada se hizo masiva, incorporó el acordeón -tomándolo del hoy muy difundido vallenato- y comenzó su expansión hacia toda América, donde continúa cultivándose.


La cumbia "blanca"
La palabra "wawancó" también significa "fiesta", aunque más referido a celebración familiar. Proviene del dialecto "naningo", que se habla en el oriente de Cuba. En noviembre de 1955, un grupo de estudiantes de medicina llegados a la Argentina desde diversos países la eligió para el conjunto musical que acababan de formar. Eran tiempos en que la Universidad argentina despertaba admiración en toda América y convocaba a sus jóvenes a completar aquí la formación profesional.

Combinando conocimientos musicales con un claro sentido de la oportunidad, seis de ellos formaron Los Wawancó: Rafael Aedo (Colombia); Mario Castellón (Costa Rica); Carlos Cabrera (Perú); Enrique Salazar (Colombia); Sergio Solar (Chile) y sobre todo el mítico Hernán Rojas, también colombiano, voz inconfundible de la identidad que tendrá para siempre la multiétnica formación original del grupo tal vez más representativo de la cumbia fuera de su país.

Género folklórico en viaje, la cumbia fue incorporando sonoridades no originarias que contribuyeron a su inserción en todos los públicos y a mantenerse en el oído popular por encima de sus intérpretes.

Así, mientras Los Wawancó basaban el fraseo melódico desde el piano, el Cuarteto Imperial lo hacía desde el acordeón. Otros grupos agregaban una batería y todos conservaban los elementos de base: los tambores; las maracas; el clave (dos maderas haciendo toc-toc), el "güiro" (esa calabaza de lomo marcado con canaletas transversales que se recorren ida y vuelta con un palillo); los timbales (así llamados los dos tambores pequeños con pie) y las "campanas" (similares a la campanilla que usan los pastores, dispuesta en forma horizontal y a veces dobles).

También surgieron Los Cinco del Ritmo ("Pedile a San Antonio que te mande un novio/ todos los domingos"), La Sonora Kalingó, La Charanga del Caribe, Bovea y sus Vallenatos y hasta compuso cumbias Chico Novarro, quien antes de escribir tangos y boleros había asomado en un rol "tropical" en el lejano Club del Clan con temas como "El Orangután".

Entre los títulos más recordados del catálogo de ese tiempo aparecen "Un sombrero de Paja" ("Si de lejos ves venir/un sombrero de paja, ahí se ve/ la canoa llena, ahí se ve/ un hombre remando"), "La casita blanca" ("Una casita blanca/ una luna de plata/ y una canción lejana/ que trae el mar"), "La pollera colorá", "Río Mamoré" y "Quiero un Sombrero" ("Quiero un sombrero/ de paja, una bandera/ quiero una guayabera/ y un son para bailar").

Eran tiempos de paisajismo en la poesía musical, como sucedía en el folklore antes de que los temas sociales irrumpieran en las letras pocos años más tarde. Igual, las cumbias fueron "lavando" un poco el color local en su recorrido continental, incorporando, entre otras cosas, cierta dosis de doble sentido en páginas quizá menores como "Villa Cariño" o "La Banda Borracha" o "Me gusta tu rosa roja".

Los conjuntos vestían de blanco, posaban con sombreros de pescador en las portadas de los discos (Los Wawancó grababan en la EMI; el Imperial, en CBS) y agregaban toques del vestuario popular "costeño", donde lo rural se encontraba con el mar. Los Wawancó interpretaron canciones en tres películas del cine nacional y Leonardo Favio incluyó sus canciones en la banda de sonido de "El Romance del Aniceto y la Francisca" (1966).


Y llegó el rock
El auge duró algunos años. Las inquietudes de la juventud viraron hacia la expresión más inmediata y directa de sus deseos de cambio, apareció el rock en español, la música pop en inglés se devoró el mercado y los grupos de cumbia deambularon entre los cambios de formación, los fugaces resurgimientos y los contratos de bajo presupuesto. Sus discos salieron de la radio, pero con el formato de selecciones o continuados. Se siguieron usando hasta el cansancio en las discotecas para fin de año o cuando el clima daba para rescatarlos del estante de abajo.

Lejos de morir, la cumbia siguió su mutación, combinándose con el merengue o el pasodoble cuartetero, agregando sintetizadores o guitarra eléctrica, reduciendo la percusión hasta un escuálido "tic-tic" aderezado con platillos.

Algunas de sus letras de hoy reflejan la exclusión social que generaron sin piedad los sistemas económicos que asolaron el continente y no estuvo exenta de sufrir episodios de cuestionamiento o censura, entre los cuales la denominación "villera" sobra para estigmatizar a una de sus variantes. Para muchos, su actualidad se refleja en la multiplicación casi infinita de grupos y solistas que pueblan el incalculable negocio de las "bailantas" (aunque esa palabra provenga de otro litoral). La cumbia conserva el carácter de un emblema, ahora de otra clase.

También suena distinta a aquélla que hace más de cuarenta años trajo el calor del caribe colombiano; la lejanía de la playa; palabras como "tambora", "guayabera" o "merecumbé" y un ritmo que presumía llevarnos sobre una canoa que bajaba, acompasada y lentamente, por el Magdalena, rumbo al mar.
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El Winco y Los Wawancó, un clásico de la época. Hoy se venden casi como una reliquia.

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