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domingo,
16 de
abril de
2006 |
Se necesita una Pascua
Carlos Duclos
El mundo necesita comportamientos humanos que nazcan de Dios". La frase pertenece al arzobispo de Rosario, monseñor José Luis Mollaghan, y fue pronunciada en la homilía dada anteayer, en la Iglesia Catedral, con motivo de la celebración del Viernes Santo. Homilía, dicho sea de paso, cuya última parte estuvo llena de humanismo y que debería ser un paradigma del mensaje que la Iglesia debe dar a los seres humanos tan necesitados de aliento para seguir adelante en este peregrinaje humano que es tan parecido al desierto de Moisés y los suyos, como el camino hacia el Gólgota de Jesús y sus seguidores. El prelado habló del mal, de la necesidad de desarraigar el odio del mundo, que es la muerte, y abrazar la vida de la resurrección a través del servicio a los demás.
En una parte de su homilía monseñor Molloghan sugirió que muchos, tal vez todos, de una u otra forma, han crucificado y siguen crucificando a Jesús. A partir de este pensamiento tan certero, podría decirse, en virtud de que estos días han sido conmemorativos de las Pascuas de cristianos y judíos, que muchos han sometido y siguen sometiendo al ser humano al profundo dolor de la esclavitud de Egipto, a la soledad y desesperación de la crucifixión. Primeramente, es menester volver la mirada, libre de ataduras ideológicas, despojada de la pasión política, hacia la realidad social que vive el mundo, después mirar la realidad nacional. En el orden mundial asistimos a una desgraciada como injusta división de países y de clases sociales: ricos y pobres, pero no sólo eso, sino que se advierte la presencia de naciones excesivamente ricas y pueblos penosamente pobres que no viven, sino que permanecen. Hambre, desnutrición, falta de cobijo, víctimas de actitudes injustas, apartados de los derechos más elementales, enfermos y desamparados, muchos seres humanos padecen la esclavitud de Egipto, padecen la cruz.
Si se ha de reflexionar sobre las palabras de monseñor Mollaghan, podría decirse que el imperio romano, representado por el poder de este nuevo orden mundial, sigue crucificando a Jesús en el dolor de tantos seres, sigue esclavizando al pueblo judío en la miseria a la que son expuestas tantas almas a lo ancho y a lo largo del planeta.
Pero las carencias no son sólo de orden económico, material o físico, son también de orden espiritual e incluso psíquico. El terrorismo, por ejemplo, pretende imponer en el mundo que se llega a Dios mediante el asesinato del prójimo y los narcotraficantes son un ejemplo de cómo obtener riquezas devastando la psiquis humana y arrasando y sumiendo en el dolor a familias enteras, mientras quienes deberían ser rigurosos con estos homicidas por omisión cómplice muchas veces giran la vista hacia otro lado permitiendo, en un verdadero sacrilegio social, la más repudiable de las impunidades.
Losejemplos de nuevas formas de esclavitud y de crucifixión en el mundo sobran y el lector los conoce: La violencia, la guerra, la muerte de cientos de miles de personas cada día en el planeta por obra y gracia de actitudes que se generan en el interés vano y efímero del hombre.
¿Y en Argentina?
También en este suelo, bendecido con dones que dejan asombrados a cuanto extranjero recorre sus extensiones, sigue existiendo una división social que indigna a los justos y sume en el llanto a los débiles. No es posible, para ser equitativos, repartir las culpas sólo sobre la clase política. Si bien es cierto que históricamente, y por lo general, estuvo más ocupada en gerenciar sus propios intereses y la de sus "representados privilegiados" que los del pueblo, no es menos cierto que otros sectores sociales no menos poderosos son responsables de tanta esclavitud, de tanta cruz.
