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domingo,
23 de
abril de
2006 |
Interiores: lavado de cerebro
Jorge Besso
Si tuviera que elegir una metáfora en que se estirara al máximo la distancia entre la letra y lo que dicha letra dice, es decir, entre el sentido literal de una frase y el simbólico que finalmente irradia, me quedaría con lavado de cerebro. Se trata de una expresión con potencia metafórica top, de forma que la unión de todos los especímenes que se precian y se jactan de concretos en el mundo (que seguramente son legiones) no podrían ni siquiera menguar dicha potencia, en tanto y en cuanto es más que manifiesta la enorme dificultad de lavar el cerebro, y además, con qué producto, ya que si usáramos al respecto cualquiera de los champú estacionados en las góndolas contemporáneas, lo mínimo que nos ocurriría es quedar estancados y empapados en un llanto definitivo.
La bendita metáfora es tan completita que no le falta ideología, pues a mediados del siglo pasado era el calificativo predilecto de la derecha universal para caracterizar, calificar y perseguir al comunismo que, a la sazón, anunciaba y amenazaba con cambiar y dominar al mundo. El peligro rojo se proponía manchar de rojez las banderas nacionales y el método predilecto (nos decían) era lavar el cerebro de la gente para implantarle las ideas comunistas destinadas a terminar con la familia y la propiedad privada. Lo curioso es que echando una mirada al siglo XX desde el siglo XXI se puede ver que la familia es una institución en estallido, a pesar de la caída del comunismo que la amenazaba, pero con la debida aclaración de que se trata de un estallido un tanto particular, ya que los pedazos de familias conforman otras llamadas ensambladas, además de las nuevas familias gay, ambos tipos sumándose al tipo familiar clásico.
En cuanto a la propiedad privada finalmente fue el capitalismo el que le lavó el cerebro al comunismo chino, convertido ahora al capital bajo la dirección del Partido Comunista, resultando ahora que es China la que amenaza al mundo. De pronto, en el gigantesco país asiático han brotado no se sabe bien de qué suelo social muchos millones de ricos (claro está que no tanto como los millones de pobres) configurando el mercado de ricos más grande del mundo, amenazando al resto del planeta con la definitiva expansión de un capitalismo capital.
El lavado de cerebros es con toda probabilidad la práctica predilecta del poder para asegurarse que la gente camine por donde tiene que caminar, vote opciones que en realidad no son opciones, se reitere en sus pensamientos y en sus emociones para que hasta donde sea posible todo esté en orden y bajo control, lo que viene a representar un sueño a la vez individual y colectivo. Grandes y pequeñas religiones, grandes y pequeños movimientos políticos con contenidos distintos pero en general con las mismas prácticas, se ocupan día a día de encaminar al rebaño mundial a ninguna parte. En rigor a ninguna otra parte que no sea el consumo en el que se consumen millones de vidas, salvo claro está, los millones de las consumidas por el hambre.
Sin embargo hay que insistir con aquello de que los cerebros no son lavables y aunque algunos champú sociales logren su cometido, es bueno tener en cuenta que en última instancia los cerebros siempre se pueden resistir y recuperar, sobre todo cuando advierten que los poderes, más que lavar la cabeza, lo que muchas veces hacen es ensuciársela. El cerebro es sin duda uno de los órganos más preciados, también de los más investigados y todo sin que por lo general se logren los resultados más esperados. Es que los "resultados más esperados" permanecen en estado de dulce espera porque en realidad son los resultados deseados. Es decir lo que el mundo científico desea desde hace más o menos cientos de años: encontrar la zona o zonas cerebrales a partir de cuyo estímulo o actividad se vayan encontrando las explicaciones y los resultados de la conducta humana. Pero con toda probabilidad se trata de un imposible, ya que el cerebro constituye una condición necesaria para la vida, pero no es suficiente para explicar la existencia humana.
Ocurre que entre la conducta de los hombres y el cerebro hay un existente inasible e imposible de tomografiar: la psiquis. Este es un lugar crucial, un espacio y un tiempo de cruce entre el cerebro y la conducta humana por donde circulan imágenes, afectos, intenciones y representaciones tanto conscientes como inconscientes, que bien pueden vehiculizar una orden cerebral, o bien contrariarla. Acaso la pretensión de lavar el cerebro es, si cabe, aún mayor cuando se trata de la psiquis: el sentido de la operación de lavandería es abolir el espíritu crítico. Pero quizás habría que decir mucho más: en el fondo una de las mayores ilusiones de los poderes es que no haya psiquis. De esa forma ni siquiera sería necesario la operación del lavado de cerebro, en tanto los humanos serían seres perfectamente educables, implantables y organizables, un rebaño definitivamente fiel que constituiría el sueño de cualquier poder, y a la vez el sueño no reconocido de muchos que incrustados en semejante rebaño jamás tendrían ni sobresaltos, ni incertidumbres.
Pero hay psiquis anclada en el cuerpo , según la notable expresión del psicoanalista André Green, que es a la vez el domicilio fundamental de nuestro ser, rodeado, protegido y limitado por una doble frontera: entre un adentro y un afuera, es decir el límite entre nosotros y los otros. Y hacia adentro una frontera entre lo consciente y lo inconsciente, entre lo que sabemos y no sabemos de nosotros mismos. Estas dos fronteras dan como resultado la incertidumbre más insoslayable de la vida humana que, con toda probabilidad, no la podrán hacer desaparecer ni el dinero, ni los que hurgan en el cerebro, ni tampoco los que hacen planes para invadirlo todo. El resultado es que la incertidumbre no es lavable, lo que al mismo tiempo constituye la condición de nuestra libertad.
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