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domingo,
23 de
abril de
2006 |
El libro, en el centro de la escena argentina
Las coincidencias, según popularmente se asegura, no existen. Y más allá de que tan audaz afirmación resulta imposible de sostener con pruebas, la elección del 23 de abril como fecha para el Día del Libro y los Derechos de Autor está vinculada con una casualidad altamente significativa. Es que fue un 23 de abril —el de 1616— cuando murieron quienes con toda razón son considerados los más valiosos autores de dos lenguas fundamentales en el globo, la española y la inglesa: Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare. Y a pesar de que la coincidencia es sólo numérica —no fallecieron el mismo día porque por entonces el calendario británico estaba ligeramente desfasado respecto del que regía en el orbe católico—, resultó más que suficiente para que la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) se decidiera por unanimidad y lo instaurara mundialmente.
En consonancia con la celebración, desde el pasado jueves una entrañable ceremonia anual se está reeditando en la ciudad de Buenos Aires y se transforma en cita ineludible para aquellos que sienten a la cultura como parte inseparable de su vida: en el predio de la Rural porteña ha abierto sus puertas la trigésima segunda edición de la Feria Internacional del Libro, acaso el acontecimiento cultural más importante de todo el país. Más de mil cuatrocientos stands y el anuncio de más de un millar de actos se presentan como un menú en extremo apetecible para tentar no sólo a los residentes en la Capital Federal, sino a los viajeros de toda la Argentina que acuden en masa. Y hoy es la oportunidad ideal para recordar los valores trascendentes de un acontecimiento que ha adquirido, para sorpresa de muchos, una masividad conmovedora.
Por los pasillos del inmenso espacio que cobija a la Feria, quienes pasean no son aquellos que constituyen el público habitual de las librerías. Casi todos abren ejemplares, los hojean con avidez, curiosean, se interesan, se aproximan a los escritores, preguntan y escuchan en concentrado silencio. Porque la Feria es un ámbito de la gente, que se aproxima al libro con unción —más consciente que nunca, tal vez, de su condición sagrada en tanto medio de transmisión irreemplazable de la belleza y el conocimiento humano—.
Tan vasto resulta el espacio físico de la Feria que abruma con facilidad a quienes no acostumbran fisgonear en los estantes y mesas de novedades; pero hasta los más avezados especialistas llegan a sufrir de vértigo ante la oferta bibliográfica, numerosa y variada. Aunque el que acaso sea el atractivo principal del evento es la posibilidad de entrar en contacto con los creadores de la palabra y conversar con ellos, mano a mano. Y es que firmando ejemplares, brindando conferencias, participando en debates o mesas redondas resulta posible disfrutar de la presencia de los más destacados novelistas, ensayistas y poetas nacionales, además de aquellos que llegan especialmente del exterior.
Así, la Feria se erige en un verdadero foro y también en el sitio donde muchos entran por primera vez en contacto con ese objeto incomparable, uno de los más perfectos y perdurables creados por el hombre: el libro, tan vivo todavía y cada vez más vivo pese a que muchos hayan pronosticado —equivocadamente— su inminente fin.
La edición de este año promete valiosas novedades: el Festival y la “Zona de Poesía”, destinados a darle un jerarquizado espacio propio a un género siempre postergado por las visiones comerciales de la literatura, y el sector destinado en exclusiva a las revistas culturales —fenómeno que en el país siempre tuvo especial auge— merecen rescatarse del rico panorama general.
Al modo de las grandes ferias del mundo, la de Buenos Aires —y también la de Rosario, que mejora año tras año— constituye una auténtica fiesta. Acaso cada gran ciudad argentina debiera imitar el ejemplo, para difundir no sólo lo que crean el país y el mundo sino también su propia producción y la de la región que integra.
El periodista y escritor Tomás Eloy Martínez destacó con acierto en la inauguración oficial el rol fundacional cumplido por el libro en la creación de la patria. “Sin el libro, ¿hacia qué clase de nación estaríamos yendo? ¿Sobre qué valores estaríamos construyendo los años por venir”, se interrogó el autor de “Santa Evita” y “El vuelo de la reina”. La pregunta no puede responderse sin recordar la larga y valiosa lista de nombres inolvidables que han escrito la Argentina escribiéndose a sí mismos sobre la llanura blanca de la página: Echeverría, Mármol, Ascasubi, Sarmiento, Mansilla, Mitre, Hernández, Lugones, Marechal, Macedonio, Borges, Arlt, Quiroga, Girondo, Martínez Estrada, Alfonsina Storni, Cortázar, Bioy Casares, Silvina Ocampo, Sabato, Juan L. Ortiz, Conti, Di Benedetto, Moyano, Tizón, Castillo, Piglia, Gelman y tantos más. ¿Hacen falta más palabras para nombrar lo mejor que ha dado la Argentina?
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