Empresarios, operadores económicos, productores, gremialistas inescrupulosos, militares y líderes en general de la vida pública y privada son responsables también de la esclavitud y pasión del pueblo argentino. Creyendo que la felicidad se logra acaparando tesoros en la tierra, no han escatimado esfuerzos en lograrlos aun a costa del sufrimiento de su semejante. Lo peor de todo, es que de la necesidad de riquezas se pasó a la voracidad de la avaricia.
Son absolutamente innecesarios los detalles, porque si el lector efectúa un análisis objetivo de la realidad nacional de los últimos tiempos, tendrá un panorama certero de lo que sucedió y sigue sucediendo en el país.
Un repaso
Sin embargo, que no se soslaye en esta reflexión un repaso rápido: sigue existiendo hambre, desnutrición en diversos puntos del país, hay desocupación y si hay ocupación muchos salarios son de monto harto insuficiente. Hay mendicidad por todas partes, chicos condenados a un futuro que más que incierto es bastante cierto y que podría definirse como la soledad del desierto o el horror de la cruz. Hay jubilados que son humillados con salarios paupérrimos y desamparo sanitario. Hay educadores y educandos olvidados. Hay enfermos desprotegidos y hay mucho más y nada bueno. Es decir, sigue vigente el dolor de la pobreza.
Pero esta soledad, este dolor de los pobres, que a veces no se siente porque a fuerza de su permanencia se transforma en una dureza insensible en el corazón, no destroza sólo a estos actores sociales, penetra también en la clase media y en muchos ricos. ¿Y cómo se entiende esto? Es fácil comprender el dolor de una clase media a la que a fuerza de exprimirla la van extinguiendo y que lo poco que de ella queda sigue soportando, como puede, el peso de tantas injusticias: aumentos de precios, aumentos de impuestos y de costos de servicios, salarios que pierden poder adquisitivo, injusticias sociales de todo tipo, una delincuencia que la tiene a mal traer y una justicia que representada por el Poder Judicial argentino en muchos casos es, más que justicia, denegación de la misma. Una clase media que mira preocupada y dolorida a sus hijos cuyo futuro, con muchas probabilidades, será el de ser pobres.
Muchos ricos, por otra parte, no están liberados de la soledad y el dolor. Y ello así, porque sencillamente ningún bien material y ninguna cantidad de tal bien puede llenar el vacío existencial que se produce por la pobreza espiritual. Dedicados muchos a rendir culto a los ídolos (léase éxito económico desmesurado) no le han rendido culto al verdadero Dios (léase amor). Y como siempre, más tarde o más temprano, estos errores se pagan, difícilmente pueda ser eludido el tremendo demonio de la soledad, del vacío existencial.
Así las cosas, y teniendo en cuenta las palabras de monseñor Mollaghan, se diría que muchos en el mundo tienen comportamientos que nacen en la oscuridad del error sobre la verdad de la vida humana: se ocupan países y se matan a sus ciudadanos por la avidez de riquezas; se vende droga, aunque se malogre la vida de una familia, por el ansia de fortuna; se somete a necesidades a millones de trabajadores por un porcentaje más de ganancia empresarial; se desampara al jubilado; se condena a muchos niños; se frustran las esperanzas presentes de los jóvenes, se destruye su futuro. Es decir, estimado lector, el faraón pretende y logra esclavizar al pueblo en Egipto y el emperador romano crucifica al mismo pueblo en el Gólgota.
Decía el ensayista y moralista francés Joubert que "el dinero es un estiércol estupendo como abono, lo malo es que muchos lo toman por la cosecha", y la verdad es que ciertas personas de este mundo, obnubiladas por las vanidades, ha tomado el abono como cosecha. El resultado no podía ser otro que una injusta distribución de la riqueza cuya consecuencia es, al fin, la esclavitud y la cruz de todos: pobres y ricos.
Por eso, nada tan cierto como lo que ha dicho anteayer el arzobispo de Rosario: "El mundo necesita comportamientos humanos que nazcan de Dios". Es decir, el mundo necesita una Pascua de resurrección a un nuevo orden social más justo, una Pascua de liberación de estas modernas formas de esclavitud.
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